Análisis

Duchas escocesas trumpianas y otros exabruptos

No es Occidente el que quiso volver a ser adversario de Rusia. Negar las amenazas de quien se proclama tu enemigo es el camino más corto a la guerra y posiblemente a la derrota

From right, U.S. Special Envoy Keith Kellogg, United States Vice-President JD Vance and United States Secretary of State Marco Rubio meet with Ukraine's President Volodymyr Zelenskyy on the sidelines of the Munich Security Conference in Munich, Germany, Friday, Feb. 14, 2025. (AP Photo/Matthias Schrader)
Vance, en una de las sesiones de la Cumbre de MunichASSOCIATED PRESSAgencia AP

El 27 de octubre de 1964, con un memorable discurso en apoyo de la campaña de Barry Goldwater, candidato a la presidencia de los EEUU, Ronald Reagan iniciaría su exitosa carrera política de la voz más influyente del movimiento conservador moderado del siglo XX, y el campeón de la victoria de Occidente contra el bloque soviético en la guerra fría. Reagan criticó lo que algunos consideraban paz: «La historia recogerá con asombro que aquellos que más podían perder fueron lo que menos hicieron para evitarlo».

Frase sin duda para el mármol, que parece describir con dramática precisión lo que hoy estamos viviendo, y que muy bien podría aplicarse a ambos lados del Atlántico. Parece que los europeos que mejor entienden la perentoria necesidad de incrementar su gasto en defensa son los que más cerca están del epicentro del riesgo, en este caso ruso.

El cambio de filosofía, casi de identidad esencial de Suecia y Finlandia pasando de neutrales a miembros de la alianza, es un cambio copernicano que demuestra que dos países que lograron pasar toda la guerra sin dejar de ser neutrales, hoy sienten que el riesgo es infinitamente mayor para ellos hoy que lo fue entonces.

En 2002 formaba parte de una delegación de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, concretamente de la Comisión de Derechos Humanos. Se nos había designado para evaluar posibles crímenes de guerra en Chechenia y fuimos testigos de varias sesiones de la comisión de investigación de la Duma en la que un diputado polaco miembro de la delegación y sentado a mi lado y preso de la ira comenzó a insultar al general que estaba declarando. Lo cogí de los hombros y lo senté casi a la fuerza recordándole que debíamos mantener la objetividad y la compostura.

Lamentablemente el incidente fue recogido por las televisiones, pero el gesto me permitió hablar con algunos protagonistas de primer nivel entre ellos una pareja de periodistas putinistas indisimulados, que durante una cena me dejaron muy claro que los rusos, se entiende los que piensan como ellos, no podrían nunca ser aliados de Occidente. Aseguraron que convertirse en miembros de la OTAN era un disparate y la amistad con Occidente una quimera. «Los rusos de hoy, aunque ya no seamos soviéticos, no sabemos vivir sin el antagonismo con Occidente».

No fueron los únicos que decían esto. No es Occidente el que quiso volver a ser adversario de Rusia. Negar las amenazas de quien se proclama tu enemigo es el camino más corto a la guerra y posiblemente a la derrota. No olvidemos que la derrota para Occidente significaría el final de nuestras democracias.

Es verdad que Reagan y otros grandes de la victoria de Occidente en la guerra fría sabían muy bien que el enemigo era el comunismo y no Rusia. Occidente lo intentó todo tras la implosión de la URSS, incluso el casi imposible partenariado entre Rusia y la OTAN. Todavía hoy hay quienes mantienen que se debió insistir en este camino, pero no se puede ser amigo de quien se siente más cómodo siendo tu enemigo o como poco tu adversario.

Este es un aviso claro a quienes desde todas las posiciones más extremas, tanto en Europa como en los EEUU, ven en Putin un posible socio o peor aún, un campeón de la Europa cristiana -algunos incluso la Europa cristiana y «blanca». Menudo disparate. Occidente, Europa, EEUU y las demás democracias avanzadas del mundo, no pueden permitirse cerrar esta crisis en falso. No olvidemos cómo empieza: en la injusta e injustificable guerra contra Georgia en la que ocupa y se anexiona, con exactamente la misma estrategia y modus operandi que Ucrania, las provincias georgianas de Abjasia y Osetia del Sur. No hubo prácticamente respuesta de Occidente, Rusia tomó muy buena nota.

Después vino la invasión y anexión de Crimea, a la que se reaccionó con medidas puramente cosméticas. Recordemos que la base naval de Sebastopol estaba alquilada a los ucranianos. Los rusos volvieron a tomar nota y empezaron su lenta pero inexorable expansión por el Dombás con «los pequeños hombres verdes», una fantasmagórica milicia supuestamente ucraniana pro-rusa que no era otra cosa que soldados rusos sin identificar haciéndose pasar por supuestos «unionistas» con la Rodina rusa, la Madre Patria.

