Elecciones
El bloque conservador de Shigeru Ishiba se desploma en las elecciones al Senado japonesas
El PLD cae por debajo de la mayoría absoluta y pierde el control político tras décadas de hegemonía
La coalición gobernante de Japón, encabezada por el Partido Liberal Democrático (PLD) y su aliado Komeito, se tambalea tras un nuevo revés en las elecciones de este domingo a la Cámara de consejeros. Los sondeos a pie de urna sugieren que han obtenido cerca de 40 de los 125 escaños en juego, muy por debajo de los 50 necesarios para conservar la mayoría absoluta. Este resultado, que marca un punto crítico para la cuarta economía mundial, pone una vez más contra las cuerdas al primer ministro Shigeru Ishiba.
Durante casi siete décadas, el PLD ha sido el pilar indiscutible de la política nipona, dominando la Cámara Alta, un componente clave de la Dieta que aprueba leyes y tratados internacionales. Sin embargo, esta debacle, combinada con la pérdida del control de la Cámara Baja en octubre del año pasado, fractura la hegemonía del partido y amenaza con paralizar la agenda legislativa del Ejecutivo. Escándalos que han minado la confianza pública, divisiones ideológicas internas y un creciente desencanto generalizado han abierto la puerta al ascenso de fuerzas populistas y ultranacionalistas.
El PLD, un coloso que ha moldeado la posguerra japonesa, enfrenta ahora una crisis existencial. Los escándalos de corrupción, las acusaciones de nepotismo y la percepción de desconexión con las preocupaciones de los ciudadanos han erosionado su base de apoyo. Mientras tanto, partidos emergentes, con discursos que mezclan nacionalismo y promesas de cambio radical, han capitalizado el malestar, especialmente entre los jóvenes y las clases trabajadoras.
Ishiba, conocido por su talante moderado y su enfoque en la revitalización rural, llegó al poder con promesas de estabilidad. Sin embargo, su mandato ha sido puesto a prueba por un contexto global convulso: desde negociaciones comerciales con Washington, marcadas por la presión de nuevos aranceles, hasta la necesidad de reforzar la posición geopolítica frente a una China cada vez más asertiva, o las amenazas nucleares norcoreanas. La parálisis legislativa que se avecina ahora podría comprometer su capacidad para responder a semejantes retos.
El ocaso de un gigante
Alguna vez intocable, el PLD parece que está abocado a verse reducido a escombros por una tempestad de escándalos y desaciertos. Los fantasmas de irregularidades financieras, que ya derribaron al ex primer ministro Fumio Kishida y desmantelaron parte de las facciones internas del partido, persiguieron a la coalición durante la campaña. Pero es la crisis económica la que ha debido asestar el golpe mortal: una inflación descontrolada, salarios que no levantan cabeza y el precio del arroz —el alma de la mesa japonesa— disparado casi al doble en un año. Los esfuerzos desesperados del ministro de Agricultura, Shinjiro Koizumi, por liberar reservas de arroz fueron un bálsamo insuficiente para una población furiosa y agotada.
Esta contienda electoral no ha sido solo un ejercicio democrático, sino un referéndum sobre cómo abordar el deterioro del poder adquisitivo y las tensiones sociales que lo acompañan. La coalición gobernante apostó por una estrategia de alivio inmediato: ayudas en metálico para mitigar la presión de los crecientes costes de bienes esenciales. Una propuesta que, aunque atractiva para quienes sienten el agobio diario de los precios, no aborda las raíces estructurales del problema. Por su parte, la oposición desplegó una narrativa audaz, prometiendo recortes en el impuesto sobre el consumo en distintos grados, una medida que podría estimular el gasto, pero que plantea interrogantes sobre su sostenibilidad fiscal en un entorno de alta presión inflacionaria. Más allá de las promesas, el telón de fondo económico ha avivado las tensiones sociales. Las adversas condiciones económicas han dado alas a un creciente sentimiento xenófobo en ciertos sectores. Para algunos votantes, la percepción de que los extranjeros están acaparando propiedades, colapsando destinos turísticos y gastando con opulencia en restaurantes y comercios ha generado un resentimiento que no puede ignorarse.
