Diseñadores

Alejandro Palomo: «He liberado al hombre con una lentejuela, ahora voy a vestir a Luis Medina»

El «enfant terrible» de la moda española afirma que «quisiera pensar que estoy haciendo el ejercicio opuesto al de Saint Laurent cuando puso el esmoquin a la mujer»

Alejandro Palomo
Alejandro Palomolarazon

El «enfant terrible» de la moda española afirma que «quisiera pensar que estoy haciendo el ejercicio opuesto al de Saint Laurent cuando puso el esmoquin a la mujer».

Alejandro Gómez Palomo tiene 25 años, pero posee la determinación de un diseñador de cincuenta. Defiende con firmeza que el hombre tiene derecho a divertirse a la hora de vestir, sin perder por ello la elegancia y la masculinidad. En París lo demostró con su colección The Hunting, y volverá a hacerlo mañana al presentarla en el Teatro Real. En medio de las preparaciones, hace una pausa para atendernos en el ONLY You Hotel de Atocha, donde se aloja. Con un café con leche en una mano y un caja de cigarrillos en la otra, nos habla de proyectos actuales y futuros, como el programa «Maestros de la costura», que se estrena próximamente, y gracias al que asegura que perdió el miedo a las cámaras (aunque cuesta creer que alguna vez lo haya tenido).

–The Hunting tuvo muy buena acogida en la semana de la moda de París y en España ha generado mucha expectativa.

–Estamos muy contentos de haber dejado el listón alto en París después de pasar unos meses complicados en los que he tenido que cambiar mi esquema de trabajo por el programa de televisión. Ya el proceso de estar detrás de cada pespunte ha tenido que cambiar, he tenido que aprender a hacer funcionar un taller sin estar allí constantemente. Después de todo, el desfile fue mejor de lo que me había imaginado. He conseguido una colección que deja claro que he llegado a un punto muy respetable, maduro, y que sé irme por diferentes caminos manteniendo el ADN de la marca; que te puedo divertir igual en el Hotel Wellington con 85 salidas, que en París con 38 y en un ámbito más austero.

–Efectivamente, ésta parece más terrenal que las anteriores. ¿Qué la inspira?

–Está inspirada en el campo, en mi padre, que va de caza todos los fines de semana. Esa es una tradición muy típica del sur, y aunque no es una cosa que me guste particularmente, sí me interesa el mundo que lo rodea. Está inspirada en los domingos cuando estamos en la casa de campo y llega mi padre de cazar vestido de verde, con el gorro y los perros y comemos migas.

–Es también una colección más comercializable, ¿es una dirección tomada a conciencia?

–Por supuesto. Aunque es difícil hacer una línea comercial que mantenga tu ADN. Palomo es ropa hecha para hombres y se la pueden poner tanto hombres como mujeres. Pero sobre todo hombres. Realmente ahora creo que sí hay una conexión entre la colección y cualquier hombre que pueda verla. Hay piezas para todos, y eso es lo que quiero conseguir con esta marca, que exista un amplio público que la lleve con gusto, sin necesidad de plantearse todo lo que hasta ahora se ha hablado sobre mí: que si es moda gay, hetero, o qué. Es hora de mirar a la moda y olvidar lo demás. Quiero que juzguen mi trabajo por la colección en sí, sin tener que pararme a explicar lo que hay alrededor, todo este mundo que tanto ha chocado hasta ahora. Y creo que ya, por fin, eso está pasando.

–La revolución que supusieron sus primeras colecciones puede ser un arma de doble filo. Entre otras cosas, porque tiene la presión de seguir sorprendiendo, ¿así lo siente?

–Siempre hay presión de ir a más y a mejor y, sí, de sorprender como lo hicimos en la primera temporada O, por lo menos, cambiar y despistar a la gente, que no propongas algo obvio. En ello estamos. Pero la presión la siento desde el primer desfile, de hecho, ahora me muevo con más confianza que al principio.

–Desfila mañana en el Teatro Real, un gran escenario.

–Siempre he tenido una relación cercana con el teatro, del que disfruto mucho, y mis desfiles han recuperado la teatralidad, la puesta en escena, algo que va más allá de presentar ropa. Por eso tenía muchísimo sentido hacerlo en el Real. Hace unos meses pude conocer las tripas del teatro y me fascinó sobremanera. Es un honor absoluto presentar ahí mi desfile, y creo que es algo que no se ha hecho antes.

–¿Cómo logra que la teatralidad no devore a la costura?

–Quiero que sea la moda la que traspase. Pero creo que hay muchas formas de lograrlo, ya sea creando deseo, curiosidad, diversión o miedo. Esta es la forma en que yo sé hacer que la ropa llegue a la gente a través de esa emoción que te despierta un chico que te mira y lleva un abrigo precioso, a diferencia de uno que pasa muy rápido delante de ti y no te da tiempo de enamorarte de su personaje. Para mí es importante que todos los modelos tengan una esencia y que, al verlos, cada uno te enamore a su manera.

–¿Es sostenible en España una firma como la suya?

–Si tuviera que sobrevivir del mercado español desde luego que no lo sería. Pero hay muchas tiendas alrededor del mundo que venden nuestras prendas. Con cada colección se atreven a comprar más y tienen clientes fijos que piden Palomo.

–¿En qué países es más fuerte?

