Extrema derecha

Francia encara el final de la carrera al Elíseo con un empate a cuatro

El empuje del radical de izquierdas Mélenchon y la resistencia de Fillon contrasta con la casi parálisis de la ultra Le Pen y el liberal Macron.

Propaganda electoral de los candidatos al Elíseo
Propaganda electoral de los candidatos al Elíseolarazon

El empuje del radical de izquierdas Mélenchon y la resistencia de Fillon contrasta con la casi parálisis de la ultra Le Pen y el liberal Macron.

Un sprint a cuatro en el que Europa contiene el aliento. En ello se ha convertido la recta final de las presidenciales francesas. Situados en un margen de diferencia casi residual entorno al 20% de intención de voto cada uno, el cuarteto de candidatos que se disputan el Elíseo aprietan sus agendas con actos por toda la geografía francesa sabiendo que esta vez, la «foto finish» puede ser determinante. Una situación inédita en la V República francesa ya que durante medio siglo, los dos partidos dominantes, uno socialista y el otro conservador, concentraron el 80% del voto. Francia se prepara de esta forma para elegir al sucesor de François Hollande en medio de una incertidumbre nada habitual a estas alturas, a la que llegan con posibilidades presidenciales tanto la extrema derecha de Marine Le Pen como la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon.

Las maniobras de Hollande y varios miembros destacados del Gobierno por impulsar al liberal emergente Emmanuel Macron en esta recta final, ante el temor que despiertan los candidatos de los extremos, ha abierto definitivamente la caja de los truenos en el seno del Partido Socialista (PS). Su candidato, Benoît Hamon, desgarrado por la fuga de votos hacia el centro de Macron y la izquierda de Mélenchon, cae al 8%, lo que le acerca peligrosamente a los candidatos extraparlamentarios. Otra situación inédita que conllevan estas presidenciales y que puede dejar al PS en cenizas.

Este escenario viene derivado de otras tantas anomalías que han hecho de esta campaña algo único en Francia. La primera fue la de un presidente que rehusase presentarse a la reelección. Fue el caso de Hollande, el más impopular de las últimas décadas en Francia. A esto hay que añadirle que su relevo natural hubiese sido el candidato del otro gran partido, el conservador Fillon, a quien se daba por vencedor hasta que le estallara el caso del presunto empleos ficticios de su mujer e hijos por el cual está imputado.

En plena precampaña, Fillon libró una batalla a fuego en el seno de su propio partido, Los Republicanos, para que no le apartaran de la candidatura que había conquistado tras un proceso de primarias internas el otoño pasado. Pese a que varios barones del partido consideran vergonzoso el hecho de presentar un candidato imputado con un programa de recortes y ajustes, el escaso tiempo para orquestar un «Plan B» y el apoyo sin fisuras del electorado católico, han permitido a Fillon resistir. Y él ha aprovechado su oportunidad llegando empatado con los otros candidatos hasta el respiro final y con una dinámica algo más creciente que la de Le Pen y Macron en este duelo a cuatro. «No pido que se me quiera, sólo que se me apoye», decía hace unos días Fillon en una especie de lema de campaña que ha sabido calar en parte del electorado de centro-derecha. Una especie de penitencia tras el pecado, en pleno sprint de Semana Santa.

La otra dinámica de la campaña es la que permite tener a la izquierda una opción que hace semanas parecía inviable y viene encarnada en la figura del izquierdista Mélenchon, que ha conseguido ganarle a los socialistas la batalla por pedir el voto útil de la izquierda, en parte gracias a su buen papel desarrollado en los debates televisivos. Veterano orador, Mélenchon ha sabido dirigirse a los jóvenes y ha capitalizado las ruinas del PS.

Y para rematar esta campaña de anomalías encadenadas, los que parecían favoritos hasta hace un par de semanas para clasificarse a segunda vuelta, Le Pen y Macron, ya no las tienen todas consigo. Las dinámicas de Fillon y Mélenchon contrastan con las parálisis en las que han entrado las campañas de la ultraderechista y el liberal emergente. Le Pen ha hecho una campaña defensiva en la que partía de favorita pero su discurso de ruptura con el sistema se ha visto en parte eclipsado con el auge de Mélenchon. Mientras, el liberal Macron ha convertido en defecto la que fue su virtud. Con su inicial «ni de izquierdas ni de derechas» logró dirigirse a un amplio espectro, pero las críticas por su indefinición y algunos titubeos en los debates le han hecho perder fuelle justo en el momento clave. El de Macron es el voto más volátil según los expertos, es decir, el menos consolidado. Algo que en parte puede explicarse por no tener el soporte de ningún partido con tradición detrás, sino el movimiento que él mismo se inventó «En Marche!». Algo nuevo que para sus competidores suena a viejo. Y en eso coinciden los otros tres. Tanto Le Pen, como Fillon y Mélenchon dicen que el joven ex ministro no es más que el apéndice de Hollande disfrazado de novedad con una buena dosis de márketing en redes sociales.

Este domingo sabremos que dos candidatos pasan a la segunda y definitiva vuelta del 7 de mayo. La última conmoción en una noche electoral ocurrió el 21 de abril 2002, cuando el padre de Marine Le Pen y fundador del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, se coló en la segunda vuelta al eliminar al socialista Lionel Jospin. Ahora la sorpresa no sería la clasificación de Marine Le Pen, que muchos llevan tiempo descontando, sino más bien que no lo hiciera.