Tribuna

Las claves ocultas de las elecciones 2025-2026: por qué Europa no entiende a Estados Unidos

El trumpismo resiste, la izquierda radical avanza y los jóvenes votan movidos más por el desencanto económico que por la ideología

El alcalde electo de la ciudad de Nueva York, Zohran Mamdani, posa para una selfie después de asistir a la conferencia SOMOS Puerto Rico en San Juan, Puerto Rico
El alcalde electo de la ciudad de Nueva York, Zohran Mamdani, posa para una selfie después de asistir a la conferencia SOMOS Puerto Rico en San Juan, Puerto RicoASSOCIATED PRESSAgencia AP

Resulta sorprendente leer algunos análisis en la prensa europea sobre lo que ha sucedido en las elecciones en Estados Unidos el martes 4 de noviembre pasado.

Los titulares eran una colección interminable de «wishful thinking», ese vicio de confundir los deseos con la realidad. Entre los más facilones: «Victoria incuestionable», «Trump derrotado», «los demócratas toman ventaja con vistas a las elecciones de mitad de legislatura…» y algunos peores todavía. Ninguno analiza la sociedad actual estadounidense.

Uno de los peores errores conceptuales es hacer paralelismos y comparaciones entre los Estados Unidos y Europa. Ambas orillas del Atlántico no son equiparables ni en lo positivo ni en lo negativo. El bipartidismo estadounidense los ha protegido del extremismo político durante décadas. Sin embargo, en esta nueva era política, el bipartidismo ha permitido a los radicales instalarse en el corazón del sistema.

Los extremistas se dieron cuenta de la imposibilidad de crear un nuevo partido; el sistema estadounidense los expulsaba y condenaba a la marginalidad. La única vía era la infiltración desde dentro.

Esto es lo que ha ocurrido, hasta cierto punto, en ambos lados del espectro político. No obstante, en el Partido Republicano los extremistas más duros se han quedado en los márgenes del partido; otros se han reconvertido en conservadores clásicos y los demás se han sumado al movimiento MAGA. Al mismo tiempo, el trumpismo, que es muy amplio y variado, ha incorporado a elementos y sectores de la sociedad que estaban fuera de la vida política y que jamás o rara vez habían participado en procesos electorales o en la vida sociopolítica del país.

Como decía muy gráficamente Don (Donald) Jr., el hijo mayor del presidente Trump, sin duda el que mayor olfato político tiene de todos los hermanos: «los neocons y los ultraconservadores», y otros sectores del mismo mundo ideológico, «están para apoyar al movimiento MAGA, no para dirigirlo». Este fue el serio aviso a navegantes que lanzó a los críticos de la política exterior de su padre, que se ensañaron especialmente con Steve Witkoff y con el secretario de Estado Marco Rubio.

En el Partido Demócrata, por el contrario, la extrema izquierda ha irrumpido con una intensa estrategia de ocupación y dominio. Ha copado puestos en la Cámara de Representantes, Asambleas y Senados estatales, Ayuntamientos cruciales y —lo que es especialmente preocupante— puestos de fiscal general de algunos estados o de fiscal de distrito en grandes ciudades. Al ser estos puestos electivos en los Estados Unidos, el impacto en la inseguridad ciudadana y en la instrumentalización de los tribunales como arma política es una terrible realidad. El caso de la fiscal general del Estado de Nueva York, Letitia James, contra Trump es el máximo paradigma de esta estrategia.

En el Partido Demócrata se han hecho fuertes los autodenominados «Democratic Socialists of America» (DSA). La denominación es deliberadamente engañosa. Lo de «democratic» nada tiene que ver con la socialdemocracia a la europea; es solo para subrayar su pertenencia al Partido Demócrata.

El senador Bernie Sanders es un radical marxista que trató de ocultar sus simpatías comunistas y sus viajes a la URSS al principio de su carrera política. Hoy ya ni lo intenta. Hace veinte años hubiese sido impensable que alguien de este perfil ideológico llegase a ser senador de los EE. UU., mucho menos finalista en las primarias presidenciales del Partido Demócrata.

Hoy un grupo de diputados muy extremistas en la Cámara de Representantes ha formado un grupo autodenominado «The Squad» (la escuadra), encabezados por la radical populista de extrema izquierda Alexandria Ocasio-Cortez (AOC). Especialmente radicales son Ilhan Omar o Rashida Tlaib, que han defendido abiertamente tesis de la organización terrorista Hamás. AOC se ha embarcado en una guerra abierta contra las «oligarquías», es decir, contra la economía de mercado en su conjunto, en una disparatada gira por todo el país, contribuyendo a la polarización de una sociedad cada vez más dividida, enfrentada y crispada.

El alcalde electo de Nueva York, Zohran Mamdani, es un caso extremo de lo que aquí analizamos. Frente a los que ponen el acento en que es musulmán (de hecho, es de la rama minoritaria, los chiíes), son sus profundas convicciones marxistas las que deberían haber llamado la atención de los analistas europeos.

Su padre, Mahmoud Mamdani, es exalumno de la Fletcher School of Law and Diplomacy de Tufts y doctor por la Universidad de Harvard. El profesor Mahmoud Mamdani es el clásico ejemplo de catedrático de Columbia de inquebrantables convicciones marxistas.

