Aliados

Eurasia S.A.: Xi Jinping como CEO, Putin como socio minoritario

Xi Jinping redefine el poder global para resistir sanciones o presiones coercitivas occidentales, con Rusia como brazo operativo de su estrategia

FOTODELDIA Tianjin (China), 01/09/2025.- El presidente chino Xi Jinping (d) conversa con su homólogo ruso Vladímir Putin (i) durante la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) celebrada este lunes en Tianjin, China. EFE/ Alexander Kazakov/ Sputnik / Kremlin / Pool / Crédito Obligatorio
Conversaciones entre el presidente chino Xi Jinping y su homólogo ruso Vladímir Putin durante la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS)ALEXANDER KAZAKOV/SPUTNIK/KREMLIN / POOLAgencia EFE

Corredores, oleoductos o acuerdos financieros. La guerra de Ucrania y el aislamiento ruso han acelerado una dinámica de integración continental liderada por China. A escasos días de su cumbre con Donald Trump en Corea del Sur, Xi Jinping recibió el martes en la solemne Gran Sala del Pueblo de Pekín al primer ministro ruso, Mijaíl Mishustin. No fue un gesto protocolario, sino otro paso calculado que confirma la consolidación de este eje como uno de los vectores estructurales del nuevo orden euroasiático. En medio de un sistema internacional erosionado, China actúa como arquitecto de la multipolaridad, y Rusia, su socio subordinado pero imprescindible, como catalizador de una resistencia estratégica frente a la hegemonía occidental. Por su parte, Xi volvió a definir el fortalecimiento de la relación con el Kremlin como una “elección estratégica”, destinada a “salvaguardar, consolidar y perfeccionar un vínculo” que persiste pese a un “entorno externo turbulento y desafiante”. Detrás de la fórmula diplomática se oculta un diseño de largo alcance, convirtiendo la cooperación entre ambas potencias en el núcleo de una Eurasia autosuficiente, interconectada y capaz de resistir las sanciones o presiones coercitivas de Washington y Bruselas.

Durante una visita previa a Hangzhou, Mishustin selló con el primer ministro Li Qiang acuerdos en áreas que trascienden lo técnico, como pagos en monedas locales, cooperación en exploración lunar, coordinación aduanera y tránsito aéreo. Son pasos que apuntan a la creación de un sistema operativo alternativo, diseñado para emanciparse del ciclo del dólar y de los marcos regulatorios occidentales. Cada protocolo técnico encierra un propósito político: reducir vulnerabilidades sistémicas y aumentar la autonomía estratégica.

Entre Busan y Pekín: dos lecturas del poder global

El contexto amplifica el significado del encuentro. Mientras Trump y Xi trataban en Busan de lograr una tregua parcial en la guerra comercial, China ofrecía en Pekín una lectura opuesta del equilibrio mundial: no una negociación entre rivales, sino la afirmación de una alianza estructural llamada a trascender la lógica bipolar. Para Pekín, el orden liberal está agotado, el dominio del dólar opera como instrumento de coerción y el unilateralismo estadounidense constituye una amenaza estructural. Rusia comparte este diagnóstico, aunque lo hace empujada por la necesidad más que por la ideología ya que el aislamiento derivado de Ucrania la ha arrastrado a una integración acelerada con la economía china, a costa de aceptar una posición secundaria.

De la retórica a la estructura

Desde la firma de la “asociación sin límites” en febrero de 2022, días antes de la invasión de Ucrania, el vínculo ha pasado de lo simbólico a lo funcional. Pekín ha proporcionado a Moscú mercados, cobertura política y cierto oxígeno financiero; Rusia, a su vez, ofrece recursos energéticos y una narrativa de resistencia útil para el discurso chino sobre el fin de la hegemonía liberal. Xi repite que “desarrollar las relaciones con Rusia es una elección estratégica para ambas partes”, una frase que encuadra la alianza dentro de los planes quinquenales del Partido Comunista, la política exterior como extensión de la planificación económica.

Por otra parte, Mishustin, transmitió los saludos de Putin y destacó la “estabilidad institucional” del liderazgo chino, asimismo limitó su mensaje a confirmar que la agenda bilateral avanza. En la práctica, la coalición ya se manifiesta en sistemas de pago regionales, corredores logísticos y mecanismos de compensación que reducen la exposición al sistema financiero occidental.

Normas paralelas y soberanía absoluta

El comunicado conjunto que siguió al encuentro describe un marco normativo alternativo. Ambas potencias rechazan las “medidas coercitivas unilaterales” y declaran ilegítimas las sanciones no autorizadas por el Consejo de Seguridad de la ONU. Más allá de la formulación diplomática, lo que emerge es una estrategia de desacoplamiento jurídico: prepararse para operar en una economía fragmentada, donde coexisten regímenes paralelos de transacción, financiamiento y seguridad.

Este desenganche normativo redefine la legalidad internacional desde la soberanía absoluta de cada Estado. En lugar de reglas universales, Pekín y Moscú proponen códigos regionales ajustados a sus intereses. El documento también critica que “algunos países abusen de su posición dominante en sectores estratégicos”, una alusión directa al control estadounidense sobre semiconductores y flujos digitales. Se trata de la versión sino-rusa de la “autonomía estratégica” europea, trasladada a una escala continental y autoritaria.

Economía política de una interdependencia asimétrica

El comercio bilateral marcó récords en 2024, impulsado por los hidrocarburos rusos y las exportaciones industriales chinas. Pero tras el incremento inicial comienza a notarse la asimetría estructural. China absorbe más del 70% de las exportaciones rusas y controla la mayoría de los mecanismos de pago. Las grandes empresas estatales chinas han moderado la compra de crudo transportado por mar para evitar sanciones secundarias, lo que refleja la prudencia de Pekín, que sostiene a su socio pero evita arriesgar el acceso a los mercados occidentales.