Nada, no hubo reacción ni cuando estos facinerosos derribaron el vuelo MH17 de Malaysian Airlines el 17 de julio de 2014. Occidente, Europa y EEUU les pusimos la alfombra roja para que los rusos continuasen su expansionismo. Reconforta, sin embargo, la contundencia con la que el vicepresidente JD Vance dijo -después de su controvertido su discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich- que la paz que desean los EEUU en Ucrania es «una paz duradera y estable, que no aboque a Europa del Este a un nuevo conflicto en los próximos años». Ciertamente impecable como declaración, habrá que ver cómo se concreta y si el plan de paz no premia al agresor animándole a seguir su expansionismo en Europa.

El plan de paz que los EEUU están diseñando podría incluir los siguientes cinco puntos: 1)Un alto el fuego inmediato. 2)Elecciones presidenciales en Ucrania. 3)Envío de tropas de interposición principalmente europeas -y quizás también no-europeas- pero no estadounidenses. 4)Descartar el ingreso de Ucrania en la OTAN -no dicen nada de su posible ingreso en la UE- y 5)Un acuerdo de explotación de la tierras raras y materias primas de valor estratégico del subsuelo ucraniano a favor de los EEUU y esperemos que también sus aliados.

La aspiración de Rusia es neutralizar Ucrania como en su día se hizo con Finlandia, país que les había derrotado en la breve guerra soviético-finlandesa entre noviembre de 1939 y que finalizaría con el tratado de Moscú de marzo de 1940. Los alemanes acuñaron en los 60 el despectivo término de finlandización, la neutralización impuesta por la URSS a un vecino para crear un «espacio de seguridad en sus fronteras».

Los rusos pretenden la finlandización de Ucrania y eso llevaría a nuevas agresiones rusas. Las víctimas más probables serían Moldavia y lo que queda de Georgia. En ambos países la guerra híbrida y gris rusa va avanzando sin pausa, los partidos pro-rusos ganan influencia, y los partidarios de Occidente son acosados por el poder en Georgia y los poderes fácticos en Moldavia. Rusia no se daría por satisfecha con el acoso a las Repúblicas Bálticas, Polonia y sus vecinos con frontera Finlandia y Noruega y sin frontera Suecia. China observa y toma nota.

No ayuda que muchos dirigentes políticos europeos y no pocos medios se rasguen las vestiduras ante el discurso del vicepresidente de los EEUU JD Vance. Por cierto, conviene analizar las declaraciones de los responsables estadounidenses en detalle, ha abundado la brocha gorda. Es verdad que algunas declaraciones son preocupantes, pero cuando el secretario de Defensa dice que volver a las fronteras de 2014 no es realista, parece excluir, contrario sensu, todo lo adquirido ilegalmente desde 2014, incluidas las anexiones hechas por los «pequeños hombres verdes» y obviamente las obtenidas en la guerra. No parece que una declaración repetida por Pete Hegseth varias veces sea un error o lapsus lingue.

La extrema derecha pro-rusa se ha apresurado a mandar a sus disparatados terminales a los medios del continente regocijados por el «el principio del fin de la OTAN». Lo que es más preocupante es que algunos medios importantes están proclamando la muerte de la relación transatlántica. El discurso de Vance era muy crítico con Europa, pero si de verdad creemos que ciertas ideologías son peligrosas para la democracia que se les impida participar en las elecciones, como nuestra ley de partidos que ilegalizaba los partidos vinculados al terrorismo.

Vance no tiene razón cuando afirma que todas las ideas son respetables porque no lo son. Los extremismos más violentos no lo son, el nazismo, fascismo, racismo repugnan a la democracia. Pero el comunismo, marxismo-leninismo, estalinismo también. El islamismo radical y su hijo el yihadismo son un monstruo que no tiene cabida entre nosotros.

Pero la denuncia de Vance al wokismo, la política de la cancelación, los excesos de las izquierdas europeas radicales o radicalizadas son una realidad que no se puede ni se debe ignorar. La censura wokista pasará a la historia como un movimiento que intentó mermar nuestra libertad de expresión sacrosanta. Por último, el anuncio del «escudo democrático» de la UE es muy preocupante e impropio del club de las democracias más avanzadas.

Las patadas al tablero que haya podido dar Trump no pueden hacernos perder la perspectiva de nuestras propias responsabilidades o de guardar la serenidad y claridad en nuestros análisis. Algunas declaraciones europeas de los últimos dos días son también exabruptos lamentables impropios de partidos moderados. Al exabrupto no se le puede responder con el exabrupto.