El asedio de Mariupol
Andrii, el soldado de Azov, que lleva dos años prisionero en Rusia: "Le encantaba la historia, probablemente entendió mejor el nivel de amenaza rusa y quiso detenerlo”
Natalia, de 54 años, relata a LA RAZÓN la agonía de la ausencia de su hijo de 29 años y recuerda su último mensaje antes de rendirse en Mariupol: "Nos dijo que todo estaría bien, pero no se le veía seguro"
Han pasado dos años desde que 2.500 soldados ucranianos, entre ellos más de 1.000 combatientes del regimiento "Azov", salieron de "Azovstal". Esta vasta planta metalúrgica se convirtió en su último bastión en Mariupol, una ciudad portuaria destruida casi por completo por las fuerzas rusas durante el brutal asedio de 2022. Después de haber resistido bombardeos interminables y enfrentarse a una escasez extrema de alimentos, medicinas y municiones durante varios meses, finalmente siguieron una orden del alto mando ucraniano de deponer las armas. Su esperanza era que en unos meses serían devueltos a Ucrania.
La realidad ha demostrado ser completamente diferente. Sólo unos cientos de combatientes de Azov han regresado a través de canjes, el último de ellos hace más de un año. Unas 60 personas murieron por una explosión durante su encarcelamiento en Rusia. Unos 900 permanecen en prisiones rusas, con sus familias viviendo un drama diario.
La esperanza es lo último que se pierde
“Antes de salir de Azovstal, nos envió un mensaje de texto diciendo que nos ama y que todo estaría bien. Pero sentí que él no estaba tan seguro”, dice Natalia, de 54 años, madre de Andrii, de 29, sobre la última vez que supo algo de su hijo. Criado en “una familia normal” en Leópolis, Andrii sorprendió a su madre cuando decidió unirse a “Azov” después de completar sus estudios de maestría en una universidad local en 2018. “Le encantaba la historia, leía mucho. Probablemente entendió mejor lo que Rusia podía hacernos y quiso ayudar a detenerlo”, dice.
Andrii estaba muy orgulloso de haber pasado rigurosas pruebas de ingreso a la unidad, que tenía su base en Mariupol desde 2014 después de que ayudó a evitar su captura por las fuerzas lideradas por Rusia en Donbás.
“Azov es como una familia. Se preocupan mucho el uno por el otro y el mérito juega el papel principal”, dice Sevinç, de 32 años, cuyo marido Myjailo también permanece en cautiverio en Rusia.
Al igual que Natalia, Sevinç, que tuvo que escapar de la casa ocupada por los rusos en Berdyansk, siempre asiste a las reuniones que celebran las familias de los soldados cautivos en el centro de Leópolis u otras ciudades. Lo hacen para llamar la atención sobre la necesidad de actuar para ayudar a los “rehenes” ucranianos en Rusia.
“Hay muchísimos prisioneros, no sólo de Azov. Tenemos que luchar por todos. Los muchachos están pasando un infierno”, subraya.
“Sufren torturas y mueren, también de enfermedades, porque no les dan de comer, no hay higiene ni condiciones”, explica.
Según la Sede de Coordinación para el Tratamiento de Prisioneros de Guerra de Ucrania, alrededor del 94% de los que fueron liberados revelaron que habían sido torturados, mediante palizas, electrocución, privación de sueño y comida.
Basta con mirar las fotografías, dice Nadiia Jai. Su hijo Igor, de 22 años, parece un anciano, con su habitual sonrisa reemplazada por una mirada distante e intensa, en un vídeo ruso.
Igor resultó gravemente herido durante el asedio, pero recibió la atención necesaria antes de que los hospitales militares de Azovstal fueran bombardeados y se quedaran sin medicinas. Ella sabe poco sobre lo que le sucedió después, y toda la información proviene de soldados que estaban detenidos en Rusia con Igor.
“Estuvieron recluidos en una prisión preventiva en Donetsk durante el invierno. Su celda ni siquiera tenía cristales en las ventanas. Dormían en el suelo, sobre colchones viejos y rotos, y rogaban a los guardias que les dieran al menos algo para cubrir las ventanas contra el viento y las heladas”, relata.
No tener información sobre tu hijo es lo peor que le puede pasar a una madre, afirma Nadia. A la mayoría de los cautivos de Azov no se les permite comunicarse con sus familias. Incluso se desconoce su ubicación precisa.
“La Cruz Roja dice que Rusia bloquea el acceso a ellos y no pueden hacer nada”, dice Natalia, madre de Andrii. “Necesitamos la ayuda del mundo. Es muy difícil para nosotros”, subraya.
“Nadie espera que sean liberados inmediatamente. Pero tenemos derecho al menos a escuchar sus voces o a recibir cartas”, afirma Nadia. Rusia necesita enfrentar algunos argumentos serios por parte de organizaciones internacionales o gobiernos, afirma.
“No podemos dejar que los cautivos sean olvidados”, subraya Sevinç, que no cree que los gobiernos y los diplomáticos no tengan medios para presionar a Rusia.
La propaganda rusa ha logrado tener un impacto en el extranjero al presentar a los soldados de “Azov” como nazis, se lamenta Nadia. “Para Rusia, aquellas personas que defienden sinceramente a su país, Ucrania, son todos nazis por alguna razón”, subraya.
Insta a quienes les interese a conocer la verdad sobre “Azov”, que desde entonces se ha convertido en una brigada y continua a combatir en el este, a través de sus redes sociales donde se muestra su entrenamiento y combate.
“También deberían preguntarse: si Azov era nazi, ¿por qué Mariupol y sus residentes estaban vivos bajo Azov, mientras la ciudad fue destruida y tantos murieron después de que Rusia vino a “liberarlos”?”, dice Nadia.
Mientras tanto, creer que sus seres queridos van a regresar fortalece a sus familias. “Tengo que aguantar. Allí lucharon por nosotros, así que tengo que vivir con dignidad, como puedo”, dice Natalia.
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