Ucrania
"Ninguna generación reciente de tártaros de Crimea ha vivido libre de la violencia rusa»
Ajmet Bekir, del Centro Cultural Tártaro de Crimea en Leópolis, muestra a LA RAZÓN su oposición a la intención de Trump de reconocer la anexión de la península
Los tártaros de Crimea ven su renacimiento cultural y nacional ligado al regreso de Crimea al control de Ucrania, y rechazan categóricamente cualquier reconocimiento de la península como territorio ruso, una idea insinuada recientemente por Donald Trump. «Todos los tártaros de Crimea conocemos nuestra historia al dedillo», afirma Ajmet Bekir, de 51 años, en una entrevista con LA RAZÓN en el Centro Cultural Tártaro de Crimea en Leópolis. Esta historia, impregnada de dolor y resistencia, continúa definiendo el destino de cada generación, atrapando a esta minoría musulmana en un ciclo de adversidad.
«Ninguna reciente generación ha vivido libremente de la violencia rusa», explica Bekir, que dirige múltiples iniciativas culturales que ayudan a los tártaros de Crimea desplazados a permanecer unidos y familiarizar a los ucranianos locales con su cultura. Las paredes del centro están adornadas con fotografías de Crimea, junto a bordados tradicionales y trajes nacionales de esta tierra cuyo destino es una de las incógnitas que de esta guerra.
Bekir nació en Uzbekistán, adonde todos los tártaros de Crimea fueron deportados por orden de Joseph Stalin en mayo de 1944. En apenas tres días, soldados soviéticos armados reunieron a cientos de miles de personas, arrancándolas de sus hogares. Fue el punto culminante de la represión sufrida bajo el dominio ruso, que comenzó cuando el Estado tártaro fue conquistado en 1783.
Como muchos de su generación, Bekir creció sin aprender la lengua tártara de Crimea en la escuela. Su historia y cultura fueron silenciadas, y las autoridades soviéticas bloquearon durante décadas cualquier intento de regresar a Crimea. Sin embargo, el anhelo de volver a casa persistió entre los tártaros, que nunca se sintieron aceptados en Uzbekistán.
En 2001, Bekir cumplió ese sueño al mudarse a Crimea, entonces parte de una Ucrania independiente. Describe lo que siguió como «un pequeño renacimiento» de su pueblo. Aunque el apoyo de Kiev para recuperar hogares y propiedades fue limitado, los tártaros empezaron a revitalizar su cultura a través de la educación y los medios de comunicación, mientras fortalecían su voz política con la creación del Mejlis, un órgano representativo que abogaba por sus derechos.
Este resurgimiento convirtió a los tártaros de Crimea en la principal fuerza proucraniana en 2014, cuando Rusia lanzó una operación militar para anexar la península. Sin embargo, su oposición no pudo contrarrestar a los miles de operativos secretos rusos y soldados disfrazados que actuaron en medio de la parálisis del Estado ucraniano tras el fallido intento de suprimir las protestas masivas y la huida del presidente prorruso.
Bekir, maestro de profesión, recuerda cómo Rusia intentó comprar la lealtad de los locales con aumentos drásticos de salarios. Pero las detenciones ilegales de tártaros comenzaron de inmediato, intensificándose cuando quedó claro que no aceptarían la anexión ilegal. «Crimea se ha convertido en una isla de miedo», sentencia Bekir. Decenas de miles de tártaros, incluida la familia de Bekir, se vieron obligados a huir en lo que él llama una «deportación silenciosa» que comenzó en 2014. A diferencia de las expulsiones brutales de Stalin, las autoridades instaladas por Putin crean condiciones de vida insoportables que fuerzan a los más activos o amenazados a abandonar Crimea.
Los líderes políticos y religiosos tártaros constituyen la mayoría de los presos políticos locales, condenados con cargos fabricados y a menudo encarcelados en prisiones remotas de Rusia. Sus familias enfrentan acoso constante y viven en un estado de temor permanente, pues cualquier crítica a las autoridades rusas o muestra de apoyo a Ucrania puede desencadenar registros públicos y detenciones.
Desde la invasión rusa a gran escala en 2022, unos 50.000 tártaros han huido de Crimea, muchos de ellos jóvenes que escapan del reclutamiento forzoso en el Ejército ruso. En contraste, el Centro Cultural Tártaro de Crimea en Leópolis ofrece un espacio de esperanza. «Por primera vez, siento que me escuchan cuando hablo de los tártaros de Crimea y nuestra cultura», dice Bekir. La firme oposición de los tártaros al dominio ruso ha transformado su imagen ante los ucranianos, superando años de indiferencia y falta de conocimiento sobre su cultura.
En 2021, una ley ucraniana reconoció a los tártaros como uno de los pueblos indígenas de Crimea, otorgándoles protecciones especiales. Bekir espera que, una vez que Crimea vuelva a ser ucraniana, su autonomía adquiera un carácter nacional, reconociendo el estatus de los tártaros.
Ucranianos y tártaros de Crimea comparten lazos históricos que los hacen más fuertes juntos, explica Bekir. Tanto ucranianos como
tártaros de Crimea sufren las mismas heridas infligidas por Rusia, subraya, heridas que no sanan bajo agresiones repetidas. «Es difícil explicárselo a quienes solo piensan en dinero», dice Bekir, refiriéndose a la propuesta de Trump de reconocer Crimea como rusa. Los tártaros de Crimea subrayan que es crucial para ellos saber que Kiev se niega a ceder Crimea a Moscú, una postura que refuerza su esperanza de regresar a su tierra natal y recuperar su lugar en ella.
El «Mejlis», su órgano representativo, advierte que reconocer Crimea como rusa equivaldría a respaldar el «etnocidio» ruso contra los tártaros, ignorando la deportación de 1944, la supresión de su autonomía política, vida religiosa, lengua y cultura, y su derecho como pueblo indígena a decidir el futuro de la península.
hora, más que nunca, los tártaros de Crimea y los ucranianos necesitan la solidaridad global con su lucha “por la libertad, la independencia y el derecho a determinar su futuro”, subraya el Mejlis.
Con este fin, unos 2.000 tártaros de Crimea combaten en filas del ejército ucraniano, según Mustafa Dzhemilev, un líder político. “No nos importa lo que Trump piense o diga. Seguimos luchando y creemos que recuperaremos lo que nos pertenece”, declara Isa Akayev, un legendario sargento del Servicio de Inteligencia Militar de Ucrania.
Por ahora, la presencia de al menos 250 mil de los tártaros de Crimea en la península ocupada desmiente la narrativa de Moscú de que Crimea siempre ha sido rusa, recordando que su rusificación se logró mediante violencia y marginalización de sus pueblos indígenas.