Otro polvorín

El riesgo de conflicto agrava la inestabilidad del Líbano

El país de los cedros, en crisis económica y política permanente, teme verse arrastrado por la guerra entre Israel y Hamás

Funeral del líder militar de Hizbulá Mustafa Badredín, en Siria
Funeral del líder militar de Hizbulá Mustafa Badredín, en SiriaGetty Images

Dejando al margen el drama que viven israelíes y palestinos desde el pasado 7 de octubre, no hay equilibrio más precario ni espera más angustiosa que la de Líbano. En estado de parálisis política y económica desde hace al menos tres años, los cinco millones y medio de ciudadanos –una estimación, pues no hay censo oficial desde 1932— aguardan con inquietud la posibilidad de que su país se vea arrastrado a la guerra que libran Israel y Hamás.

El destino del país de los cedros parece inevitablemente en manos de Hizbulá, el poderoso partido-milicia nacido en el sur del territorio libanés durante la Primera Guerra del Líbano, en 1982, y patrocinado desde su fundación y hasta hoy por la República Islámica de Irán, que tendrá parte de la responsabilidad de un eventual recrudecimiento de su ofensiva contra Israel.

Aunque nace como una escisión del movimiento chií Amal, y su base es la población seguidora de esta secta islámica, la segunda más numerosa tras la sunita, y la oficial en Irán, el prestigio del que Hizbulá goza entre una parte de los libaneses por mor de la manera de enfrentarse a las tropas israelíes –fruto de apoyo financiero y militar de Teherán— hace que el Partido de Dios trascienda la mera adscripción confesional: Hizbulá es el auténtico poder ejecutivo de Líbano, el que tiene la última palabra sobre el gobierno y las grandes decisiones estratégicas de un Estado fallido que, con todo, sigue sobreviviendo un siglo y tres años después de su creación.

No se demoró Hizbulá, partidario de la destrucción de Israel, idéntico el deseo de Irán, Yihad Islámica y Hamás, en unirse a las organizaciones palestinas en la ofensiva abierta contra Israel en la mañana del 7 de octubre. Mientras centenares de terroristas de Hamás se infiltraban en el sur de Israel, Hizbulá lanzaba proyectiles hacia la zona norte (en concreto, contra los Altos del Golán). Desde entonces los lanzamientos de cohetes se han seguido produciendo de manera intermitente, aunque en las últimas jornadas puede constatarse una cierta calma.

Entretanto, los ataques con misiles y las tentativas de infiltración de combatientes de la organización libanesa se han saldado, por ahora, con exitosas respuestas militares de las Fuerzas de Defensa. La participación de Hizbulá en la ofensiva contra Israel le ha costado ya al partido-milicia chií más de veinte bajas, al margen de cobrarse varias vidas decenas de civiles del lado libanés. En el costado israelí han perecido hasta ahora siete soldados y decenas de localidades han sido desalojadas.

Tenso compás de espera

La guerra entre Israel y Hamás avanza mientras los libaneses siguen sumidos en una profunda crisis económica agudizada a partir de 2019 –la libra libanesa ha perdido desde entonces más del 95% de su valor anterior a esa fecha— que no deja de causar estragos en las finanzas del Estado y los ciudadanos. Una situación que se prolonga en el tiempo mucho más allá de lo que sería tolerable fuera de Oriente Próximo y puede seguir empeorando hasta el colapso total.

Sólo la fatiga y la exasperación de los libaneses, que sufrieron con la explosión del puerto de Beirut del 4 de agosto de 2020 su último golpe colectivo, tras décadas de violencia y destrucción, han evitado un nuevo enfrentamiento civil. “Líbano es un país muy cansado, muy fatigado, sobre todo por la crisis económica y que no tiene presidente ni gobierno”, admitía recientemente el veterano periodista y escritor español Tomás Alcoverro, más de cuatro décadas residiendo en el país, quien alberga dudas sobre la voluntad de Teherán de empujar a Hizbulá a una guerra abierta contra Israel.

Entretanto, los libaneses huyen de las zonas meridionales, las más próximas a la frontera con Israel, también de la capital, Beirut, rumbo a áreas más seguras, sobre todo a los valles del norte del país (en un Estado de apenas 10.000 km2 de superficie en el que, de acabar sumido en una espiral de violencia, no habría lugar completamente seguro). Casi 20.000 personas han abandonado ya sus hogares dentro del país desde el 7 de octubre. Muchas de ellas hallan cobijo momentáneo en escuelas; son desplazados internos en un país que cuenta con 1,5 millones de refugiados sirios y otro medio millón de palestinos viviendo de manera precaria.

A pesar de las llamadas a la calma de los líderes políticos a un lado y otro del espectro libanés –incapaz, desde hace un año, de formar gobierno y designar presidente de la República—, a la cabeza el gobierno interino presidido por el sunita Najib Mikati, la clase política nacional sabe que el futuro del país pasa en gran medida por los designios de Hasan Nasrallah, quien ha mantenido –en la línea de largos meses de discreción— un llamativo silencio desde la infiltración y masacre perpetrada por los miembros de Hamás en Israel el 7 de octubre.

Los especialistas coinciden en dudar del apetito de Hizbulá por entrar en guerra con Israel, pero nadie se atreve a descartar ningún escenario. “Si Israel avanza significativamente en el desmantelamiento de la estructura militar de Hamás, Hizbulá y otros grupos apoyados por Irán incrementarán casi con seguridad sus operaciones de ataque”, aseguraba el investigador del Middle East Institute Firas Maksad.

Por ahora, la última pista sobre la estrategia de Hizbulá la dio su líder desde 1992 este miércoles sin necesidad de una de sus otrora habituales alocuciones públicas. Nasrallah recibió en Beirut a altos cargos de Hamás y Yihad Islámica, jefe adjunto de la oficina política y secretario general respectivamente, para escenificar su respaldo a las dos organizaciones palestinas y expresar su deseo de “lograr una victoria real para la resistencia” –según rezaba un comunicado conjunto— bajo las efigies de los ayatolás Jomeini y Jamenei –la inequívoca escenificación de la tutela de Teherán. Entretanto, Líbano, como casi siempre al borde del colapso y dispuesto a renacer de sus miserias, contiene, una vez más, la respiración.