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Bienvenidos al mundo real

El príncipe Harry y Meghan ya son marido y mujer y Windsor los aclamó como a reyes. Más de 100.000 personas abarrotaban el pueblo inglés y millones siguieron el enlace del mestizaje y la diversidad a tiempo real o en diferido

Bienvenidos al mundo real
Bienvenidos al mundo reallarazon

El príncipe Harry y Meghan ya son marido y mujer y Windsor los aclamó como a reyes. Más de 100.000 personas abarrotaban el pueblo inglés y millones siguieron el enlace del mestizaje y la diversidad a tiempo real o en diferido.

El príncipe Harry (33) y Meghan Markle (36) ya son marido y mujer. El hijo rebelde de Lady Di y la actriz americana se dieron ayer el sí quiero en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor. Y sí, hubo carroza tirada por caballos blancos, desfile de soldados con trompetas y se cantó el «Dios salve a la reina». Pero, al mismo tiempo, ¡todo fue tan distinto! Empezando por la rastas y el piercing en la nariz de la madre de la novia y terminado por el sermón épico de Michael Curry. El primer obispo afroamericano en lo más alto de la iglesia Episcopal de Estados Unidos mencionó, por primera vez en una boda real, a Facebook, Twitter e Instagram al hablar del amor con una pasión desmesurada para el estricto protocolo británico.

Con cada enlace, la Casa de Windsor ha tenido una oportunidad para mostrar al mundo su modernización. En 2005, el príncipe Carlos pudo unirse, en segundas nupcias, a su eterna amante, Camilla. En 2011, William se daba el sí quiero con Kate, una joven con la que había compartido ya previamente piso de manera oficial. Pero con Harry y Meghan se rompieron ayer todos los moldes porque cada minuto dejó un detalle para la posteridad. El patrón se rompió desde el momento en el que se anunció el compromiso de un príncipe británico con una americana tres años mayor que él, divorciada y mestiza.

Los orígenes de Meghan tuvieron ayer un especial protagonismo. Al final del servicio, el coro gospel –que había cantado previamente «Stand by Me», de Ben E King– interpretó una inspiradora versión de «This Little Light of Mine», de Etta James, un favorito en las iglesias afroamericanas que fue adoptado por el movimiento de los derechos civiles en los 50 y 60. En definitiva, no solo se aceptaba el trasfondo racial de la novia, sino que se mostraba con orgullo en la monarquía más antigua de Europa, donde la tradición cedió ayer ante la modernidad.

En cualquier caso, la impronta de la reina Isabel II (92 años) también estuvo presente. A primera hora de la mañana, la jefa de Estado y de la Iglesia Anglicana hacía el primer regalo a los novios. Harry y Meghan se despertaron como solteros en hoteles separados por kilómetros de distancia para salir de la capilla de San Jorge convertidos en los nuevos duques de Sussex.

Mientras que él apostó por el uniforme de capitán de los Marines (cuyo protocolo no permite la barba, aunque él la lució) para realzar su bagaje militar, ella eligió un diseño de Claire Waight Keller para Givenchy, de estilo minimalista al que acompañó de un recogido que le jugó alguna mala pasada al deshacerse demasiado pronto. El vestido se pudo ver por primera vez cuando la novia salió del hotel Cliveden House camino al templo acompañada por su madre, Doria Ragland. De la noche a la mañana, la tranquila vida de la profesora de yoga –que se divorció del padre de Meghan cuando ésta tenía 8 años– se ha visto sacudida por la presión de la atención mediática. Doria tenía ayer un papel complicado porque era la única representante de la familia de la novia. El padre, Thomas, canceló a última hora su asistencia maquillando con supuestos problemas de salud un escándalo protagonizado con paparazzis, con los que negoció unas fotos previas al enlace.

Los rotativos revelaron que, durante los ensayos, Meghan rompió a llorar sobrepasada por los últimos acontecimientos. Sin embargo, la imagen que dejó ayer, llegando sola hasta la entrada al templo, la convirtió en una mujer aún más fuerte e independiente.

En el pasillo de la capilla se reunió con el príncipe Carlos, que terminó con ella el camino hacia el altar, acompañándola, que no entregándola a su hijo. Por supuesto, durante los votos, no hubo opción de que existiese promesa de obediencia. La tradición real también la rompió Harry al querer llevar anillo de casado. Mientras que el suyo es de platino, el de Meghan, como el de todas las novias de la Casa de Windsor, se ha realizado con una pieza de oro de Gales otorgada por la monarca. Ambas alianzas fueron realizadas por los joyeros de la corte Cleave & Company.

Langostinos escoceses

Los novios hicieron las delicias de los «royal fans» al pasearse, subidos en carroza, por el centro de la ciudad. Y aunque apenas se les pudo ver de cerca unos segundos, para los más fervientes admiradores que desde el miércoles llevaban durmiendo en las calles mereció la pena. «Tenía que estar aquí, no podía perdérmelo», aseguraba Cynthia Price, a la que no le importó coger un avión desde Canadá para acampar a las puertas del castillo. Claro que el público pudo gozar también de la presencia de la gran cantidad de famosos: desde los Clooney, Beckham, Oprah Winfrey, Elton John hasta prácticamente todo el reparto de la serie «Suits», la serie que catapultó a la fama a Meghan como actriz. No hubo apenas presencia de políticos, salvo la inesperada asistencia de John Major.

Y el menú estuvo a la altura. En la recepción que ofrecieron para los invitados, y que amenizó Elton John, pudieron degustar langostinos escoceses envueltos en salmón con crema fresca de limón, panna cotta de guisantes con huevos de codorniz, tartas de tomate y albahaca, huevos de corral escalfados con salsa especiada de yogur y albaricoque tostado, fricasé de pollo con setas, risotto de guisantes y menta con aceite de trufa y crisps de parmesano y cerdo asado con manzana.