Moda

Givenchy, de la alta costura a la alta cultura

El maestro falleció el sábado a los 91 años «mientras dormía», comunicaban ayer. Audrey Hepburn y Jackie Kennedy vistieron algunos modelos de uno de los grandes de la edad de oro de la moda

Imagen de 1952 del diseñador francés en su tienda de París
Imagen de 1952 del diseñador francés en su tienda de Paríslarazon

El maestro falleció el sábado a los 91 años «mientras dormía», comunicaban ayer. Audrey Hepburn y Jackie Kennedy vistieron algunos modelos de uno de los grandes de la edad de oro de la moda.

Hubert Taffin de Givenchy, el gran modisto francés, falleció el pasado sábado a los 91 años, según comunicó «su compañero y amigo» Philippe Venet. En una nota distribuida por la propia casa Givenchy se informaba de que el diseñador se había «apagado durante el sueño» y, para aquellos que deseen enviar flores y coronas, recuerdan que el protagonista «hubiera preferido un donativo para Unicef en su memoria».

La historia del modisto es la de una obra que marcó 40 años de la moda francesa, desde que realizase su primer desfile en 1952 hasta que dejó en 1995 la casa que había fundado y que unos años antes había vendido al grupo de lujo LVMH. El modisto nunca pasó desapercibido, ni por su gran altura ni por su estilosa facha. Siempre representó la elegancia a la francesa y vistió a las grandes estrellas cinematográficas de su tiempo: Greta Garbo, Lauren Bacall, Marlene Dietrich, Jeanne Moreau... Así como a numerosas personalidades de la talla de Jackie Kennedy, la emperatriz de Irán Farah Pahlavi y la princesa Grace de Mónaco. Pero su debilidad se llamaba Audrey Hepburn.

Entre el creador y la musa el trabajo se convirtió en fusión. La mano creadora de Givenchy acompañó a la actriz en numerosas películas: «Sabrina», «Charada», «Una cara con ángel» y, especialmente, «Desayuno con diamantes». Años después de la desaparición de la actriz, ésta seguía «presente» en sus pensamientos «y lo estará hasta el final de mis días», comentaba Givenchy en 2015 durante la presentación de un libro en homenaje a la musa, «To Audrey with love». «Fue una amistad más que profunda, porque no solo trabajábamos, nos queríamos».

Herencia paterna

Pero el destino artístico de Givenchy estuvo determinado por la desaparición de su padre, al que perdió «cuando era muy pequeño. Tenía dos años y eso nos llevó a estrechar los lazos con nuestra familia que vivía en Beauvais, y que era mucho más artista: escultores, coleccionistas, dibujantes...». Su abuelo, Jules Badin –pintor de temas históricos y retratista– era el administrador de las Manufacturas de Tapices de Gobelins y de Beauvais: «Compraba vestidos, trajes, tocados, banderas... Tenía muchas cosas interesantes desde el punto de vista de la materia», recordaba el diseñador ya retirado. Así fue como descubrió su interés por las muselinas, los bordados y los lazos. «Todas esas piezas me fascinaban y le pedía a mi abuela que me dejara tenerlas cuando había sacado buenas notas y me portaba bien». Así nació su pasión por los tejidos excepcionales que con el tiempo se convirtió en fructuosas colaboraciones con los mejores artesanos de la moda, como los bordadores Lesage y Vermont y los fabricantes de tejidos Abraham o Beuclère. Aunque el resto de la familia también contribuyó a forjar el alma del artista: «Mis primas cosían sus vestidos y elegían un modelo o dos de las revistas de moda. Luego, yo, a escondidas, les cogía la revista». En aquellas páginas, el joven Givenchy descubría los nuevos aires de París y la moda contemporánea, que le llevaban a dibujar sus propias siluetas.

Así, en 1952 presentó su primera colección. Fue el lanzamiento de las piezas individuales que podían ser combinadas como la famosa «blusa Bettina», tomando el nombre de la modelo más conocida de la época. Givenchy recordaba entre agradecido y divertido la generosidad de ésta: «Le propuse pasar de un gran trabajo de modelo a otro aún mayor: estar a mi lado para lanzar mi primera colección». Bettina, además, conocía a todas las redactoras de moda de las grandes revistas, por lo que «no pude encontrar mejor embajadora para darme a conocer». El trabajo del diseñador fue una historia de encuentros y amistades. Las fuentes de inspiración de su universo creativo fueron numerosas: Joan Miró, Robert y Sonia Delaunay, Mark Rothko...

Pero aquella aventura iba a durar hasta 1995. Tiempo en el que la Maison Givenchy ya había pasado al control de LVMH, aunque el diseñador seguía trabajando en sus talleres. El 11 de julio de aquel año, en los salones del Grand Hotel de París, presentó un último desfile que clausuró con una novia vestida de rosa y un sentido homenaje a las 80 costureras que trabajaban en sus talleres.

Comenzaban los años de una jubilación activa, dedicada a supervisar las diferentes exposiciones que iban consagrando su excelso trabajo. La más reciente se clausuró el pasado 31 de diciembre en la Ciudad del Encaje y de la Moda en Calais, con el español Eloy Martínez de la Pera como comisario.

«Mi sueño era crear una gran tienda en la que las mujeres pudieran vestirse con imaginación y simplicidad. Vestidos fáciles de lucir, incluso de viaje, realizados con tejidos bellos pero no caros», confió Givenchy a «Le Figaro» en una de sus entrevistas finales.