Análisis

Ucrania: del fracaso de la Blitzkrieg de Putin a la guerra de desgaste

La existencia de un sentimiento ucraniano nacional cambia el curso de la invasión planeada por Rusia

Las sanciones financieras acordadas por iniciativa conjunta europea y americana están teniendo un profundo impacto en el desplome del rublo y de la bolsa de Moscú
Las sanciones financieras acordadas por iniciativa conjunta europea y americana están teniendo un profundo impacto en el desplome del rublo y de la bolsa de MoscúVITALIY HRABARAgencia EFE

La invasión de Ucrania no está yendo como Putin imaginó. A los soldados rusos se les comunicó que iban de maniobras al Oeste, un nuevo ejercicio Zapad. Unas horas antes de comenzar las hostilidades se les dijo que los hermanos eslavos ucranianos –tras ser liberados de la camarilla neonazi y prooccidental que les oprimía– los iban a recibir con los brazos abiertos. Cuando en vez de rosas les llovieron cócteles molotov y misiles, muchos de los engañados conscriptos debieron pensar que aquello de que rusos y ucranianos eran el mismo pueblo era bastante dudoso. Efectivamente, la existencia de un sentimiento ucraniano nacional era hasta este momento una hipótesis a confirmar. Pero ahora ya lo sabemos todos –rusos, occidentales y hasta los mismos ucranianos– que este sentimiento existe, y es lo suficientemente fuerte para arriesgar la vida en su defensa. La motivación, es decir, aquello que te impulsa a luchar, es pues muy diferente en los dos bandos en conflicto: el soldado ruso de a pie está lleno de dudas; el ucraniano, de amor patrio. Esto explica, en parte, porque la guerra relámpago concebida en la mente de Putin y prometida a sus tropas está siendo más sangrienta y desarrollándose más despacio de lo imaginado.

Pero cabe preguntarse: ¿será útil tanto sacrificio del pueblo y Ejército ucraniano, si al final acaba imponiéndose la superioridad militar rusa? Con independencia de que cuando un pueblo lucha por su identidad no lo hace racional sino emotivamente, mi respuesta a esta pregunta es un sí, sin paliativos. Pero tendremos que ampliar el foco si queremos razonar esta afirmación. A una eventual victoria rusa y ocupación de todo el territorio ucraniano para «pacificarlo» seguirá probablemente un movimiento guerrillero alimentado por el mismo pueblo que ha visto sucumbir heroicamente a un Ejército y Gobierno democrático. Este escenario de alzamiento popular general –apoyado por la OTAN con fondos, armamento e inteligencia– surgirá cuando las fuerzas rusas y aliadas estén separadas solo por una estrecha raya; será, por lo tanto, altamente inestable y peligroso. Peligroso de poder conducirnos a una Tercera Guerra Mundial, pero esta vez con armas nucleares en los dos bandos. Lo ideal sería no llegar nunca a esta situación, o al menos, alcanzarla lo más tarde posible, para permitir que las sanciones comerciales vayan frenando al Sr. Putin. Es esencial que el Ejército ucraniano resista el mayor tiempo, para que los rusos sientan el progresivo mordisco financiero y comercial en sus propias carnes. Y este tiempo, estimo, debería ser, idealmente, de un año y medio.

El presidente Biden declaró –quizás un poco ingenuamente– que EE UU no iban a combatir en suelo ucraniano. Ingenuamente, porque no todas las verdades deben explicitarse o, sino, nunca se podría jugar al póker. También es verdad que tanto Biden como Putin saben que una guerra nuclear no tendrá nunca ganador; todos seremos perdedores. Pero esto no impide –al menos al sátrapa ruso– jugar al póker con la baraja de las amenazas nucleares. Para tratar de apagar los faroles de Putin, el bando occidental no tiene otra arma que las sanciones contra Rusia mientras aumenta al máximo el nivel de disuasión convencional estacionando tropas de combate en los países orientales europeos.

Las sanciones financieras acordadas por iniciativa conjunta europea y americana están teniendo un profundo impacto en el desplome del rublo y de la bolsa de Moscú, en los bancos y ahorros de los ciudadanos rusos y haciendo muy difíciles las transacciones exteriores y, por lo tanto, el comercio ruso. Por propia iniciativa y sin que nadie les haya forzado, multitud de empresas occidentales han suspendido sus actividades en Rusia. Pero lo que va a devastar realmente la economía rusa son las sanciones directamente comerciales, especialmente contra la venta de gas y crudo, principal fuente de ingresos de exportación. Con los fondos que obtiene con la venta de los 5 millones de barriles diarios de crudo que coloca en Europa, el Sr. Putin se permite amenazarnos con sus armas nucleares y financiar el Ejército que invade Ucrania. La venta de gas natural a Europa es otra fuente de chantaje contra nosotros. Urge evitar estas dependencias logrando acuerdos con los países árabes, con Venezuela e Irán y, por ultimo, pidiendo a EE UU que aumente su producción por el procedimiento del «fracking». Podría objetarse que Irán y Venezuela son también «malos»; pero lo son sin armas nucleares, al menos de momento. O sea, que buscando el mal menor, habría que conseguir acuerdos con ellos, lo que se estima podría tardar unos seis meses, incluyendo el plazo para restaurar su alicaída capacidad extractora. También los acuerdos con Arabia Saudí, Emiratos y Kuwait para que aumenten su producción serán difíciles pues implican romper la OPEC+. Pero se puede conseguir dentro del mismo plazo si la Administración Biden se emplea a fondo. En cuanto a aumentar la producción interna de combustibles en EE UU, va a exigir demorar los plazos hacia la energía «verde» que tan queridos son por algunos correligionarios del presidente Biden. Los europeos también deberemos hacer nuestros deberes reduciendo nuestro consumo energético y replanteándonos el ritmo de transición ecológica. Los occidentales deberíamos pues fijarnos un plazo razonable –unos seis meses por ejemplo- para sustituir todos los combustibles que nos llegan de Rusia. El lograr colocar en el mercado un volumen de combustibles extra equivalentes a lo que nos vende ahora Rusia logrará que bajen los precios y, por lo tanto, los fondos que financian las aventuras bélicas de Putin. Lo que nunca deberíamos intentar es dejarle sin clientes tales como China. Hay que evitar que el Sr. Putin crea que queremos cambiar su régimen. Putin es malo, pero lo que le pueda sustituir puede ser aun peor pues las fuentes del revanchismo ruso son profundas. Hay que darles a todas estas medidas un plazo de un año extra para que Rusia reflexione sobre donde le está llevando su nostalgia imperial. Así que la resistencia del Ejército ucraniano está concediendo al mundo entero un plazo para evitar una tragedia universal. Todos deberíamos estarles muy agradecidos.

Ángel Tafalla es Académico correspondiente de la Real de Ciencias Morales y Políticas y Almirante (r)