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Japón

Un superviviente de Nagasaki exige acción ante la amenaza nuclear: "Fue un experimento sádico"

Terumi Tanaka insta a las potencias nucleares a que no vuelva a suceder un desastre similar

Terumi Tanaka FRANCK ROBICHONEFE

Mientras el avispero de Oriente Medio amenaza con un incendio global, las guerras en Irán y Ucrania rugen sin tregua y el espectro de una catástrofe nuclear presagia con engullir a la humanidad, Terumi Tanaka, superviviente de la bomba atómica que arrasó Nagasaki el 9 de agosto de 1945, se ha alzado como un centinela implacable.

Desde el auditorio de la Universidad de Tokio, este pilar de Nihon Hidankyo -honrada con el Nobel de la Paz 2024- lanzó un aviso que corta como la metralla: el planeta está al borde del colapso, y la indiferencia es un lujo que no podemos permitirnos. Con la autoridad de quien vio el cielo convertirse en un infierno a los 13 años, el activista no suplica, exige.

Su voz, endurecida por los vestigios del desastre resonó en un anfiteatro silencioso, donde jóvenes con rostros tensos sintieron el peso de un testimonio que no es sólo memoria, sino una cruel advertencia. "El mundo está fracturado y una sola chispa puede desencadenar el fin", aseveró con la furia de quien conoce el verdadero rostro del apocalipsis.

Con la autoridad de quien soportó el fuego atómico, Tanaka no habló desde un pedestal; su voz, frágil pero firme, lleva la fuerza de quien ha cargado el peso de la persistencia. En medio de un silencio sepulcral, no escatimó en su condena a los líderes globales, acusándolos de "perseguir el poder a costa de nuestro futuro, pisoteando la paz", clavando su mirada en los inexpertos, con los ojos encendidos por un dolor que no se apaga.

"Fue un experimento sádico"

Desmontó el relato de que Hiroshima y Nagasaki salvaron vidas al forzar la rendición japonesa: "Fue un experimento sádico con un arma diabólica. Japón ya agonizaba". Su voz tembló de furia al señalar la nueva doctrina nuclear de Vladimir Putin, que rebaja el umbral para el uso atómico, y al congresista estadounidense Randy Fine, quien invocó un ataque nuclear contra Hamás.

"Esas palabras son veneno para la humanidad", sentenció. Asimismo, no esquivó la hipocresía de Japón, que rechaza el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares mientras se resguarda bajo el arsenal estadounidense. "Estas armas no disuaden; solo aniquilan sin clemencia", afirmó. En un mundo resquebrajado, donde Israel ataca las ambiciones nucleares de Irán y el Kremlin intimida a Ucrania, su mensaje es un ultimátum: "Las guerras son el preludio del desastre nuclear. Detenerlas es imperativo". Su legado demanda a la humanidad elegir entre la resistencia y la extinción.

El veterano apunta al riesgo inmediato. "Nueve países -Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel- poseen 9.614 ojivas nucleares en arsenales militares, con 3.912 desplegadas en misiles y aviones, listas para desatar el infierno en cualquier instante", sentenció, citando el devastador informe del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI). Para Tanaka la paz no se hereda, se conquista. Cada número es un latido del horror que vivió en su adolescencia, cuando Nagasaki fue consumida por un fulgor que aún arde en su conciencia.

El informe de SIPRI revela un aumento alarmante en el arsenal global, un retroceso "inaceptable" respecto al año anterior, que para él no es solo una estadística, sino un recordatorio de los cuerpos calcinados, los gritos silenciados y una ciudad reducida a escombros. “No son solo números, son el filo de la aniquilación”, dijo, exigiendo que el mundo despierte ante la amenaza que se cierne.

Por su parte, Hans Kristensen, experto en armas de destrucción masiva de SIPRI, amplifica la alarma con una claridad escalofriante: "La era de reducción de armas nucleares, que trajo esperanza tras el fin de la Guerra Fría, está muerta. Hoy enfrentamos arsenales en expansión, una retórica nuclear cada vez más beligerante y el colapso de los tratados de control de armas que alguna vez nos protegieron".

6 de agosto de 1945

Aquel verano, al final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos desató el infierno nuclear: el 6 de agosto de 1945, Hiroshima quedó devastada, con 140.000 vidas segadas; tres días después, Nagasaki lloró 70.000 muertes bajo el mismo fuego, en el único uso de armas nucleares en un conflicto armado. Tanaka, que a los 13 años vio su mundo reducido a cenizas, lleva en la piel y el alma esas cicatrices.

"No fue solo una explosión, fue el fin de todo lo que conocíamos", dice, mientras sus manos, marcadas por el tiempo, señalan a los jóvenes como guardianes de un futuro frágil. Los sobrevivientes, conocidos como ‘hibakusha’, enfrentaron un calvario sin fin: leucemia, cáncer y quemaduras que dejaron marcas imborrables. Tanaka evoca también el eco de 1954, cuando la tripulación del pesquero japonés Daigo Fukuryu Maru fue envenenada por la radiación de una prueba de bomba de hidrógeno estadounidense en el atolón de Bikini, un recordatorio de que dicho peligro no se extinguió con la guerra.

"Este Nobel no es un premio, es un mandato", sentencia Tanaka, haciéndose eco de las palabras de Tomoyuki Minomaki, presidente de Nihon Hidankyo, quien, al conocer el galardón, expresó su gratitud: "Me alegra que lo recibamos mientras aún estamos con salud". Pero el tiempo apremia. Según el gobierno nipón, solo 106.825 hibakusha poseían el Certificado de Sobreviviente de la Bomba Atómica en marzo de 2024, una caída drástica desde los 370.000 de 1980. Cada año, las voces de los testigos se apagan, y con ellas, el riesgo de que el mundo olvide.

Ahora, Tanaka no habla desde la nostalgia, sino desde la urgencia de quien sabe que la humanidad coquetea con el abismo. "No podemos permitir que este horror se repita", proclama, mirando a unos rostros que reflejan el peso de su mensaje. En este auditorio, donde el mutismo es tan denso como la reminiscencia, su testimonio no es solo un relato, es una advertencia feroz