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Isabel Preysler: «Enrique y Chábeli se ofrecieron a financiar mi proyecto, pero me negué»

Isabel Preysler: «Enrique y Chábeli se ofrecieron a financiar mi proyecto, pero me negué»
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Carmen Duerto. Isabel Preysler se lanza al mundo empresarial con una línea de cremas

Isabel Preysler se lanza al mundo empresarial con una línea de cremas, My Cream; Serum Rejuvenecedor, Crema Anti-aging y Contorno de Ojos y Labios entre los 35/40 euros. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Pues la gallina y el polluelo, ya que ha sido Ana Boyer la instigadora de la aventura empresarial. Ella, como buena economista, detectó un nicho de mercado para explotar el potencial como marca y experiencia de su madre. Buscaron un laboratorio farmacéutico pequeñito y, casi tres años más tarde, las cremas son una realidad que las mujeres Preysler llevan testando, como conejillos de Indias, desde hace un año. Massumeh y Maribel Yébenes han sido los oráculos asesores; será en sus centros donde se realizarán algunos tratamientos con estas cremas. Un día Isabel dejó caer en su casa, en uno de esos encuentros familiares alrededor de una paella de arroz integral, que le gustaría tener su propia crema.

Un año probando cremas

Lo dijo y ahí quedó, «y como hace más de dos años, Ana, un día que estábamos las dos en casa, me dijo ‘‘Por qué no lo haces’’. En esos momentos lo vi difícil porque estábamos volcadas con Miguel y además, de no tener tiempo, tampoco tenía ánimo, pero Ana insistió y me dijo que ella se ocupaba de toda la parte fea burocrática y que yo me dedicase a encontrar el laboratorio y a dar con la crema, porque de eso es de lo que sabia. Durante un año he estado probando cremas hasta dar con la buena. Enrique también me animó y se ofreció a ser socio financiero, pero Ana les dijo: ‘‘Mirad hermanos, vamos a hacerlo mami y yo solas porque las dos vivimos juntas y es mas fácil consultarnos las cosas’’. De momento son ellas las propietarias de la sociedadad Jacaranda: «Ese nombre no significa nada, lo escogí porque me gustó». Ellas tenían claro que querían hacerlo todo confidencialmente, pero al ser una de las mujeres más conocidas de las sociedad española, era difícil que pudiera mantener esa premisa, «costó encontrar el laboratorio y lo difícil fue mantenerlo en el anonimato pero con los señores con los que trabajo son profesionales y lo mantuvieron en secreto». El centro de trabajo y donde se gestó esa «tormenta de ideas familiar» fue la casa de la urbanización Puerta de Hierro de Madrid. Allí, Isabel ha vivido, casi como una eremita, volcada en el cuidado de su marido, uno de los economistas españoles más brillantes: «Yo le comentaba todo a Miguel porque hacíamos las reuniones en casa, él nos veía trabajar y estaba encantado. Miguel confiaba muchísimo porque sabía que nosotras teníamos muy claro lo que queríamos y que su hija es muy responsable para llevarlo adelante». Y es precisamente esa casa, la que tantos recuerdos guarda, la que ha estado en el brete de ser o no vendida: «Por supuesto que no vendo, esta casa siempre está llena y usamos cada rincón. Aquí se quedan mis amigas, mi familia, y mis dos niñas siempre tienen amigos invitados. Hay veces que quiero usar el gimnasio o la piscina y no puedo porque están ellas con amigos. Me han ofrecido comprarla, pero no he querido». El motivo por el que lo hace ahora es porque «ahora sé lo que es bueno y lo que no, ahora tengo la experiencia y aunque, por supuesto, es una fuente de ingresos, no es mi meta principal. Me he metido cada vez más en este mundo y le he cogido mucho cariño, le he dedicado tiempo y energía. Para mí el éxito es que se venda. Pero lo hago más por satisfacción, por hacer algo que a las señoras les guste y que en algunas farmacias, sin haber anunciado nada, ya han tenido que reponer mis cremas.»