Los nueve meses de Ishiba al frente del gobierno, análogos a un proceso de gestación política, no han culminado en el nacimiento de un liderazgo sólido, sino en el alumbramiento de una crisis que pone en entredicho la viabilidad de su proyecto. La incapacidad de conciliar su agenda progresista con las demandas de un electorado frustrado y una formación dividida sugiere que este período podría marcar, no un renacimiento, sino el preludio de una transformación profunda. Su apuesta por reformas sociales progresistas, como el respaldo a la opción de apellidos separados para parejas casadas y la defensa de los derechos de la comunidad LGBT, buscaba proyectar al PLD como un agente de modernización. Sin embargo, estas iniciativas han fracasado en conquistar apoyo y han provocado una reacción contundente de la facción conservadora, exacerbando las tensiones internas. En las sombras, Sanae Takaichi, la heredera ideológica del asesinado Shinzo Abe, afila sus cuchillos. Con un discurso nacionalista y un carisma implacable, Takaichi ya se perfila como la salvadora del ala dura del partido, lista para tomar el control si Ishiba cae.
El peso de Washington y el «factor Trump»
El escenario global no ha hecho más que apretar la soga alrededor del cuello del PLD. La amenaza de aranceles del 25% sobre todos los productos japoneses, anunciada por la Casa Blanca de Trump a partir del 1 de agosto, ha puesto a Tokio contra las cuerdas. Ishiba, junto al presidente surcoreano Lee Jae-myung, fue de los primeros en recibir esta advertencia, que incluye un golpe devastador al sector automotriz nipón con aranceles adicionales del 25%. La reciente visita del secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, no trajo alivio; su mensaje de que prefiere un acuerdo «sólido» antes que «rápido» dejó a Tokio sin opciones claras. El PLD, atrapado entre proteger la economía nacional y evitar una guerra comercial, enfrenta un dilema que podría costarle aún más apoyo si no logra un liderazgo firme.
Sanseito: la chispa del descontento
Fundado en abril de 2020 por Sohei Kamiya, un exprofesor de secundaria que captó la atención de las masas a través de YouTube, este partido ultranacionalista ha canalizado el descontento de una generación hastiada. Nacido como reacción a las medidas pandémicas, como la obligatoriedad de vacunas y mascarillas, Sanseito ha forjado una plataforma incendiaria que combina recortes fiscales, una postura radicalmente antiinmigración y un rechazo categórico a las políticas progresistas. Su meteórico ascenso, consolidándose como la tercera fuerza política gracias a campañas virales que han opacado a los partidos tradicionales en redes sociales, refleja el profundo desencanto de los jóvenes con un sistema que perciben como estancado.
Sin embargo, el auge de Sanseito está ensombrecido por serias controversias. Su retórica, frecuentemente impregnada de misoginia, ha desatado críticas en un país que ya enfrenta una de las peores tasas de igualdad de género según la OCDE. Las candidatas del partido, como la carismática Saya, una de sus figuras más destacadas, han sido blanco de un torrente de hostigamiento que incluye amenazas de muerte y agresiones físicas. Además, las sospechas sobre posibles simpatías prorrusas, alimentadas por una entrevista de Saya con el medio Sputnik, han levantado interrogantes sobre las intenciones de Sanseito en el escenario internacional. Han sabido capitalizar el malestar social.
Su lema, «¡Primero los japoneses!», evoca paralelismos con movimientos como el «America First» del magnate estadounidense, centrándose en la oposición a la inmigración y la defensa de la autosuficiencia alimentaria. Sanseito propone clasificar a los campesinos como funcionarios públicos, promover la agricultura ecológica y priorizar la cocina tradicional en los comedores escolares, buscando reforzar su identidad cultural frente a las importaciones extranjeras, especialmente en el contexto de las tensiones comerciales con Estados Unidos. Asimismo, abogan por medidas polémicas, como el control estatal de la industria de videojuegos, manga y anime, considerados pilares de su cultura. Esta propuesta ha generado alarma entre aficionados y creadores, que temen una injerencia estatal en la libertad artística, poniendo en riesgo la vitalidad de estos sectores.