
Asturias
Valle de Cuna maqueta del paraíso

En el corazón de la cuenca minera asturiana, allá donde los hombres crecen bajo la tierra y los salmones habían desaparecido de las aguas negras de los ríos, tengo mi lugar mágico, aquel que sirve para el regreso y la acogida, y donde los malvises le cantan a la nieve, y donde los cerezos florecerán en cuanto se adormezcan los hielos. Es el valle de Cuna, a menos de una legua de Mieres, y que tiene su entrada por Santulano, un pueblo con un sólido puente sobre el río Caudal que Jovellanos describe con detalle en sus «Diarios». Entre El Pedroso y Gallegos, extremos de un angosto valle coronado, en el fondo, por la mole caliza de la sierra del Aramo, se suceden amables caseríos que se mantienen de la economía mixta de la agricultura y la minería, además de casonas blasonadas, bosques de castaños, prados en los que pastan vacas como la «Cordera» de Leopoldo Alas «Clarín», y pequeños rebaños de ovejas cuyos pastores andan en estos días inquietos por la presencia de los lobos. En una de las colinas que se asoman al valle se levanta la ermita de los santos Cosme y Damián, médico y farmacéutico, y a la que acuden, cada 27 de septiembre, peregrinos de toda Asturias cumpliendo su promesa de llegar descalzos hasta el santuario y de ofrecer unos exvotos de cera que representan la parte del cuerpo que ha sido curado. Sidra, caldereta de cordero, pote asturiano y arroz con leche o casadielles son las joyas gastronómicas de esta maqueta del paraíso.
✕
Accede a tu cuenta para comentar