El hogar de Zohran Mamdani es todo menos la típica familia musulmana conservadora. Además de un padre catedrático comunista de una universidad como Columbia (hoy por hoy extraordinariamente escorada a la izquierda), su madre es Mira Nair, una india de Mumbai, de la casta más alta, la bramínica, que es una superestrella del cine mundial, ganadora de la Palma de Oro de Cannes y directora de películas tan importantes como «Salaam Bombay», «Mississippi Masala» (protagonizada por Denzel Washington) o «Monsoon Wedding», ganadora del León de Oro del Festival de Venecia.

El joven Zohran Mamdani es todo menos hijo del proletariado: es un joven de formación de élite, pero muy básica, pues solo tiene un grado, eso sí, con muy buenas notas. El nuevo alcalde de la ciudad más rica del mundo carece de la más mínima experiencia laboral o política, y mucho menos de gestión.

Su programa de gobierno es un disparate irrealizable. Si cree que se puede volver al desastre ruinoso de los economatos de Estado en el siglo XXI o expulsar no solo a los ricos, también a los profesionales mejor pagados de los EE UU, con la consiguiente ruina de la ciudad (en los últimos cinco años Nueva York ha perdido 700.000 residentes y Mamdani va a multiplicar este éxodo), es que le faltan muchas lecturas imprescindibles al hijo del catedrático comunista. Casi todas.

Nueva York es un verdadero Estado, no solo una ciudad: 35.000 policías y más de 10.000 efectivos de otros cuerpos de seguridad, solo por mencionar un aspecto de la gestión. La ciudad de Nueva York gestiona escuelas, guarderías, depuradoras, suministro de agua, hospitales, clínicas, dispensarios y diversas agencias. No parece que el joven comunista sin experiencia laboral pueda triunfar donde muchos de sus predecesores, alguno de gran peso político, apenas consiguieron salir airosos. Mamdani corre el riesgo de hacer bueno al desastroso e incompetente Bill de Blasio.

Dicho todo esto, hay unas razones subyacentes y profundamente arraigadas en la sociedad estadounidense que explican los éxitos electorales del Partido Demócrata del martes 4 de noviembre pasado. Pero, muy especialmente, explican el triunfo de un marxista que dudo mucho sea creíble en nada y que carece de «ninguna cualidad política salvo el “pico de oro” y “cero experiencia” de gestión».

La victoria de Mamdani no es un cheque en blanco a la izquierda radical; es una «señal de socorro» enviada por los votantes jóvenes empobrecidos. Es el espejo del fenómeno que llevó a muchos jóvenes a apoyar a Donald Trump, que ganó el voto de menores de 30 años por más de 36 puntos a Kamala Harris. La realidad es que esta generación de estadounidenses es la primera que vive peor que sus padres. La estructura económica ha hecho difícil o casi imposible que los jóvenes sean propietarios de su vivienda, que puedan formar una familia o progresar económicamente.

Mamdani diseñó una estrategia que muchos entendieron como «reconfortante y empática», centrándose casi exclusivamente en el acceso a los servicios básicos y a la vivienda.

El problema no es solo la retórica, es la realidad. El sistema actual es percibido por muchos jóvenes no como capitalismo de libre mercado, sino como «capitalismo de compinches» (crony capitalism) y dominio de las oligarquías. Ven un sistema donde las corporaciones y los más ricos diseñan políticas a sus expensas. El ejemplo más claro es la vivienda: en Nueva York y California, los inversores institucionales compran viviendas masivamente, expulsando del mercado a las familias y exacerbando una crisis del coste de vida para millones de estadounidenses. Mamdani no ganó por su ideología marxista; ganó porque sus votantes sienten que el sistema actual está amañado y los ha abandonado.

La victoria en Virginia y Nueva Jersey demócrata no es ninguna sorpresa para quien conozca los EE UU. La victoria del Partido Demócrata en el estado de Virginia (donde había un gobernador republicano muy eficaz y popular, Glenn Youngkin, que no se pudo presentar por la limitación de mandatos) es todo menos un síntoma de cambio político. Tampoco lo es la reelección del gobernador demócrata de Nueva Jersey, un estado que no tiene gobernador republicano desde el segundo mandato de Chris Christie. Nueva Jersey es un estado tradicionalmente demócrata.

La lección clave, y la verdadera clave oculta para las elecciones de 2025 y 2026, es la adaptación, o más bien la falta de esta.

El movimiento MAGA y el conservadurismo en general deben rediseñar su estrategia: no pueden simplemente defender un statu quo económico que aliena a decenas de millones de jóvenes o de las clases media y media baja (que fueron su sustento principal en las elecciones de 2024), ni pueden permitirse ignorar a independientes y mujeres jóvenes que no comulgan con el radicalismo de la nueva izquierda «made in the USA».

La victoria de Mamdani no es necesariamente un triunfo de la izquierda radical; es una llamada de socorro angustiada de varias generaciones de estadounidenses que se sienten desesperados, desamparados y aplastados. Pero estas elecciones no son de gran trascendencia para la política nacional; las del año entrante sí, y ahí la formidable maquinaria que llevó a Trump a una victoria aplastante en noviembre del año pasado se pondrá en marcha una vez más, dejando en papel mojado las sesudas predicciones de buena parte de los medios europeos.