
Famosos
Nati Abascal confiesa por fin su edad: 74 años
Aprovechó la celebración del 150 aniversario de la revista «Harper’s Bazaar» para desvelar a nuestro colaborador su secreto mejor guardado

Aprovechó la celebración del 150 aniversario de la revista «Harper’s Bazaar» para desvelar a nuestro colaborador su secreto mejor guardado.
El chisme está servido, lo pongo en bandeja: ha supuesto magnífica, o quizá oportunista, apertura vacacional. Ya tienen calculadoras con las que entretener el verano, cuando, hartas de sol, arena y marido, las tertulianas se reúnan a media tarde, desde Sotogrande al Es Cavallet ibicenco, o en ese Pachá aún inalterable pero ambicionado por el capital japonés mientras Ricardo Urgell se deja querer porque ya no tiene agobios, bien mimado por la coruñesa María. Así anda Urgell, contemporáneo de quien el otro atardecer revalidó, o quizá recuperó, el merecido título de «la más» ante la casi carencia de fastos madrileños, cosa que el otro día lamentábamos con Ramiro Jofré, que tantas noches espléndidas montó en Joy Eslava cerca de la siempre envidiada Begoña Trapote.
Era el 150 aniversario de «Harper’s Bazaar» –cuesta creerlo–, revista de la que Nati Abascal es imagen colaboradora. En los jardines y al aire libre, a tono con las temperaturas, añorábamos viejos tiempos en la Casa de Velázquez, recuperada como espacio único y donde más de una se excedió porque no exigían traje largo ni esmoquin. Sin reparar en eso, optaron por el relumbre indumentario que Paz Vega mitigó en negro con cuello rematado en complicada lazada, pero dejando al aire toda la espalda. No fue el caso de la redorada esposa de Emiliano Suárez, el joyero semi restaurador rígido y estatuario con negra gala contrastando con alguna chaqueta masculina blanca de cuello chal. Pura etiqueta. Ariadne Artiles, bellísima con un tieso moño plantado en mitad del cráneo, batió records cual lámpara de Murano con estrellas plateadas sobre oscuras transparencias. Parecía salida de Versalles, privando quizá del recuerdo velazqueño tan retratador de cortesanas. Clara Courel paseó una exagerada cola roja, mientras Carla Goyanes lució más discreta con tules colorados chispeados de lentejuelas, el brillo de recurso como imperante signo denominador.
Y en esto apareció quien, con menos alarde, es «la más», Nati, de blanca y picoteada blusa agitanada con hombros al aire sobre un pantalón negro, amplio y calado, ceñido a los tobillos. Ideal para el añorado Capri o aquel St. Tropez de Bardot, Von Karajan y mis años mozos. Época que marcó varias generaciones. Animó el protestón 68. Contraste duro o casi cruel con el endomingado entorno y contorno. Enmudecieron al verla y repasar su conjunto: enormes pendientes de rojas piedras bailonas y un gran pulserón con un pez de esmalte rojo, seguramente «made in Taiwan», alegraban su blanquinegro y carísimo contraste. Ellas palidecieron de envidia y rabia por pasarse mientras una cierta tristeza –como el título de la célebre novela de Sagan– reducía el boato de los vestidos enjaezados. Solo Carmen Lomana optó, acertando, por una especie de piqué blanco con ribete. Habló del tema dominante en la capital: el día mundial del orgullo gay, que parece rebajar mucho los tres millones de asistentes previstos por Carmena. Quizá envidió la copa y solidaridad que Cristina Cifuentes ofreció en un superlleno palacio oficial a los dirigentes de las agrupaciones homo. La consideran de los suyos. «Esto es un verdadero carnaval, prefiero no opinar», esquivó Lomana, también cortada por el exacto y nada ostentoso atuendo de Abascal.
Nati y yo tuvimos tiras y aflojas, dimes y diretes, pero volvimos a la complicidad de tantos años. Recuerdo cómo la defendí en su pelea matrimonial con los Medinaceli cuando dejó de ser duquesa de Feria. También que le advertí sobre Ramón Mendoza. Quizá por este reencuentro me hizo un regalo sorpresa-sorpresa: «Estás imponente», le dije al saludarla ante su envidiado bronceado solo comparable al de Begoña Trapote, ya afincada en Marbella, mientras su rubia hermana Carmen irá con Felipe González a su finca extremeña. El presidente no sale del asombro ante lo que ve, aunque no sabía que Tony Cantó y Albert Rivera aplaudieron juntos la copla de Miguel Poveda, animadora del orgullo gay. Les emocionó. Yo había coincidido con Begoña bajo los secadores de Moncho Moreno, donde Alba Carrillo ya pidió hora a Mary Ángeles Cáceres, igual que Pelayo Díaz, ahora pelado con navaja por ella: «Me puse peluca en tres “Cámbiame”, y Juan Avellaneda ya lo deja porque vuelve la irónica Cristina Rodríguez», me dijo. Deberían recuperar a dúo de estética tan dispar. Son pólvora. Indagué sobre la realidad de sus piques y me tranquilizó: «Pura televisión», aclaró mientras lo acosaban sobre cuánto quiso a David Delfín: «Se quiere a los perros, a las personas se les ama», precisó emocionado. Alba, por su parte, reserva pelu varios días pendiente de salir de «Supervivivientes». Lucía, su madre, me sorprendió porque, con tan fina y rubia estampa, suelta tacos de carretero.
Voy a Moreno desde que me lo recomendó Lola Herrera, que criticaba mi «technicolor» capilar. Anteayer cumplió 82 años gloriosos conservados en laureles. Es de las últimas «grandes» de nuestra escena. Quizá por comentarle el aniversario, Nati me dejó emocionado al confesarme su edad. Primera vez que lo hacía. El decayente sol fue testigo. Realzó lo casi secreto de estado: «Tengo 74 años, los mismos que tú», dijo descolocándome ante semejante primicia, un misterio que durante décadas hizo ir de cabeza al «todo Madrid». Calculaban, desbarraban, creían y contaban con los enjoyados dedos en un disparate que superaba a la anterior aproximación. Todos creían tener la verdad documental de su parte. Casi litigaban enfadados sosteniendo la autenticidad y fiabilidad de los datos, generalmente inexactos y deformados hasta esta revelación suprema que siempre agradeceré en boca de su exquisita prota: «74, sí, igual que tú», repitió por si las dudas y para que lo recuerde cada 3 de octubre. Ella ni se descompuso, aunque faltó un trompeteo militar, la marcha triunfal de «Aida», los marciales sones de Sousa o quizá hasta el Himno Nacional. Lo soltó impávida bajo su conjunto de aquel De la Renta que tanto la ayudó y al que respondió realzándole trajes con una percha única. Un lujazo nacional admirado mundo adelante que la oficialidad debería etiquetar con el «made in Spain», como se hace con el cantimpalos los publicitados albariños de mi «terra meiga», el Jabugo o el aceite andaluz, ya de tantos sabores y verdes variados como esta recuperada Nati siempre distinta, pero conservando la naturalidad como santo y seña. Una gran señora.
✕
Accede a tu cuenta para comentar