Estados Unidos

El Papa en primera persona por Martín PRIETO

Al cardenal Joseph Ratzinger, electo Papa, le condujeron a la «habitación de las lágrimas», donde tantos de sus antecesores han llorado, para revestirlo con la talla grande, la mediana o la pequeña, antes de exponerle en el balcón ante los fieles como Benedicto XVI.

El Papa en primera persona; por Martín PRIETO
El Papa en primera persona; por Martín PRIETOlarazon

Ratzinger agarró el «camauro» (un buen gorro de ceremonias, ya en desuso) y los analistas advirtieron una regresión. «Simplemente tenía frío, y soy sensible en la cabeza. De modo que me dije: ya que tenemos el "camauro", utilicémoslo. No lo he hecho más a fin de que no surjan interpretaciones». Se llevó su estudio y su biblioteca al Vaticano y pretendió trabajar, como siempre, en pantalones, camisa y jersey, pero le impusieron la sotana de continuo.

Nunca pretendió otra cosa que ser profesor y ya en el cardenalato tenía la vida entregada. Este alemán, soldado de antiaéreos, prisionero de los estadounidenses, es reconocido mundialmente como el primer dogmático del catolicismo, y su antecesor Juan Pablo II le hizo jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y con tales credenciales le recibieron con reservas incluso sectores de la Iglesia. Era consciente de que le malinterpretarían con inocencia o dolo e inició su pontificado con estas palabras: «Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos». El filósofo judío francés Bernard Henry Lévy escribió cuando empezaron a aullar que «toda discusión sobre este Papa estaba regida por prejuicios, falta de sinceridad y hasta por la más lisa y llana desinformación». Y es que ni le escuchan ni le leen porque, paradójicamente, colmaría bastantes de las aspiraciones progresistas: en mil años nadie se había acercado tanto como Benedicto XVI a las Iglesias ortodoxas, considera pecado atentar contra el medio ambiente, reprueba la injusticia, abomina la guerra y fustiga el turbocapitalismo que amplía la brecha entre pobres y ricos. En todo eso también es dogmático.

No se me alcanza otra entrevista con el Papa, y la ha conseguido el periodista alemán Peter Seewald, converso al catolicismo, amigo del Pontífice, en seis horas de conversación abierta reunidas en un libro amenísimo, en pantuflas, apto para ateos, agnósticos y, si se quiere, hasta para endemoniados, «Luz del Mundo», editado por «Herder». Seewald no renuncia a su condición periodística y pregunta y repregunta sobre la losa de pedofilia caída sobre las Iglesias de Estados Unidos, Irlanda, Bélgica y Malta. En la Valetta, Joseph Magro, víctima de abusos declaró: «El Papa lloró conmigo, a pesar de que no tiene culpa alguna de lo que me sucedió». El Papa condena la monstruosidad sin paliativos, no consiente velos y exige colaborar totalmente con la Justicia civil. Admite estar choqueado: «Es el misterio del mal. ¿Qué pasa por la cabeza de alguien así cuando por la mañana se encamina hacia el altar y celebra el santo sacrificio?».

El Papa se refiere a un relativismo nada moderno: «Ya en los años 50 se desarrolló la teoría de que la pedofilia debía considerarse como algo positivo. Se sostuvo la tesis de que no hay algo malo en sí mismo sino cosas relativamente malas. Lo bueno y lo malo, se decía, dependen de las consecuencias». A Marcial Maciel (Legionarios de Cristo) le sitúa fuera de la moralidad, aventurero, disipado y extraviado. Se siente abrumado por las victimas y no entiende la pedofilia salvo como enfermedad mental. La posibilidad de que el papado abriera una tímida bisagra hacia el preservativo ha sido portadas de diarios y noticieros a cuenta de este libro. Mis colegas leen en el agua. Benedicto XVI ni mienta el acreditado invento del doctor Condom y sostiene la doctrina católica sobre la sexualidad y hasta lamenta la paulatina pérdida del matrimonio monogámico.
 
Como ha dicho el neocomunista italiano Massimo D´Alema, el Papa tiene simpatía por personas con intelecto y cultura, y está muy interesado en su conexión con otros líderes monoteístas. Santo Tomás de Aquino, por los católicos, Maimónides, por los judíos, y Averroes, por los musulmanes, intentaron conciliar sus religiones con Aristóteles, no siendo comprendidos. Para un intelectual como Ratzinger el reto es irrechazable. Y ¿España?
-Allá existe una vitalidad de fe que los españoles llevan en la sangre».
-¿Teme un atentado?
-No.



- Título:  «Luz del mundo»
- Autor: Peter Seewald
- Edita: Herder
- Precio: 14,37 euros