Dictadura venezolana
El Día del Padre de 2017 fue la última vez que David Vallenilla (Los Teques, Venezuela, 1960) vio con vida a su único hijo. Recuerda que aquel domingo le advirtió de que no fuera a las manifestaciones que incendiaban Caracas para protestar contra el régimen de Nicolás Maduro. Unos días después, tuvo que reconocer su cadáver en la morgue de Bello Monte.
Exiliado en Madrid, este abogado reclama que el caudillo bolivariano «pague por el asesinato de David José». La Corte Penal Internacional (CPI), con sede en La Haya, ya ha determinado que allí se cometieron delitos de lesa humanidad. La muerte de su hijo, de 22 años, a tiros frente a la base aérea Francisco de Miranda se retransmitió al mundo entero. Fue la baja número 75 de un mes negro que segó la vida de cerca de 130 jóvenes.
La vida de este padre coraje, de 60 años, ha corrido pareja a la de los hacedores de la reciente historia venezolana. Su padre, Martín, declarado militante comunista, participó en el secuestro del futbolista Alfredo Di Stéfano el 24 de agosto de 1963 como miembro de las subversivas Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN). Más tarde, según cuenta su hijo a LA RAZÓN, trabaría amistad con otro protagonista de primera fila del devenir del país caribeño, Hugo Chávez Frías.
«Mi padre adoraba a Chávez, en nuestra casa había fotos de él bailando con mi hermana en su 15 cumpleaños. Incluso llegó a vender todos sus bienes y a regalarle el dinero para que hiciera su revolución», recuerda. La tendencia política de David siempre estuvo muy lejos del comunismo, pero el destino quiso que él también se cruzara, muy de cerca, con el heredero de Chávez.
«Nicolás Maduro fue mi subalterno en la empresa de Transportes de Caracas desde 1992, cuando entró como operador. Casi nunca iba a trabajar, faltaba mucho porque era el enlace sindical», cuenta Vallenilla. Aunque su relación nunca fue personal, solo laboral, recuerda que «estuve a punto de suspenderle el sueldo porque había ausencias que no justificaba, era un vago. Me arrepiento de no haberlo despedido».
Este abogado no se explica el meteórico ascenso de Maduro, un tipo gris «sin dotes de liderazgo». Tampoco era conflictivo, pasaba bastante desapercibido porque «era de poco hablar», por eso le sorprendió tanto su entrada en política: «En un momento dado, dejó de ir a trabajar y, de pronto, me entero de que está conectado con Chávez».
Dice este abogado que tuvo que salir de su país después de que su despacho fuera «violentado». Había levantado la voz en las redes sociales y en la calle para denunciar la muerte de su hijo y de tantos otros y acabó señalado por el régimen. Asegura que «no tenía miedo porque cuando uno pierde a su único hijo, la muerte más bien es una oportunidad de reunirte con él».
Convertido ya en «activista por los derechos humanos», logró llegar a España ayudado por una ONG en 2019, donde le ha sido rechazado el asilo político. En cambio, le han concedido la residencia por razones humanitarias por un periodo de dos años. Después de ese tiempo, podrá optar a la nacionalidad española.
Mientras espera que se haga Justicia en La Haya, se gana la vida en Madrid cuidando de personas mayores. De alguna forma se ha reencarnado en su hijo, enfermero, en su nueva dedicación. En este tiempo, incluido el confinamiento del año pasado, también ha hecho de voluntario en hospitales y ha acompañado hasta sus últimos días a quien fuera uno de los intérpretes del dictador Francisco Franco siguiendo el estilo de tinte cinematográfico que parece marcar su biografía.
Vallenilla no ha vuelto a ver a Maduro desde que fuera su jefe, pero está seguro de que se acuerda de él y de que sabe quién era su hijo. En el funeral, una persona se le acercó y le susurró que «el presidente me iba a llamar por teléfono». Aquella conversación nunca se produjo. En cambio, trataron de comprar su silencio: «Una semana después de la muerte de mi hijo, me contactó una viceministro del Ministerio de Relaciones Interiores ofreciéndome dinero si me callaba. Le dije: ‘‘¿Cuánto cobraría usted por un hijo?’' Me contestó que el dinero siempre hace falta».
A quien sí pudo mirar a los ojos fue al militar que «disparó al corazón de David José a solo dos metros de distancia». Fue durante una pantomima de vista judicial celebrada en Caracas: «Le pregunté por qué usaron esferas metálicas en lugar de perdigones de plástico, por qué no le apuntaron a las piernas para neutralizarlo». Aún espera que alguien conteste a esta y a tantas preguntas que han quedado en el aire.