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Análisis

La irrelevancia de Europa: la tragedia de un declive evitable

La desindustrialización, el estancamiento tecnológico y la implosión demográfica agravan el declive continental, mientras Estados Unidos y China consolidan su liderazgo global

Imágenes de la Casa Blanca resaltan el liderazgo de Trump en la cumbre con los europeos @WhiteHouseEFE

Europa, durante siglos epicentro del poder mundial, se enfrenta a una acelerada pérdida de relevancia. Sus imperios moldearon el mundo moderno, pero tras 1945 cedió la primacía a Washington y Moscú. El proyecto de la Unión Europea nació como una respuesta ambiciosa para superar rivalidades históricas y reconstruir un continente devastado por dos guerras mundiales. El deseo de los padres fundadores era primero la paz entre antiguos enemigos irreconciliables, la reconstrucción y tratar de seguir siendo influyentes en el mundo, aunque solo fuese como potencia económica y comercial. Lamentablemente nuestras aspiraciones se quedaron en ensoñaciones, hoy por hoy, irrealizables. Europa atraviesa un proceso de decadencia multidimensional que amenaza con convertirnos en un actor secundario en un tablero global redefinido por Estados Unidos y China, además de otras potencias emergentes (alguna ya emergidas como la India) que ya han superado nuestro PIB y la capacidad militar o la interlocución con los grandes actores.

1. Irrelevancia política: De protagonista a comparsa

La Unión Europea sufre una parálisis decisoria crónica. Su estructura, que exige unanimidad en política exterior, transforma la PESC (Política Exterior y de Seguridad Común) más en un ejercicio retórico que en la proyección de influencia en el mundo de más de 450 millones habitantes que se vanagloriaba de ser el club de democracias más avanzadas del mundo. Europa ha dejado de ser protagonista en los grandes desafíos estratégicos de las últimas décadas —Irak, Libia, Siria, el control de la agresividad desestabilizadora de Irán o Ucrania. Es más, Europa ha pasado de ser protagonista, a comparsa. El resultado es una cacofonía que anula cualquier pretensión seria de influencia. Y China, sin cortapisas internas ni competidor internacional otro que los EE. UU., ya nos ha quitado la medalla de plata económico-financiera.

Esta división interna impide respuestas unificadas y ha dejado al continente a merced de actores externos. La dependencia energética de Rusia, que antes de 2022 suministraba el 40% del gas europeo, limitó drásticamente nuestra capacidad de respuesta a la agresión en Ucrania, obligándonos a depender del liderazgo y las sanciones dictadas por Estados Unidos. Las nuestras a Rusia de 2008 (anexión de las provincias georgianas de Abjasia y Osetia del Sur) y 2014 (Anexión de Crimea) fueron tímidas, cobardes y acomodaticias.

En Oriente Medio, hemos ido perdiendo presencia por posturas ambiguas frente a la persistencia del terrorismo allí, condenado a Hamas o Hizbulá pero sin aplicar medidas drásticas para cortarles las alas, más allá de incluirlos en la lista de organizaciones terroristas. Eso sí, a Hizbulá solo “su brazo armado” como si el resto de la organización no tuviese los mismos objetivos criminales y no estuviese obsesionada por la destrucción de Israel, dominar el Líbano, oprimir a los libaneses empezando por los chiíes a quienes tiene de rehenes. Todo esto sin olvidar que Hizbulá entera es un proxy de Irán, no solo su brazo armado. A esto hay que añadir la cobardía de la UE ante Irán incluso después de montar atentados como el que se frustró en Parías (junio de 2018 por citar solo el más reciente) por agentes asesinos iraníes con cobertura diplomática, como Assadollah Assadi. Todo esto ha erosionado nuestra credibilidad en la región contrastando con la firmeza estadounidense. Un informe del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR) es tajante: Europa se ha convertido en un “actor secundario” en negociaciones clave mundiales.

2. Debilidad geoestratégica

A pesar de los recientes anuncios de rearme en países como Polonia, Alemania o los Bálticos, y del ingreso de Finlandia y Suecia en la OTAN, Europa sigue siendo un protectorado estratégico de Estados Unidos. El gasto militar conjunto de la UE apenas roza los 280.000 millones de dólares, dispersos en 27 ejércitos con duplicidades y baja interoperabilidad. En contraste, Estados Unidos gasta más de 860.000 millones, un 3,5% de su PIB frente al exiguo 1,7% promedio de la UE.

Incluso los esfuerzos más notables, como el fondo especial de 100.000 millones de euros de Alemania o el objetivo polaco de alcanzar el 5% del PIB en defensa, (asumido por toda la OTAN a excepción del actual gobierno de España) son insuficientes. Capacidades críticas como la inteligencia satelital, la defensa antimisiles, la proyección de fuerza naval y aeronaval o la disuasión nuclear siguen dependiendo de los EEUU. Solo Francia mantiene un arsenal autónomo, el del Reino Unido es de origen estadounidense con un sistema de permisos muy delicado sobre todo para los misiles Trident II embarcados en submarinos nucleares británicos. La guerra en Ucrania ha revelado la debilidad militar estructural de Europa con una crudeza alarmante: la carencia de municiones y la ínfima capacidad productiva demostraron que Europa reacciona, pero no planifica. Se rearma, pero bajo una agenda dictada por la urgencia de las actuales circunstancias y sobre todo ante la perspectiva de perder o que se limite el escudo de los EEUU.

