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Draghi, el hombre que salvó el euro pero no pudo rescatar a Italia

El primer ministro italiano se ganó el respeto internacional con su gestión de la crisis del euro al frente del Banco Central Europeo

Mario Draghi
Mario DraghiFABIO FRUSTACIAgencia EFE

El 26 de julio de 2012 Mario Draghi, entonces presidente del Banco Central Europeo, pronunció en una conferencia en Londres una frase que marcaría un antes y un después. “El BCE está dispuesto a hacer lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente”. Aquellas tres palabras en inglés (“Whatever it takes”, lo que sea necesario) confirmaban que Francfort no permanecería de brazos cruzados ante la mayor crisis financiera desatada en la eurozona, que amenazaba con enterrar la moneda única.

Mario Draghi (Roma, 1947) llegó a la presidencia del BCE en 2011 después de ejercer como director ejecutivo del Banco Mundial y ser nombrado en 2006 gobernador del Banco de Italia. Un cargo que abandonó para ponerse al frente de la máxima autoridad monetaria de la UE. Durante su presidencia, el BCE instauró una política expansiva de tipos bajos que contribuyó a frenar los ataques especulativos de los mercados y salvar el euro.

El economista puso en marcha un agresivo programa de compra de deuda similar al de Estados Unidos, que supuso la mayor intervención de un banco central en la historia. “Me siento como alguien que trató de cumplir con el mandato de la mejor manera posible. Este es parte de nuestro legado: nunca rendirse”, declaró durante su última rueda de prensa al frente de la institución. Una herencia que todavía hace revolverse a sus detractores, que los hay y muchos, especialmente en Alemania, donde el diario Bild lo apodó el “conde Draghila”, el vampiro que “engulle nuestras cuentas hasta la última gota”.

Con todo preparado para disfrutar de una merecida jubilación, recibió una llamada del presidente de la República, Sergio Mattarella. El hombre que salvó el euro estaba llamado ahora a rescatar del abismo a su propio país, sumido en el mayor desafío social y económico desde la Segunda Guerra Mundial a causa de la pandemia.

La dimisión de Giuseppe Conte tras perder la mayoría que sostenía a su segundo Ejecutivo aceleró la llegada de Draghi, cuyo nombre se daba casi por seguro para sustituir a Mattarella al frente de la jefatura del Estado a partir de 2022.

Nacido en un barrio al sur de la capital, el economista era ajeno a las intrigas políticas, pero conocía perfectamente las coaliciones imposibles y primeros ministros equilibristas que se suceden en el país desde hace décadas. “La emergencia requiere respuestas a la altura de la situación. Es necesaria unidad y responsabilidad”, declaró el 3 de febrero de 2021 tras recibir el encargo para formar gobierno. Diez días después, su Ejecutivo juró ante Mattarella con dos objetivos fundamentales: gestionar la pandemia e impulsar la recuperación del país definiendo los proyectos financiados con los más de 200.000 millones de euros puestos a disposición por la UE.

Draghi consiguió el compromiso de los principales partidos para formar un gobierno de unidad, excepto los ultraderechistas de Hermanos de Italia, que se mantuvieron en la oposición. Su primera decisión fue nombrar a ocho técnicos en los ministerios clave y acelerar la campaña de vacunación eligiendo a un general del Ejército como comisario para la emergencia Covid.

Confió la recuperación italiana a la campaña vacunal y para conseguirlo no le tembló la mano en bloquear la exportación de 250.000 dosis de Astrazeneca cuando los sueros escaseaban gracias a un mecanismo que hasta entonces ningún otro país europeo se había atrevido a activar. Tampoco evitó enfrentarse con la Liga de Matteo Salvini –que forma parte del Ejecutivo-- para imponer la vacuna obligatoria en determinadas edades y categorías profesionales, así como liderar en Europa la introducción del pasaporte Covid.

Su prestigio y popularidad entre los italianos le permitió encabezar las quinielas para suceder a Mattarella en la Jefatura del Estado el pasado febrero, pero la elección presidencial derivó en un bloqueo político que sólo se resolvió manteniendo a cada uno en su puesto. Sin embargo, la batalla por el Quirinal terminó con la tregua política.

En el plano internacional, Draghi se presentó en el Parlamento hace 17 meses con un programa que enterraba cualquier aspiración soberanista: “El euro es irreversible. Este gobierno es europeísta y atlantista”. Una reivindicación que subrayó este miércoles en el Senado, cuando propuso a los partidos un nuevo pacto de legislatura tras el ultimátum lanzado por uno de los socios de la coalición. “La posición de Italia está en la UE, el G7 y la OTAN”, zanjó. Y respecto a la invasión rusa, insistió que su gobierno mantendría el apoyo a Kiev: “Armar a Ucrania es el único modo de ayudar a los ucranianos a defenderse”. Pero todo esfuerzo fue inútil.

La guerra de Ucrania marcó el inicio del fin de la luna de miel. Con Draghi a los mandos, el país transalpino recuperó influencia y se convirtió en socio preferente del eje franco-alemán. Sin embargo, las lógicas partidistas y estrategias electorales del Movimiento Cinco Estrellas, la Liga y Forza Italia acabaron por hundir el espejismo de una Italia estable y líder en la UE en su respuesta al desafío de Vladimir Putin. Ni siquiera el hombre que salvó el euro ha sido capaz de rescatar a Italia de su propio laberinto.