Historia

Barcelona

Mártir a la fuerza

ADIÓS A TODOS. La mercancía propagandística que mueve el independentismo no tiene límites. En la imagen, un manifestante protesta contra la corridas de toros en Cataluña
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Los últimos años de la dinastía de los Austrias constituyeron un esperpéntico retrato de la decadencia política del imperio español. A la muerte de Felipe IV, le sucedió un pobre enfermo –Carlos II el Hechizado– cuyos males eran atendidos no con médicos sino con reliquias, rezos y medallas. Muerto sin descendencia, en su testamento Carlos II dejaba la corona española a un miembro de la dinastía que reinaba en Francia, la secular enemiga de España. En 1700, la coronación de Felipe V, pariente de Luis XIV de Francia, fue aceptada sin problemas por la totalidad de España sin excluir las cortes de la antigua corona de Aragón como fue el caso de las de Cataluña. En apariencia, la cuestión dinástica había quedado zanjada, pero el deseo de Inglaterra y Holanda de impedir la peligrosa hegemonía francesa en el continente y de sustituirla por un sistema de equilibrios provocó una guerra europea que tendría su repercusión en España, ya que como candidato alternativo a Felipe V, los aliados propugnaron al archiduque Carlos, lejanamente emparentado con el difunto Carlos II. En mayo de 1704, el archiduque Carlos, perteneciente a la Casa de Austria, llegó a Lisboa. El 13 de octubre desembarcó en Barcelona y se inició la denominada Guerra de Sucesión.

Ésta dividió a España de manera desigual. De hecho, ni siquiera Cataluña, que era partidaria en su mayoría del aspirante austriaco, rechazó del todo a Felipe V. Así, ciudades como Cervera mostraron desde el principio una firme lealtad hacia el Borbón. Aunque en 1706 Zaragoza cayó en manos del archiduque Carlos y éste incluso entró efímeramente en Madrid, desde 1707 hasta 1710, las tropas de Felipe V obtuvieron una victoria militar tras otra. Pero aún más determinante que estos triunfos militares fue que, en 1711, muriera el emperador José I y el archiduque Carlos pasara a ser el heredero directo del trono imperial. De repente, el archiduque se transformaba en alguien que podía repetir la alianza hispano-germánica de la época de Carlos V y aniquilar cualquier política de equilibrio continental. Para la alianza anglo-holandesa resultaba pues imperativo concluir el conflicto. En septiembre de 1711, el archiduque embarcó en Barcelona, dejando como regente en la ciudad catalana a su esposa, Isabel de Brunswick. Barcelona iba a convertirse en el último bastión de los Austrias y en ese episodio final de la Guerra de Sucesión tendría un papel destacado Rafael Casanova, un miembro de una familia burguesa catalana que ya había estado vinculada a los Austrias desde mediados del siglo XVII.

En 1707, el archiduque Carlos ya le había otorgado el nombramiento de «ciutadà honrat», título honorífico ambicionado por las familias acaudaladas catalanas que no pertenecían a la nobleza. Resulta más que obvio, partiendo de estos datos, que Casanova no era un independentista catalán sino un austracista, es decir, un partidario de que la Corona española – en la que estaba integrada Cataluña– recayera en el Austria Carlos. El proyecto de Rafael Casanova estaba condenado al fracaso tras las victorias militares de Felipe V y, sobre todo, tras el abandono de Inglaterra y Holanda. Así, el 25 de julio de 1713 las tropas de Felipe V iniciaron el asedio de Barcelona. El 30 de noviembre de 1713, Casanova fue nombrado «conseller en cap» de Barcelona, la máxima autoridad de la ciudad. El cargo llevaba incluido el grado de coronel de los Regimientos de la Coronela, la milicia ciudadana. Barcelona se hallaba en una situación desesperada y no sorprende que el duque de Berwick, comandante de las fuerzas borbónicas, propusiera la rendición de la plaza el 3 de septiembre.

Una creación ideológica

Ante esa situación, Casanova intentó ganar tiempo y expuso la conveniencia de gestionar un armisticio de doce días. Sin embargo, la propuesta fue rechazada y el asedio continuó. El 11 de septiembre, día del asalto final de las tropas borbónicas, Casanova hizo acto de presencia en la muralla con el estandarte de Santa Eulalia. En el curso del combate, Casanova fue herido por una bala en el muslo y se le trasladó al colegio de la Merced, donde se le practicó una primera cura. Temerosos de cuál pudiera ser su destino en caso de caer prisionero, algunos familiares y amigos de Casanova procedieron a difundir la noticia de que había muerto combatiendo. La realidad fue que no sólo se salvó sino que además logró trasladarse a la finca de su hijo, en Sant Boi de Llobregat.

En 1719, fue amnistiado y volvió a ejercer la abogacía como si nada hubiera sucedido hasta el año 1737, en que decidió retirarse. Sus últimos años –una década– transcurrieron apacibles en Sant Boi de Llobregat. Desde luego, poco podía sospechar Rafael Casanova que lo convertirían en independentista, caído en el asedio de Barcelona y mártir, circunstancias las tres completamente falsas. Español austracista, superviviente de la guerra y plenamente reintegrado en la sociedad, su transformación en mito derivó de intereses bastardos, los del nacionalismo catalán.