Acuerdo de paz
Firma de paz en Washington, combates en Uvira: el doble juego del proceso de paz congoleño
El presidente de República Democrática del Congo y el presidente de Ruanda se encontrarán el jueves para firmar un acuerdo que estará supervisado por EE UU
Félix Tshisekedi, presidente de República Democrática del Congo, y Paul Kagame, presidente de Ruanda, tienen previsto encontrarse este jueves en Washington. Y firmarán, bajo el auspicio de Estados Unidos, un acuerdo de paz destinado a finalizar el conflicto del este de la República Democrática del Congo. La ansiada cita busca reforzar un (supuesto) entendimiento ya firmado en junio por los ministros de Exteriores de ambos países africanos y reforzado en noviembre con un marco de integración económica regional.
El texto prevé, entre otros puntos, la retirada de tropas ruandesas del este congoleño, el fin del apoyo de Kigali al movimiento rebelde M23 (aunque Ruanda sigue negando que exista tal apoyo) y la puesta en marcha de mecanismos que acaben con otros grupos armados que amenazan a la región, como las FDLR. También hay incentivos económicos, como siempre que la conversación gira en torno al territorio congoleño. Porque Washington busca estabilizar esta región rica en minerales estratégicos y atraer así inversiones occidentales hacia Kivu.
Sin embargo, sin que sorprenda a nadie, el encuentro en Washington coincide con un brusco recrudecimiento de la violencia en Kivu Sur. Los combates han vuelto a encender un frente que nunca llegó a apagarse del todo, pero donde la violencia ha alcanzado nuevas cotas. Julián Gómez-Cambronero Alcolea, autor de '¿A quién le importa el Congo?', señala en una conversación telefónica con LA RAZÓN que "creo que no se ha aventurado a pensar que el recrudecimiento de los combates, especialmente en torno a la ciudad de Uvira, está relacionada con la firma en Washington. O con el encuentro entre ambos presidentes".
Su postura resume una sospecha que sobrevuela buena parte del análisis regional: que las partes combaten no solo por el territorio, sino también por la posición desde la que negociarán en Washington… un acuerdo teóricamente ya zanjado.
En los últimos diez días, la tensión se ha concentrado en los territorios de Walungu y Uvira. El 2 de diciembre, apenas 48 horas antes de la cita en la Casa Blanca, se registraron nuevos combates entre la alianza rebelde AFC/M23 y el ejército congoleño (FARDC), apoyado este por las milicias Wazalendo. Los enfrentamientos afectaron a varias localidades de la llanura de la Ruzizi y las colinas cercanas, como Kaziba, Kamanyola, Katogota y Lubarika. Los enfrentamientos comenzaron hacia las 5.30 de la madrugada y obligaron a cerrar escuelas y mercados, antes de desencadenar nuevos desplazamientos masivos de población.
Desde Kinshasa, el mando de las FARDC asegura que sus fuerzas fueron atacadas por el M23 y sus aliados, a los que acusa de querer sabotear cualquier proceso de paz. Por el otro lado, la alianza rebelde encabezada por Corneille Nangaa sostiene que fueron las FARDC y sus aliados, incluyendo tropas burundesas, quienes comenzaron la agresión contra sus posiciones. En definitiva, los rebeldes afirman que cualquier acción de su parte tiene un carácter exclusivamente defensivo.
En este contexto de caos y desinformación, el control de determinadas ciudades adquiere un peso político añadido, un extra en la negociación. Ya ocurrió con Goma y Bukavu, capturadas este año por el M23 en una ofensiva relámpago que disparó el temor a una guerra regional más amplia. Ahora, el foco se desplaza unos cientos de kilómetros al sur, hacia Uvira, a orillas del lago Tanganika.
Uvira, una ciudad estratégica bajo amenaza
Uvira es un puerto, un cruce de caminos. Y también es la sede provisional de las instituciones estatales de Kivu Sur y una pieza central en la arquitectura militar de la región tras la caída de Bukavu (capital de la provincia) en el mes de enero de este año. Pero la ciudad corre peligro. A finales de noviembre, fue escenario de enfrentamientos, no entre el ejército y el M23, sino entre soldados de las FARDC y milicianos Wazalendo, supuestos aliados. Los tiroteos de aquellos días dejaron varios muertos y heridos.