Durante la visita rusa , ambos gobiernos firmaron nuevos acuerdos sobre el uso del yuan y el rublo, cooperación lunar y energía limpia. La intención de reducir el protagonismo del dólar y del sistema SWIFT avanza, pero no elimina la dependencia rusa. En la práctica, el rublo se subordina al yuan, y Moscú actúa como proveedor de materias primas en el modelo industrial chino. La interdependencia existe, pero el poder está desbalanceado, según analistas.

Mientras tanto, Rusia intenta reconstruir capacidades industriales y tecnológicas erosionadas por la desconexión con Europa. Putin ha ordenado elaborar una hoja de ruta para el desarrollo de metales y tierras raras antes de fin de año, buscando industrializar la extracción con apoyo chino. Esa agenda, formalmente “cooperativa”, ilustra la nueva realidad, que Moscú busca conservar soberanía tecnológica bajo condiciones impuestas por su principal acreedor.

Guerra prolongada y legitimidad del bloque

El marco general sigue dictado por el conflicto ucraniano. Pekín interpreta la guerra no como una agresión aislada, sino como un síntoma de la crisis del modelo occidental de poder. Las sanciones masivas contra Rusia son vistas como un experimento de coerción económica y, al mismo tiempo, como advertencia de un anticipo de lo que podría afrontar China en un eventual conflicto sobre Taiwán.

En ese contexto, el acercamiento de los “mejores amigos” cumple una doble función, sirve como campo de pruebas para la resiliencia económica ante el cerco occidental y como instrumento para afirmar la legitimidad de un orden alternativo. De acuerdo con expertos, el bloque euroasiático no pretende aún reemplazar al sistema liberal, pero sí erosionarlo gradualmente.

La tregua comercial pactada en Busan entre Xi y Trump —una reducción puntual de aranceles y restricciones— no altera el diagnóstico de Pekín. China percibe a Estados Unidos debilitado, polarizado y absorbido por su propia competencia interna. El cálculo estratégico es claro: el tiempo trabaja a favor de Eurasia.

Corea del Norte y la periferia operativa

En el flanco oriental del frente ruso emerge un actor de refuerzo: Corea del Norte. Según informes del Parlamento surcoreano, unos 5.000 trabajadores norcoreanos especializados en construcción habrían sido desplegados en territorio ruso desde septiembre para labores de reconstrucción, y la cifra podría duplicarse en los próximos meses.

El hecho confirma la densificación del triángulo Moscú–Pyongyang–Pekín. Kim Jong-un ofrece mano de obra y legitimidad simbólica a la guerra rusa a cambio de alimentos, energía y transferencia tecnológica. Moscú obtiene apoyo logístico, y Pekín tolera la operación mientras refuerza su papel de mediador indispensable en Asia nororiental.

Esta triangulación revela que la contienda de Ucrania se ha convertido en un escenario de recomposición continental, donde actores secundarios como Irán o Pyongyang actúan bajo la órbita coordinadora de Pekín. La cohesión del bloque no depende tanto de tratados como de la convergencia de intereses frente a un enemigo común: la presión sistémica de Occidente.

BRICS, OCS y la ingeniería institucional del nuevo orden

En paralelo, China y Rusia consolidan las instituciones de su arquitectura regional. Los BRICS ampliados funcionan como laboratorio financiero del nuevo orden, experimentando con compensaciones en monedas locales y créditos al margen del FMI. La Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) actúa como foro de legitimación política y militar, donde se ensayan doctrinas de seguridad compartidas. Ambos espacios expresan la ambición de convertirse en un bloque civilizatorio y funcionalmente integrado. No se trata solo de geoeconomía, sino de una narrativa de poder: sustituir la globalización liberal por un regionalismo coordinado, interconectado mediante oleoductos, corredores ferroviarios y sistemas digitales bajo control soberano.

Europa ante su desplazamiento estratégico

La reacción europea oscila entre la advertencia moral y la impotencia táctica. En su encuentro con Li Qiang en Kuala Lumpur, el presidente del Consejo Europeo, António Costa, pidió a China “ayudar a poner fin a la guerra” y calificó el conflicto como “amenaza existencial” para Europa. Pero Pekín percibe a Bruselas como un actor subordinado al dilema estadounidense, incapaz de actuar con autonomía real.

China mantiene una neutralidad calculada: rechaza enviar armamento, pero sigue suministrando componentes de doble uso y mantiene el comercio estratégico con Moscú. La señal apunta a que el bloque euroasiático no aceptará tutelas externas, y su estabilidad no dependerá de la validación europea.

De la cooperación al modelo de régimen

En el fondo, lo que está emergiendo es algo más que una alianza de conveniencia. Se configura una alianza de régimen, una convergencia entre sistemas que comparten un diagnóstico histórico: la democracia liberal está en crisis y el capitalismo financiero, en descomposición.

Xi y Putin encarnan una arquitectura de supervivencia mutua que combina planificación estatal, control tecnológico y legitimidad nacionalista. Rusia aporta recursos; China, manufactura y coordinación estratégica; Corea del Norte e Irán, capacidad de disrupción. En conjunto, conforman un ecosistema resistente, orientado a neutralizar sanciones y a fragmentar los flujos globales de valor.

En esta Eurasia en formación, Pekín emerge como eje gestor de la multipolaridad, Moscú como socio táctico y los demás como satélites funcionales. No se trata de un nuevo imperio, sino de un orden de interdependencias controladas, diseñado para sobrevivir en un mundo donde la hegemonía se desvanece y la estabilidad vuelve a medirse, una vez más, por la capacidad de resistencia.