Estados Unidos, Japón y Corea del Sur. En la tienda online la mayoría de los clientes son estadounidenses o ingleses. Además, tenemos un «showroom» en París. Y así, con un poquito de aquí y un poquito de allí, vamos sobreviviendo lo mejor que podemos. Pero falta industrializar la marca para que eventualmente tengas Palomo en calzoncillos, bragas y toallas. Quiero que todos puedan pertenecer a este mundo, ya sea con una chaqueta de 2.000 euros o con una camiseta de 150.

–Ha vestido a una larga lista de famosas, entre ellas Beyoncé. ¿Cómo fue la venta de esa bata que lució en la foto con sus gemelos?

–Le hice la ropa a su medida por encargo de su estilista. Le mandamos una pieza inicialmente y después le hicimos, con sus medidas, unos diez «looks». Se los enviamos, se quedó embarazada y yo pensé: «Jamás se los va a poner porque ya no le quedarán bien». Hasta que una mañana me levanté y vi esa foto en todos los sitios. La verdad es que fue un gran día.

–Ha tenido algunos padrinos importantes y eso ha ayudado a impulsar su estatus...

–Sí, coges confianza cuando ves a Beyoncé con tu ropa, o cuando oyes que Almodóvar ha hablado bien de ti. Pero, a veces, no es lo que más me gusta porque yo lo estaba haciendo bien desde el principio. Si no se la hubiera puesto Beyoncé, esa bata no habría dejado de ser la más bonita; lo era igual cuando la llevaba un chico en el desfile. Pero parece que eso es lo que necesitan las masas para dar credibilidad a una marca.

–Hablemos de «Maestros de la costura». Le imagino haciendo piña con María Escoté, aunque no tanto con Lorenzo Caprile (los otros dos jueces del programa).

–(Risas). Somos íntimos. De hecho, creo que Caprile y yo tenemos mucho en común en la forma de aproximarnos a la moda. Él, por supuesto, con muchos más años de experiencia. Pero tiene ese gusto por la costura, por el trabajo hecho a mano y por los tejidos nobles. Y María es divertida, mucho más de la calle. Creo que yo estoy en un punto entre los dos, muy de la alta costura, pero también bastante conectado con lo que está pasando hoy en la sociedad.

–Ha llamado rancia a la moda nacional, sin embargo, la acogida que ha tenido sugiere que se anhelaba una propuesta innovadora.

–Aquí se hace buena moda y hay mucho talento, pero se ha perdido la curiosidad. Sí, es la semana de la moda y voy a ver muchos vestidos bonitos, pero no me voy a quedar con nada que me mueva, que me transporte a otro lugar. Eso es lo que le faltaba a la moda y es lo que yo he aportado, y por eso ha habido una respuesta cariñosa hacia mí. Porque me preocupo por llevar a la gente a un sitio que no se espera, por darles un rato de placer estético.

–Nos contaba después de su desfile en Nueva York que su padre viajó hasta allá cargando una caja del tamaño de una nevera llena de ropa. ¿Sucedió lo mismo en París?

–Sí, mi padre y dos chicas de mi equipo fueron hasta allá con una furgoneta que iba llena de burros de ropa, cajas con sombreros, zapatos, bolsos, jamón y todo lo que te puedas imaginar. Yo me fui en avión porque dos días antes del desfile fue mi último día de rodaje.

–¿Se plantea trasladarse a Madrid?

–Por el momento, no veo necesario tener aquí una base. Sería un drama para mí moverme, con lo que me sirve trabajar desde allí, totalmente aislado y concentrado en la moda que quiero hacer y en mi universo.

–¿Le queda tiempo para su vida personal?

–Me cuesta, pero, sí (risas). Hago mis viajes a ver a mi chico, que vive en Barcelona. Nos gusta salir a comer.

–¿Le acompañará mañana?

–Sí, Pol suele cerrar los desfiles.

–¿Hace cuánto que están juntos?

–Desde el segundo desfile. Nos conocimos porque vino de aprendiz a mi taller y, de ahí...

–En moda se ha hablado de la liberación de la mujer. ¿Podemos hablar de la liberación del hombre?

–Me gustaría pensar que es eso lo que estamos haciendo en Palomo: una liberación de los tabúes establecidos alrededor de la vestimenta masculina, que parece que tiene que ser siempre igual y lo demás es una locura. Quisiera pensar que es el ejercicio opuesto a lo que hizo Saint Laurent cuando puso el esmoquin a la mujer. Aquí ponemos una lentejuela, una seda o un encaje a un hombre de una forma fina, sin que sea un disfraz.

–Su éxito es indiscutible, pero ha triunfado sobre todo entre las mujeres. Nos gustaría ver a un hombre luciendo un Palomo en una alfombra roja, por ejemplo.

–A mí también. Y los hay. Están Edu Casanova, Harry Styles... Claro que da gusto ver a «celebrities» con mis piezas, sobre todo si las llevan bien, pero también me apetece ver en una alfombra roja a algún chico que sea la nueva estrella y que tenga una estética acorde con la mía.

–Así que en los Goya no veremos ningún modelo suyo...

–Sí, se verá uno, me parece. No puedo decir más.

–¿A qué español le hace falta un Palomo en su armario?

–A Luis Medina, al que le vamos a hacer algo. Es un representante de la belleza y elegancia españolas, a la vez que es una figura muy masculina. Es justo lo que se necesita para demostrar que igual que visto a chicos delgados y jóvenes, puedo vestir a hombres más maduros y que sé hacerlo con el mismo gusto.