Salud

La ciencia de la microbiota intestinal y los hábitos que no debes ignora

Se ha convertido en una preocupación central para la salud, pero a pesar del creciente interés por la microbiota intestinal, un estudio en Argentina desvela que casi nadie se libra de las molestias digestivas

Ilustración de los intestinos
La respuesta, en gran medida, está en la nevera, a través del consumo de probióticos naturalesPixabay

Nueve de cada diez argentinos ha sufrido molestias digestivas en algún momento. Un dato que, lejos de ser una simple anécdota, revela un malestar sorprendentemente extendido en las sociedades modernas y que está empujando a la población a mirar hacia dentro, concretamente hacia su intestino. La conciencia sobre la importancia de la microbiota es cada vez mayor, hasta el punto de que el 85 % de los ciudadanos en el país sudamericano ya está familiarizado con el término y dos de cada tres toman medidas activas para cuidarla.

De hecho, este ecosistema interno se encuentra bajo un asedio constante y silencioso. El estilo de vida actual es su principal enemigo: los alimentos ultraprocesados, el uso indiscriminado de antibióticos, el estrés crónico o los agroquímicos presentes en la cadena alimentaria merman la diversidad y la salud de las bacterias beneficiosas que nos habitan. Este desequilibrio, conocido por los expertos como disbiosis, abre la puerta a un abanico muy amplio de dolencias que van mucho más allá de una simple indigestión.

En este sentido, la ciencia ha demostrado que el alcance de la microbiota implica mucho más que la simple digestión. Se le conoce ya como nuestro «segundo cerebro» por su notable influencia en el sistema inmunitario, el metabolismo e incluso el sistema nervioso. Su estado puede modular el temperamento, el estado de ánimo y hasta la toma de decisiones. Este dato confirma que cuidar de esta comunidad de microorganismos es una pieza central para el bienestar general.

Manual de supervivencia para nuestro ecosistema interior

Afortunadamente, revertir el daño y proteger esta flora bacteriana está al alcance de cualquiera. La respuesta, en gran medida, está en la nevera, a través del consumo de probióticos naturales. Alimentos fermentados como el kéfir, la kombucha, el chucrut o el yogur ecológico son aliados extraordinarios. Asimismo, preparados tradicionales como el caldo de huesos han demostrado ser muy eficaces para mejorar la permeabilidad intestinal, una barrera protectora fundamental para la salud.

Sin embargo, el cuidado no termina en la mesa. Los hábitos diarios juegan un papel igualmente crucial, y en este campo destaca la importancia de un buen descanso. Mantener unos horarios de sueño regulares, incluso durante el fin de semana, evita el llamado «jet lag social», que altera los ritmos de estos microorganismos. El ejercicio moderado, una correcta hidratación con agua filtrada y gestos tan sencillos como pasar más tiempo en contacto con la naturaleza también estimulan la diversidad bacteriana.

Y es que, aunque una parte de esta flora se hereda en momentos clave como el parto vaginal o la lactancia, nuestro ecosistema interno no es una condena inmutable. Es un reflejo directo de nuestro entorno y nuestras rutinas; una comunidad viva que se moldea con cada decisión que tomamos en nuestro día a día.