Opinión
«Trump first»: el entierro del consenso de Bretton Woods (II)
EE UU quiere imponer un orden económico internacional basado en un sistema de aranceles organizado desde Washington DC
En el anterior artículo, vimos que Estados Unidos quiere recuperar su poderío económico, y sobre todo industrial. En ese sentido, se dice que la Historia es una ciencia social de gran utilidad, porque, entre otras cosas, permite que una sociedad bien organizada evite lo que vulgarmente se llama tropezar dos veces con la misma piedra; con gran derroche de medios al recurrir a métodos obsoletos como el de los aranceles, en un mundo que iba por buena senda.
Exactamente, a partir de 1944, todavía en guerra, se crearon nuevas instituciones monetarias y financieras a escala mundial, dentro de las nacientes Naciones Unidas, que hicieron posible un comercio mundial con fuerte expansión, más racional.
A diferencia de 1918, en 1944 no hubo improvisación por parte de los vencedores. En 1944, se buscó una paz razonable, evitando los males del armisticio del 11 de noviembre de 1918, y del Tratado de Versalles de 1919. Que como se dijo tantas veces marcó, por su iniquidad y su espíritu de venganza contra Alemania, un fuerte impulso revanchista. Que Hitler aprovechó en pro de la Alemania nazi, en tanto que John M. Keynes criticó el Tratado con la publicación de su libro «Las consecuencias económicas de la paz»: volvería la guerra.
El cambio de actitud de los aliados de la Segunda Guerra Mundial, se vio de forma notoria con la creación de las nuevas instituciones de Bretton Woods, en 1944, en la conferencia celebrada en el hotel periurbano de ese nombre en el Estado de New Hampshire (EE UU). Lugar y fecha que marcaron en la historia económica mundial una de las pocas ocasiones en que las capacidades imperiales de una gran potencia, EE UU, no fueron utilizadas para ganar nuevas colonias, o recibir ingentes reparaciones por parte del vencedor.
Bretton Woods, con la creación de sus dos instituciones básicas del Banco Mundial para la recuperación económica de los países aliados tras la guerra, y del sistema del FMI de cambios oro/dólar, es algo que no volveremos a ver en la historia económica mundial. Fue como la realización de una utopía, por el hecho de que, desde 1958 la Francia de De Gaulle declaró convertible su propia moneda nacional, se pasó a vivir hasta 1971 en un régimen de unión monetaria mundial: las oscilaciones monetarias se redujeron al mínimo, con gran estabilidad en favor del desarrollo. Floreciendo otras instituciones importantes en el área de la integración económica, a partir de la OECE con el Plan Marshall (1948-1952).
Las nuevas instituciones de Bretton Wodds funcionaron bien, y en vez de solo 19 años de diferencia entre el armisticio de 1918 y la apertura de la Segunda Guerra Mundial de 1939, tuvimos un periodo, sin tercera guerra mundial, de 1945 a 2025, es decir, ochenta años… y que siga la racha.
En 1971, el Presidente Nixon acabó con el sistema monetario internacional FMI de cambios oro/dólar. En el entendido de que el dólar ya era «per se» la moneda internacional de reserva para garantizar el dominio del dólar en los grandes flujos en el mercado de capitales. Donde el dólar, con todo el apoyo del capitalismo norteamericano, impulsó una prosperidad creciente hasta 2002; cuando ya apareció el euro como moneda común de un grupo creciente de países europeos.
En ese tiempo, desde la caída de las Torres Gemelas de Nueva York –2001— ya hubo dudas sobre la posibilidad de mantener la hegemonía USA en un segundo siglo americano desde 2002 . Empezando a hablarse de un posible segundo Bretton Woods, actualizando las grandes instituciones. Pero ni Estados Unidos entonces realizó el trabajo hecho por Roosevelt tras entrar en guerra, ni tampoco las otras superpotencias, China y Rusia, se propusieron firmemente ir a un orden multipolar.
Lo que tenemos ahora, después de esos largos años de duda (2002/2020), es un propósito que va contra el sentido de la Historia: el intento de mantener la hegemonía de EE UU sin discusión. Aceptando ahora las imposiciones previstas por el presidente Trump, en una política de «America First», como vimos en el artículo anterior.
Con un expansionismo territorial asombroso por los propósitos de EE UU de convertir Canadá en el Estado 51 de la Unión, Groenlandia en un Estado propio de EE UU, con una nueva política monroviana que previamente separe Groenlandia de Dinamarca. Y lo que todavía no se nos ha dado a entender por el propio Trump –y quizá no llegue–, la posible pretensión de adquirir por EE UU la Antártida, de 14 millones de kilómetros cuadrados cubiertos de hielo, y que hoy, oficialmente, es propiedad indivisible de la Humanidad.
El 2 de abril de 2025, el «Día de la liberación», como vimos, por el presidente Trump, significó un cambio radical, de modo que de manera autoritaria, y sin conversaciones previas, ni raciocino sobre un orden multilateral mundial, se trató del todo el retorno del poder por el Hegemón, e propios EE UU. En la figura de un presidente que se considera tocado por la mano de Dios, para establecer en el mundo un orden singular, solo tributario de sus propias ideas, para resolver los temas de Gaza, Líbano, mar Rojo, Irán, etc., y la reindustrialización de EE UU. Cuando eran muchos los que pedían un segundo Bretton Woods, tal vez con un nuevo sistema monetario internacional, y mayor asistencia de los países más adelantados respecto a los menos avanzados. Todo en el nuevo marco multipolar.
Súbitamente, nos encontramos con una especie de ultimátum de EE UU, según el cual, quiere imponer el orden económico internacional basado en un sistema de aranceles organizado desde Washington DC.
La irrupción de Trump al comienzo de su segundo mandato, con toda la fuerza detrás de Estados Unidos, supone un reto de imposición de poder que, de no alcanzarse por Washington DC, supondrá un fracaso considerable de unas aspiraciones que ya quedaron obsoletas.
Como he dicho en otros espacios de debate de los últimos meses, el orden hegemónico de EE UU se puede dar por acabado, y tendrá que plantearse, para empezar, lo económico, con acuerdos razonables de la Casa Blanca y el Pentágono con la Unión Europea, con China y con Rusia, no olvidando a esta última, como lamentablemente se la dejó, triste y desairada, en torno a 2014, cuando parecía factible que Moscú ingresara en la OTAN, e incluso en la UE.
No hay otra vía que la multipolar, en un mundo que ya es muy distinto del que fue el dominado por Washington DC entre 1898 y 2002, como primer siglo americano.