3. El colapso económico: una caída en barrena

La pérdida de peso económico es el síntoma más evidente del declive. En el año 2000, la UE era un coloso que representaba el 25% del PIB mundial, con una economía de 8,6 billones de dólares que competía de cerca con los 10,2 billones de EE. UU. Se vaticinaba que el euro disputaría la hegemonía al dólar.

En 2025, el panorama es desolador. Mientras Estados Unidos supera los 29 billones de dólares, manteniendo su 25% del PIB mundial, la UE-27 se estanca en torno a los 17 billones, representando apenas un 14% del total global. La caída en barrena es incontestable: en 25 años, Estados Unidos ha triplicado su PIB, mientras que la Eurozona apenas lo ha duplicado. La brecha no ha hecho más que ensancharse dramáticamente. En paridad de poder adquisitivo, China ya ha superado a ambos, relegando a Europa a una humillante tercera división económica.

Esta divergencia se explica por un crecimiento anémico, lastrado por crisis mal gestionadas como la de 2008, donde la austeridad europea contrastó con los estímulos masivos de EE. UU., permitiéndole una recuperación mucho más rápida y robusta.

4.Desindustrialización y pérdida de competitividad

El músculo industrial europeo se ha atrofiado, deslocalizado a Asia en busca de costes laborales bajos. Sectores enteros como el textil, el naval o el electrónico han desaparecido en países como Francia, Italia y España. Alemania aún conserva un núcleo de excelencia, pero incluso su célebre modelo exportador sufre la implacable presión china.

España es un paradigma de esta desindustrialización: la industria representa apenas un 15% de su PIB, frente al 22% de Alemania. El problema se agrava por una energía cara, un sobrecoste regulatorio asfixiante y una competencia desleal. Mientras EE. UU. impulsa su industria con energía barata gracias a la revolución del shale gas, Europa sacrifica su competitividad en nombre de una transición verde mal diseñada y precipitada, arriesgándose a convertirse en una especie de “museo industrial” de potencia de pasadas glorias.

5. Rezagados en la carrera tecnológica

Europa ha perdido la carrera tecnológica. La inversión en I+D+I es de un mediocre 2,2% del PIB, muy por debajo del 3,5% estadounidense o el 4% surcoreano. El resultado es una sangría de talento, con miles de investigadores e ingenieros emigrando a ecosistemas más dinámicos.

En áreas críticas como la Inteligencia Artificial, el continente carece de gigantes propios, quedando a merced de Silicon Valley y Pekín. La sobrerregulación obsesiva de la Comisión Europea acaba ahuyentando la inversión. En semiconductores, Europa ha pasado de ser un actor principal de esa industria esencial, a producir menos del 10% mundial, generando una dependencia estratégica crítica de Taiwán. Sin soberanía digital, la soberanía política es una quimera.

6. Decadencia de las élites y crisis institucional

Las élites que construyeron el proyecto europeo —visionarios como Monnet, Schuman, Adenauer o De Gasperi— han sido reemplazadas por una clase política mediocre, sin visión y desconectada de las tragedias que se vienen encima. Este vacío de liderazgo se traduce en una Europa sin rumbo, donde la pérdida de credibilidad ante nuestra ciudadanía alimenta el populismo y el euroescepticismo.

A esto se suma un profundo déficit de transparencia. La burocracia de Bruselas, encarnada en los altos funcionarios de la Comisión Europea, ejerce un poder inmenso sin un control político y judicial insuficiente. Existe una opacidad sistémica que genera una profunda desconfianza ciudadana y una percepción de unas instituciones desconectadas de los problemas del ciudadano de a pie.

7. La implosión demográfica: Un suicidio a cámara no tan lenta

Europa se enfrenta a una bomba de relojería demográfica, que se ha acelerado de manera preocupante en la última generación. Con una tasa de natalidad media de 1,5 hijos por mujer —y cifras críticas de 1,2 en países como Italia o España—, el continente se aboca al suicidio demográfico. En 2050, uno de cada tres europeos será mayor de 65 años. Mientras los EEUU en 2050 aumentará en unos 35 millones de habitantes su población, Europa perderá entre 5 y 10 millones según los cálculos más optimistas, caída solo frenada por la inmigración.

Las consecuencias son devastadoras: colapso de los sistemas de pensiones y sanidad, caída de la productividad y fuga de talento joven. Mientras Estados Unidos compensa su demografía con inmigración cualificada y China mantiene una masa crítica de población, o la India tiene una pirámide poblacional saneada, Europa envejece a un ritmo acelerado, comprometiendo su futuro de manera irreversible.

Conclusión: La humillación como símbolo

La reciente cumbre de Washington entre el presidente Zelenski y el presidente Trump fue la escenificación brutal de nuestra creciente irrelevancia. Los principales líderes europeos, sentados como subordinados al otro lado del escritorio Resolute frente al presidente estadounidense, simbolizó la degradación del estatus del continente. La imagen de Europa reducida a comparsa, entrando por la puerta secundaria del Ala Oeste mientras otros recibían honores, quedará grabado en la retina de la historia.

Europa atraviesa una decadencia sistémica que abarca todos los frentes: político, militar, económico, industrial, tecnológico y demográfico. Corre el riesgo cierto de convertirse en un actor sin peso ni influencia en el nuevo orden mundial. Y conviene subrayarlo: tantas veces se ha vaticinado el declive del imperio americano, y no pocas desde Europa, y es Europa la que está en camino acelerado hacia la irrelevancia como no se ponga remedio urgentemente.