Literatura

Don Benito

Hemorroides

La Razón
La RazónLa Razón

De niño me dio por pensar que la afición a las cosas pequeñas podría derivar, por la evolución natural del crecimiento, en la realización de grandes sueños. Ésa era la razón por la que pensaba que mi afición a jugar en casa con las moscas concluiría en que al cabo de algunos años sería un reputado piloto de la Fuerza Aérea con una brillante hoja de servicios. Con un razonamiento parecido supuse que por escribir cuatro líneas en un retal de papel de estraza sería más que probable que andando el tiempo me convirtiese en un escritor de largo aliento, al estilo de Don Benito Pérez Galdós, que era un señor muy serio y muy compacto que apilaba libros en su casa igual que en el desván de la casa de mi amigo de la escuela amontonaba su padre leña para la cocina. Es obvio que mi visión era equivocada y que ni estaba en las moscas el cierne de un piloto de combate, ni desde aquellas frases infantiles en el papel de estraza se deduciría la figura de un abnegado escritor enciclopédico como don Benito, que escribió docenas de libros y aún tuvo tiempo para coquetear con doña Emilia Pardo Bazán, una señora de tungsteno a la que a simple vista uno cree que sólo cortejaría cualquier escritor al que de sus amigas casadas le gustasen sólo sus maridos. Puedo imaginar las dificultades de ser piloto de aviación y desde luego conozco las de ejercer como escritor, que es un trabajo en el que lo más determinante no es desde luego la ropa que uno se pone para las fotos, ni la silla en la que se sienta a trabajar. Es mucho más complicado que eso. Creo recordar que fueron veinte días los que el socialista Abel Caballero tardó en escribir su primera novela y no olvido que a la vista de los resultados yo le dije entonces que si fuese un hombre menos audaz y más sensato, veinte días era lo que tendría que haber tardado en no escribirla. Yo ando a vueltas ahora con la preparación de una novela y no estoy muy seguro de que sea una buena idea. Recuerdo aquellas frases del papel de estraza y me digo a mí mismo que la literatura no es algo que se amontone sobre el armazón de la gramática, como se amontona con el tiempo la lana en la silueta de las ovejas. No niego que me gustaría conseguir una novela redonda, adictiva y estupefaciente como la heroína, pero, ¡demonios!, no se me oculta la posibilidad de que al final de tanto esfuerzo en la misma silla sólo consiga desarrollar hemorroides.