Análisis

Frankenstein

La coalición contra natura que ha desalojado a Netanyahu tiene como razón de ser restaurar la gobernanza y un sistema de contrapesos

Nuevo primer ministro de Israel, Naftali Bennett (D) junto con Yair Lapid, líder de Yesh Atid. EP
Nuevo primer ministro de Israel, Naftali Bennett (D) junto con Yair Lapid, líder de Yesh Atid. EPDPA vía Europa PressDPA vía Europa Press

En Israel hay un chiste que dice dos israelíes y tres opiniones. En contra de los estereotipos que suelen circular sobre los judíos que les proyectan como seres homogéneos ideológicamente, la verdad es diametralmente la contraria. La diversidad y pluralidad de la sociedad judía no es una opinión, es una realidad parlamentaria. La «Knesset» se ha convertido en lo que los ingleses llaman un «Hung Parliament» (Parlamento colgado) donde es muy complicado tejer mayorías.

Las cuartas elecciones en dos años dejaron un panorama muy similar al de las anteriores, y nada hacía presagiar que si se celebraban unas quintas a la vuelta del verano, el resultado hubiera sido sensiblemente distinto. La victoria insuficiente de Benjamin Netanyahu dio paso a Yair Lapid, un centrista laico que logró resolver, para sorpresa de todos, el rompecabezas hebreo. La coalición de ocho partidos liderada por Yes Atid (Hay Futuro) y encabezada por el nacionalista Naftali Bennet (Yamina) superó por los pelos la votación del Parlamento.

Hasta el último momento se temió por la viabilidad de la operación después de que un diputado de Ra’am, el partido árabe, amenazara con votar en contra. El Gobierno del cambio o Frankenstein –como bautizó el fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba a las coaliciones contra natura de partidos ideológicamente opuestos– echó a andar el pasado domingo.

«Ministro del crimen»

Los ocho partidos coincidieron en la necesidad de desbancar a Benjamin Netanyahu tras doce años interrumpidos en el poder y dieciséis en total. El mandatario más longevo después de David Ben Gurión. Los tres casos de corrupción abiertos contra el líder del Likud – «Ministro del crimen», le llaman sus detractores– han hecho mella en su reputación. Netanyahu ha sido incapaz de ilusionar a los israelíes más allá de su parroquia. El rechazo de la coalición al ex primer ministro puede ser una debilidad, pero también una fortaleza. La corresponsal política de «Times of Israel», Tal Schneider, defiende que el Gobierno del cambio está unido por su deseo de que las cosas se muevan después de dos años y medio de parálisis política, más que por un sentimiento anti-Netanyahu. «Lo que les une es que el país no ha tenido presupuesto durante los últimos dos años y medio, todo está en disfunción. Hay que aprobar las partidas para las autoridades locales, financiar el Estado del Bienestar o proyectos del Ejército. Está pendiente, además, una reforma del sistema judicial...», enumera.

Pero, ¿va a perdurar el Gobierno? Es la pregunta del millón. El diplomático y ex asesor de la oficina del primer ministro Alon Pinkas responde que nadie lo sabe. «Depende de si son capaces de aprobar el presupuesto en diciembre», sentencia. Schneinder añade que en agosto se enfrentarán a una prueba de fuego que determinará si se dan las condiciones para que la coalición pueda permanecer en el tiempo o no. «Si logran aprobar un presupuesto podrán sobrevivir doce o dieciocho meses más hasta marzo de 2023, aproximadamente. Es difícil, pero puede hacerse y se ha hecho en el pasado. Netanyahu tenía 62 votos y lo consiguió. No va a haber vacaciones, ni viajes, y van a tener que estar en la Knesset todo el tiempo», me cuenta la periodista del «Times of Israel». Para Pinkas, el Gobierno del cambio supone sobre todo una restauración de la gobernanza y del sistema de contrapesos en Israel tras el paso del «rey Bibi».

Asimismo, la continuidad de Netanyahu como líder de la oposición puede ser un acicate para la coalición. Causa sonrojo las críticas de los dirigentes del Likud contra el nuevo Gobierno, al que acusan de ser de izquierdas. Todos saben que Naftali Be-nnet está a la derecha de la derecha del Likud. El antiguo jefe de Gabinete de Netanyahu, ex ministro de Asuntos Religiosos, Economía, Diáspora, Educación y Defensa es el primer jefe de Gobierno con kipá y un defensor del Gran Israel. Estuvo en contra de la moratoria de los asentamientos patrocinada por la Administración Obama. Las colonias prometen ser un punto de fricción entre su partido, Yamina, y Ra’am. Pero el hecho de que hayan acordado gobernar en coalición lanza una señal de esperanza sobre la reconciliación de la sociedad israelí. «Netanyahu viene utilizando la palabra izquierda y liberal como un insulto desde hace muchos años», explica Schneider, pero duda de que sus críticas calen entre la población local. «Bennet es de derechas igual que Avigdor Lieberman». El antiguo colaborador de Netanyahu y otro de los artífices de su caída dirige el partido Yisrael Beitenu y se ha quedado con la cartera de Economía.

Pragmatismo

La entrada de Ra’am ha sido uno de los principales hitos de esta coalición. La escalada bélica entre Israel y Hamás hizo que se desvanecieran las esperanzas sobre un acuerdo. Pero se obró el milagro. Mansour Abas, líder de Ra’am, partido cercano a los Hermanos Musulmanes, ha demostrado altas dosis de pragmatismo. Israel se había acostumbrado a que sus diputados árabes se negaran a influir en la vida pública en defensa de la causa palestina. Este dentista ha decidido que es mejor tener en cuenta los intereses de su comunidad, que representa alrededor del 20% de la población israelí, en lugar de enrocarse en la ideología. La participación política de Ra’am no logrará por sí sola desactivar la violencia sectaria que se ha extendido por las comunidades mixtas en Israel y encendió el conflicto entre Hamás e Israel, pero sí puede mejorar las condiciones de vida de los árabes y rebajar hostilidades. Si eso ocurre, será una buena noticia.