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Interiorismo
La elección del tono es, quizá, la pieza clave de todo el puzle. Escoger un color para vestir una estancia de arriba abajo es una decisión que no puede tomarse a la ligera, y uno de los errores más frecuentes es olvidar cómo la luz transforma la percepción de ese color con el paso de las horas. Por ello, antes de lanzarse a pintar, es fundamental probar muestras en la propia pared y observarlas en distintos momentos del día para evitar sorpresas desagradables.
De hecho, el éxito de esta apuesta cromática depende en gran medida de la paleta seleccionada. Los colores intensos, como el verde musgo o el azul petróleo, son ideales para acentuar el recogimiento y la sofisticación. Por otro lado, los tonos más suaves, como el arena o los grises cálidos, también funcionan de maravilla, pero exigen una condición ineludible: que la habitación goce de una buena iluminación, ya sea natural o artificial, para que el resultado no quede plano o apagado. De hecho, conocer cuáles son los colores que marcarán tendencia en 2025 puede servir de inspiración para acertar con la elección.
En este sentido, la técnica de pintar paredes y techo del mismo color, conocida en el sector del interiorismo como drenching, ha vuelto con fuerza desde 2020. Su objetivo es generar una experiencia visual inmersiva y continua, una sensación de refugio personal que rompe con la convención de dejar el techo en blanco. Esta tendencia responde a la necesidad postpandémica de convertir nuestros hogares en espacios más sensoriales y acogedores.
Sin embargo, esta solución decorativa no es ninguna novedad. Para encontrar su origen hay que viajar casi un siglo atrás, ya que sus raíces se hunden en el modernismo de los años veinte y treinta, cuando arquitectos de la talla de Le Corbusier ya exploraban el poder del color para definir los espacios de una manera integral y unificada.
Asimismo, su principal virtud es una asombrosa versatilidad. En estancias con detalles arquitectónicos clásicos, como molduras o cornisas, un solo tono sirve para resaltar los relieves y texturas sin necesidad de recargar el ambiente. Por el contrario, en espacios de líneas más sencillas y modernas, la uniformidad cromática ayuda a diluir los límites visuales entre paredes y techo, generando una percepción de mayor amplitud y continuidad.
Por todo ello, su aplicación es especialmente acertada en lugares como salones, dormitorios o despachos, donde se busca crear una atmósfera envolvente y serena. No obstante, no es una fórmula universal. Los expertos desaconsejan su uso en estancias con una personalidad material muy marcada, como paredes de piedra o ladrillo visto, pues el color competiría con la textura. Tampoco suele ser la mejor opción para cocinas o talleres, donde la monotonía cromática podría resultar contraproducente.
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