Seguridad
La OTAN se vuelve a vestir de Guerra Fría para reinventarse
La amenaza rusa une a los aliados tras años de indefinición estratégica y resucita el interés de EE UU por la seguridad europea
La historia de Europa se ha construido a golpe de sobresaltos que derribaron el «statu quo» vigente. El 14 de julio de 1789 la Revolución Francesa enterró el Antiguo Régimen. El 1 de septiembre de 1939 Hitler invadió Polonia arrastrando al Viejo Continente a su guerra más cruenta. El 9 de noviembre de 1989 los alemanes derribaron el Muro de Berlín y ponían la puntilla a 40 años de división de Europa. Y el 24 de febrero de 2022, Vladimir Putin hizo saltar por los aires la seguridad colectiva del Viejo Continente con la invasión de Ucrania. El 24-F lo ha cambiado todo y se ha llevado por delante arraigados tabúes de la política exterior como el no alineamiento militar de Suecia y Finlandia o el complejo alemán al rearme militar.
La OTAN, creada en 1949 por EE UU, Canadá y diez países de Europa occidental (Francia, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo, Reino Unido, Dinamarca, Islandia, Italia, Noruega y Portugal) para hacer frente a la amenaza soviética, se hallaba en 2019, según palabras del francés Emmanuel Macron, en «muerte cerebral». Las tensiones con la Administración Trump, furiosa porque EE UU contribuya con el 80% del presupuesto de la organización, habían llevado a las relaciones transatlánticas a sus peores momentos. Sin embargo, la guerra de Ucrania ha supuesto un inesperado «electroshock» para la salud de la Alianza Atlántica, que llevaba en el diván preguntándose su razón de ser desde la caída del comunismo en 1989 y la URSS en 1991.
Como durante la Guerra Fría, un enemigo común, Rusia, y su expansionismo militar, han contribuido a que los aliados cierren filas y a que EE UU vuelva a mirar a Europa. «La OTAN es más necesaria que nunca», insistía en Madrid esta semana Joe Biden, que en un claro mensaje al jefe del Kremlin prometía «defender cada centímetro del territorio de la Alianza Atlántica». «Lo decimos en serio cuando decimos que un ataque contra uno es un ataque contra todos», insistía el líder de EE UU.
Prueba de este compromiso es la mayor presencia militar americana en el Viejo Continente desde los años más duros de la confrontación Este-Oeste, cuando EE UU llegó a tener estacionados 400.000 efectivos en Europa. Ahora Washington cuenta con 100.000 soldados, frente a los 60.000 de hace solo un año, y promete enviar más fuerzas a España, Polonia, Rumanía, Alemania e Italia.
A diferencia de la Guerra Fría, cuando las estrategias defensivas y de disuasión frente a la URSS se mantenían bajo el más estricto secreto militar, ahora la OTAN las debate públicamente entre sus socios. La agenda de la cita de Madrid, precisamente, tenía como objetivo aprobar su nuevo Concepto Estratégico para la próxima década, que ha tenido que adaptarse a las nuevas amenazas para la seguridad desatadas por la guerra de Ucrania.
Según el texto, la Federación Rusa es «la amenaza más significativa y directa para la seguridad de los aliados y para la paz y la estabilidad de Occidente». El documento indica que la alianza militar ya no puede considerar a Rusia como un socio, aunque seguirá «dispuesta a mantener abiertos los canales de comunicación con Moscú» para evitar una escalada. La Alianza no descarta la posibilidad de un ataque contra la soberanía e integridad territorial de alguno de los aliados.
Precisamente, ese miedo a que el neoimperialismo ruso vaya más allá de Ucrania ha acercado al paraguas de seguridad de la OTAN a Suecia y Finlandia, dos países que históricamente prefirieron mantenerse no alineados militarmente. La neutralidad sueca tiene más de 200 años y forma parte de la identidad nacional del país, que pudo construir su sistema democrático y su Estado del Bienestar gracias a la estabilidad que garantizaba haber estado al margen de los conflictos europeos desde las guerras napoleónicas. En cambio, para Finlandia, que se independizó de Rusia en 1917, fue ocupada por Stalin en 1939 y comparte 1.340 kilómetros de frontera con su imprevisible vecino, la neutralidad fue algo impuesto tras la II Guerra Mundial a cambio de garantizar su integridad territorial.
Como resumió Biden, «Putin quería la finlandización de Europa y ha conseguido la otanización de Europa». Esta capacidad de atracción de nuevos miembros es la mayor prueba de la vigencia de la organización, que, además de contar en su seno con tres potencias nucleares (Francia, EE UU, y Reino Unido) garantiza a sus miembros la defensa colectiva en caso de que uno de ellos sea atacado, el famoso artículo 5. Con la incorporación de los dos países nórdicos, la OTAN refuerza su influencia en el Ártico y, sobre todo en el Báltico, que se convierte en un mar interior de la Alianza.
Si bien Moscú ha rebajado el tono inicial sobre la adhesión de Estocolmo y Helsinki, Putin acusó a la OTAN de estar anclada en la Guerra Fría. «Siempre nos decían que había cambiado, que ahora es más una unión política, pero todos buscaban motivos para impulsarla como organización militar».
Otro régimen autoritario, China, también ha respondido con dureza a que la OTAN alertara por primera vez de que las políticas de Pekín “desafían los intereses, la seguridad y los valores” de la organización transatlántica. A lo que el Gobierno chino respondió que “daremos respuestas firmes y decididas a todo acto que socave nuestros intereses”.
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