Los mandos militares hablan de elementos indisciplinados o infiltrados, pero la imagen que dan es la de una coalición agrietada y donde una parte de las milicias parece operar con agenda propia. Y esta desconfianza se mezcla con el miedo a un posible avance del M23, porque el frente está peligrosamente cerca. En el eje Katogota–Luvungi, en Lubarika, en la propia llanura de la Ruzizi, los combates registrados el 2 de diciembre confirmaron que la zona es ahora uno de los puntos más calientes del conflicto.
Gómez-Cambronero introduce aquí una lectura que combina lo militar y lo diplomático: "Mantener firme la defensa de la ciudad por parte del ejército, o que esté a punto de caer en manos del M23, descompensaría las fuerzas entre Tshisekedi y Kagame a la hora de hacer sus reivindicaciones". Uvira no solo importa por sus habitantes o su valor estratégico, sino porque su destino puede inclinar a un lado u otro la balanza del poder el día de la reunión en Washington. Una Uvira en manos del gobierno refuerza el discurso de resistencia de Tshisekedi; una Uvira sitiada o capturada alimenta la narrativa que da fuerza al M23 y, por extensión, a Ruanda.
Todo viene impregnado de un sabor a hipocresía. En los acuerdos priman los acuerdos económicos sobre la reconstrucción de una sociedad devastada por la guerra. Ruanda niega apoyar al M23, pero parece dispuesta a firmar un acuerdo donde se compromete a cejar en su apoyo. Ambos lados hablan de paz y los combates siguen. Y el jueves, en teoría, se firmará esa paz ya negociada… pero aún buscan ambas partes poder para negociar.
En esta ecuación dantesca y dolorosa, Burundi, nación vecina de RDC y de Ruanda, aparece como actor decisivo… pero ausente del texto que se firmará en Estados Unidos. Bujumbura no es parte del acuerdo, pese a su ejército está profundamente implicado en la guerra. Ha desplegado a miles de soldados en ambos Kivus desde 2022 (más de 10.000, según estimaciones recientes), y participan en operaciones conjuntas con las FARDC y las milicias Wazalendo con el precio que conlleva cualquier participación directa en una guerra.
Para el presidente burundés, Évariste Ndayishimiye, la presencia de sus tropas en RDC responde a la necesidad de su propia nación de frenar a un movimiento armado que percibe como una amenaza existencial. Dentro de sus objetivos también cabe combatir a grupos rebeldes burundeses, como RED-Tabara, que operan desde suelo congoleño gracias al caos que allí se respira. Pero la alianza AFC/M23, fiel a su victimismo habitual pese a ser el agente agresor en este drama, acusa a Burundi de participar directamente en ataques y bombardeos a civiles, e incluso de desplegar milicianos Imbonerakure junto a las tropas regulares.
El papel burundés se entiende si se vuelve a mirar el mapa. Y lo explica así Gómez-Cambronero: "La ciudad de Uvira, en caso de caer, situaría a los rebeldes, y por tanto a Ruanda, frente a Burundi, y daría una salida al lago Tanganika. El ejército burundés está firmemente comprometido a la defensa de Uvira, precisamente por estos motivos". Un M23 instalado en Uvira colocaría a fuerzas aliadas de Kigali frente a frente con Burundi y abriría un nuevo corredor sobre el Tanganika que reconfiguraría las rutas comerciales y militares de toda la región. La situación es urgente y grave.
Mientras en Washington, en un mundo paralelo, se ultiman los detalles de un acuerdo diseñado para "pacificar" el este del Congo, sobre el terreno se libra una batalla que involucra a múltiples naciones, provoca desplazamientos masivos de población, asesina a inocentes y alimenta el fuego de la discordia.
La firma del 4 de diciembre puede marcar el inicio de una nueva fase, quizás, pero difícilmente. El verdadero termómetro de la paz se medirá en lugares como Kaziba, Katogota, Lubarika y, sobre todo, Uvira. Cuando dejen de escucharse tiros. Cuando abran las aulas y se llenen de estudiantes añorantes de su futuro. Cuando los desplazados vuelvan con sus sacos a sus casas. Cuando acaben las violaciones de mujeres. Cuando las bombas no despierten al bebé en las primeras horas de la madrugada. Cuando la paz sea real, en definitiva, y no un papel empapado de tinta y firmado a 11.000 kilómetros del drama.