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Viaje oficial

La monarquía británica agasaja a Trump con toda la pompa y boato para mantener "la relación especial"

La Familia Real preparó una recepción sin precedentes, convertida por los propios organizadores en un auténtico “Trump festival”

La monarquía británica ha vuelto a demostrar su capacidad única para vestir de solemnidad un momento delicado. En un escenario geopolítico especialmente convulso, Londres tiene que asegurarse de mantener la “relación especial” transatlántica con todos los medios a su alcance. De ahí que la segunda visita de Estado de Donald Trump al Reino Unido fuera concebida como un ejercicio de poder blando en estado puro con el que se desplegaron todos los fastos posibles, en un intento de seducir al inquilino de la Casa Blanca con aquello que más aprecia: la teatralidad, la pompa, la imagen grabada para la posteridad.

Ningún presidente de Estados Unidos había protagonizado antes una segunda visita de Estado al Reino Unido. Pero con Trump no se aplican las reglas estipuladas, por lo que Downing Street busca nuevas estrategias para salir lo mejor parado en la guerra arancelaria y reafirmar además el compromiso del republicano con la seguridad europea tras los últimos incidentes en Polonia con los drones rusos, en el contexto de la guerra de Ucrania.

La Familia Real preparó una recepción sin precedentes, convertida por los propios organizadores en un auténtico “Trump festival”. Hubo un desfile militar con 1.300 soldados, marineros y aviadores, más de un centenar de caballos y tres bandas de música. Por primera vez en la historia se mostraron tres estandartes ceremoniales, cuando lo habitual es exhibir solo uno.

Trump y su esposa Melania fueron recibidos en Windsor por los príncipes de Gales antes de encontrarse con Carlos III y Camilla, con lo que protagonizaron un recorrido en carruaje por el interior de los terrenos privados del castillo. Mientras aviones de combate F-35 y la patrulla acrobática de los Red Arrows sobrevolaron la zona en una espectacular jornada cerrada con cena de Estado.

Pese a que todo Windsor se transformó en una fortaleza con un dispositivo policial mayor incluso que el de la coronación de Carlos III, eso no impidió las protestas. Horas antes de la llegada de Trump, se proyectaron sobre el castillo imágenes gigantes y vídeos del republicano con el pedófilo convicto Jeffrey Epstein.

La policía detuvo a al menos cuatro personas responsables de la protesta visual, que incluía además imágenes de víctimas de Epstein, la carta que Trump le mandó por su cumpleaños, y reportes policiales, además de una voz en altavoz cuestionando la relación entre ambos magnates. Por su parte, en Londres, los manifestantes también se concentraron bajo la bandera de la `Coalición Stop Trump´ en una protesta que acabó frente a Westminster.

El escándalo Epstein es un fantasma que amenaza con colarse en la agenda política que tendrá lugar este jueves cuando Trump y se reúna con el premier Keir Starmer, quien atraviesa una crisis de Gobierno tras destituir a su embajador en los Estados Unidos precisamente tras conocerse más detalles sobre su relación con el pedófilo.

El primer ministro es consciente de ese riesgo y de que la rueda de prensa pueda desviarse hacia un terreno pantanoso en el peor momento, justo cuando busca relanzar su liderazgo y proyectar imagen de solvencia internacional.

La visita, en teoría, estaba diseñada para vender un gran logro económico: el llamado “Tech Prosperity Deal”, un acuerdo de inversiones tecnológicas por valor de 31.000 millones de libras anunciado a bombo y platillo, en el que gigantes como Microsoft, Google, OpenAI y Nvidia se comprometen a desplegar capacidades de supercomputación, investigación en inteligencia artificial, desarrollo de nuevos medicamentos y proyectos conjuntos en sectores estratégicos como la defensa o el espacio.

Aunque Starmer ha tenido que aceptar una derrota incómoda en el terreno comercial: los aranceles al acero y al aluminio británicos no se eliminarán, como había prometido en mayo cuando se cerró un acuerdo entre Londres y Washington, sino que quedarán fijados de manera permanente en un 25 %. Aunque en términos comparativos el Reino Unido sale mejor parado que el resto del mundo, que debe afrontar un 50 % de gravamen, el incumplimiento de la promesa de arancel cero genera desconfianza y alimenta la narrativa de que Washington sigue marcando el compás en unas negociaciones en las que Londres no tiene margen suficiente.

En el terreno geopolítico, la situación es aún más espinosa. Starmer intentará que Trump endurezca las sanciones contra Rusia y reafirme el compromiso con la seguridad europea. Pero el estadounidense condiciona cualquier paso a que todos los aliados de la OTAN dejen de comprar petróleo ruso y acepten imponer tarifas punitivas del 50% a India y China, una exigencia inasumible para Londres tras haber sellado un acuerdo comercial con Nueva Delhi e intenta acercar posturas comerciales para impulsar una economía ahora estancada.

Aún más explosivo es el desencuentro sobre Oriente Medio: Starmer está dispuesto a reconocer un Estado palestino este mismo mes si Israel no detiene la violencia en Gaza, algo que Trump rechaza frontalmente al reafirmar su alianza con Netanyahu. Si esas discrepancias salen a la luz en la rueda de prensa conjunta prevista para el jueves, la imagen de unidad se desmoronaría en cuestión de minutos. En definitiva, al republicano no le gusta salir en fotos con líderes débiles. Y Starmer no está en su mejor momento. Aunque, según la prensa, Trump estaría dispuesto a dar un respiro al primer ministro para no empeorar sus problemas domésticos.