Giro radical
El plan Biden para liderar la lucha contra el cambio climático
Joe Biden ha llegado al despacho Oval con el claro propósito de enfrentar el cambio climático y revertir las acciones de Donald Trump en esta materia
En plena tormenta de órdenes ejecutivas, el gobierno de Joe Biden, ahormado por la pandemia y las insuficiencias y urgencias económicas, ha firmado una batería de órdenes ejecutivas para enfrentar el cambio climático del antropoceno y redirigir la economía nacional en dirección a los valores, y sobre todo a los objetivos, estipulados en el Acuerdo de París. Hasta el punto de que según la Casa Blanca, siguiendo el argumentario propio de la campaña del entonces candidato, la lucha contra el cambio climático será una cuestión de seguridad nacional.
No tanto un objetivo entre muchos sino un vector crucial de las políticas de los próximos años, en tanto que esencial para asegurar el rumbo, afianzar las acciones para reducirlo, aliviando una situación que en opinión del nuevo presidente amenaza tanto las haciendas como la vida de los propios ciudadanos estadounidenses. En juego están los recursos económicos del futuro, pero también lapropia viabilidad de la civilización. Para protegerla el gobierno de EEUU se ha comprometido no sólo a regresar al acuerdo de París sino también a conseguir que en menos de una década al menos el 30% de las tierras y las aguas territoriales del país caigan dentro del paraguas de los espacios protegidos. Preservar la biodiversidad se antoja incluso más urgente a la vista de las letales consecuencias de la pandemia y de la posibilidad, formulada por muchos investigadores, de que la corrosión de esa misma biodiversidad facilite el salto zoonótico de los patógenos.
Así mismo la Casa Blancarevoca los arrendamientos para la explotación de recursos energéticos dedicados a extraer combustibles fósiles, dando marcha atrás a las políticas, infinitamente más laxas, de la administración de Donald Trump, mucho más sensible a las demandas del lobby energético. El problema de fondo es que la administración Biden no parece apostar por la única alternativa que hasta el momento parece demostrarse viable, la energía atómica, anatema para un movimiento ecologista que forma parte indisoluble de la sección más a la izquierda de votantes, muy influyente en términos mediáticos y, huelga decirlo, enfrentada tanto a la rapiña sistemática y la degradación del medioambiente como, en demasiadas ocasiones, a avances científicos tan seguros y reconocidos como los cultivos transgénicos o, por supuesto, a una opción distinta, la energía nuclear, frente a las viejas centrales hidroeléctricas y térmicas, muy contaminantes, y la alternativa, de momento inviable a escala marco para las oceánicas necesidades de una potencia industrial y una sociedad de consumo, que suponen las llamadas energías verdes, léase eólica, solar, etc. En opinión de Biden, el gobierno de Donald Trump trabajó junto a «las grandes compañías petroleras por encima de los trabajadores estadounidenses».
«Cuando la administración anterior revirtió el estándar de vehículos de Obama / Biden, prefirió a las grandes compañías petroleras en lugar de los trabajadores estadounidenses, la administración de Biden / Harris no solo recuperará esos estándares, sino que estableceremos nuevos ambiciosos que nuestros trabajadores están listos para cumplir». Biden también ha enfatizado la necesidad de que la Casa Blanca colabore con los científicos, que escuche sus voces y que el conocimiento académico desplace las opiniones y el impulso e influencia de unas corporaciones con intereses no del todo compatibles con la salubridad del planeta.
Para asegurarse de que nadie lo acuse de disparar contra la industria de la automoción, que por cierto fue salvada de la quiebra, en buena medida, por la intervención del gobierno de Obama y Biden en lo peor de la crisis provocada por el derrumbe de las subprime, en 2008, el presidente enfatizó que los nuevos vehículos que adquiera el gobierno federal, todos ellos homologados para cumplir con las demandas de cero emisiones contaminantes, serán fabricados en EEUU por trabajadores y empresas de los EEUU Pero así como la gran industria del automóvil puede encontrar motivos de acuerdo, la de los hidrocarburos, a pesar de que Biden ha negado de forma sistemática que piensa prohibir el fracking, ya le ha respondido en términos inequívocos. La CNN y otros medios conversaron con el director ejecutivo de American Petroleum Institute, Mike Sommers, que explicó que el anuncio de Biden es «malo para nuestra economía. Es malo para nuestra seguridad nacional. Es malo para nuestro medio ambiente y para las comunidades locales».
Por supuesto que está por verificar el genuino interés de la American Petroleum por el medio ambiente. Pero eso no obsta para que amenacen con rebelarse los congresistas de aquellos territorios cuyas economías locales dependen de esas industrias. Y esto incluye, cómo no, a algún demócrata. Pero a Biden no le conmueven estas posibles trifulcas. Entiende que, más allá de su afán por lograr políticas consensuadas, resulta indispensable «potenciar el ambicioso plan del gobierno para enfrentar la amenaza existencial del cambio climático». «Es una amenaza existencial», repitió. Ante ese tipo de amenazas sólo cabe ir a la guerra. La que le espera en el legislativo.
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