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Pánico en la calle

Miedo, desolación y mucha incertidumbre se reflejan en las caras de los miles de vecinos de Lorca que ayer deambulan por sus calles, destrozadas muchas y colapsadas al tráfico las que quedan abiertas, mientras luchaban por el pánico ante un futuro incierto. Sin casa, con miedo, sin un lugar dónde dormir...

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La imagen era desoladora: carritos de bebé empujados por padres sobrecargados con bolsas con ropa, enseres de aseo y algo de comida. Otros llevan mochilas y pequeñas bolsas de viaje, mientras hablan por teléfono e intentan esquivar los cascotes y restos de escaparates hechos añicos por el embite de la tierra. El silencio es atronador, sólo roto por las sirenas de los coches de policía, sanitarios y bomberos. Algunos, los más afortunados, pudieron abandonar la ciudad camino a sus segundas residencias en la playa o a casas de sus familiares.

El horror de la muerte compartió protagonismo con la situación que vivieron las personas que resultaron heridas. Decenas de vecinos padecieron lesiones de diferente consideración, pero que también resultaron víctimas de la foracidad del seno de la tierra. Por fortuna, para otros todo quedó en un pasmo, en un susto que a buen seguro les acompañará toda la vida. Aún así, todavía podrán contar lo vivido sin ningún rasguño en su cuerpo. Es el caso de Francis Hernández. Se encontraba en el séptimo piso de un céntrico edificio de la ciudad lorquina. Sintió un «leve temblor» en primer término que le puso en alerta.

Cuando el nerviosismo apenas arrancó en su cuerpo llegó la réplica demoledora. Salió «despavorido» de la puerta de su casa y comenzó a correr escalera abajo «hasta que llegué al tercer piso, no pude bajar más porque todo era un amasijo de ladrillos, hierros y demás materiales de la construcción». Alberto Ruiz, relató con pavor cómo «el techo se ha agrietado, estábamos sentados en el sofá mi mujer y yo y un temblor muy fuerte hizo que todo se moviera. La segunda réplica es la que nos ha hecho salir a la calle». María Alcázar todavía tenía el susto metido en el cuerpo: «La televisión, la mesa y el sofá han dado un bote impresionante y todos los libros de la estantería se han caído al suelo.

Soy una persona mayor y no puedo moverme, han sido mis hijos los que han venido corriendo a sacarme de casa». Por su parte, Francisco Javier Gutiérrez estaba dando un paseo cuando toda la perspectiva que observaba ante sí se tambaleaba como si la ciudad estuviera siendo zarandeada por un gigante. Parte de los edificios se vinieron abajo como si se tratase de un castillo de naipes que pierde su consolidación. «No podía dar crédito a lo que estaba viendo».

Golpe de fortuna
Isabel María García recordaba con angustia sus sensaciones durante el seísmo: «No le recomiendo a nadie que viva una situación como ésta. En mi caso, se ha agrietado toda la casa y tengo pánico a que en cualquier momento pueda venirse abajo. Casi toda mi familia vive aquí y a todos nos ha afectado. Mi hermana estaba estudiando en la biblioteca y todas las estanterías se han venido abajo, con la mala suerte de que una de ellas le ha golpeado en la cabeza, aunque por suerte sólo ha sido un chichón. Mi hermano estaba con su novia tomando algo y vio cómo la fachada de enfrente se caía al suelo, se ha salvado de milagro».

Para Paula también fue una pesadilla. «Estaba en una tienda de ropa trabajando y, al ver que todo se nos caía encima, todos hemos salido corriendo. Fuera, la situación era demoledora: he visto a dos heridos y a una gran cantidad de coches aplastados por los escombros de las fachadas», dijo. Mari Carmen Carrillo pensó que estaba «en una atracción de feria, todo empezó a moverse muy rapidamente y lo que había por la casa, sobretodo en estanterías se ha venido abajo. Mis hijos no paran de llorar».

«Mucho dolor y sentimiento a flor de piel», por Pablo J. Ginés
Después de comer noté en Murcia que el suelo del Palacio Episcopal se movía», explica a LA RAZÓN el obispo de Cartagena-Murcia, José Manuel Lorca. «Cuando llegamos se produjo el segundo terremoto. Estuve diez años allí de cura, en la parroquia de San Mateo, y conozco a muchos en la ciudad. Hoy me he encontrado con mucho dolor, mucho sentimiento a flor de piel y una enorme sensación de impotencia. Todos sabíamos que es una zona sísmica, y cuando era cura en San Mateo a veces notábamos temblores, como si un tren pasase bajo los pies. Pero esta vez el epicentro estaba debajo. Una persona me decía: "he firmado una hipoteca y ahora no puedo ni entrar en mi casa". Había gente muy nerviosa, y yo también estaba roto por dentro, pero he intentado consolar a algunos.

"Las cosas materiales se pueden arreglar", les decía; "dentro de unos años, mirarás atrás y verás como lo superaste". Para mí ha sido una experiencia admirable tratar con cientos de personas, hablando con dolor, pero no enfadadas con Dios, sino aceptando una realidad dolorosa y pidiéndole fuerzas». Además, el obispo explica que «me han llamado de la Santa Sede, interesándose por lo sucedido y muy emocionado he pedido que den gracias al Papa por su interés. Mañana, bien temprano, estaremos de nuevo en Lorca». Para el padre Maximiliano, que es de Lorca y acompaña al obispo, lo más impresionante ha sido el desalojo del asilo de San Diego. «Ha sido una experiencia muy dura, esos ancianos residentes que hemos sacado al huerto... Son cosas que nos sobrepasan humanamente, que te dejan un poco desarmado», explica sobrecogido.