Grecia

Elegante mutis

Gerardo Iglesias anunció su regreso a su antiguo oficio de minero cuando dejó la secretaría general del PCE («El partido comunista está más partido que comunista», clamaba desesperado por las luchas intestinas) y, en efecto, volvió a bajar al pozo: en concreto, una vez y durante media hora escasa, acompañado por el pertinente equipo del único telediario que había entonces. Si Susana Díaz siguiese mandando en Canal Sur, podría desempolvarse esta vieja historia para ensuciar la salida elegante de un sucesor lejano, Antonio Maíllo, a quien la doña habría considerado su némesis si supiese qué demonios significa eso: ella se conforma con la palabra «enemigo» adobada con ese sordo rencor que siempre guarda el ignorante al sabio. Pelillos a la mar, en todo caso, porque toca celebrar la peripecia doblemente anómala de un político que llega a la cosa pública desde una profesión de provecho y se marcha, a los pocos años y ligero de equipaje, de vuelta a su puesto de trabajo. No puede ser casual que sea precisamente un licenciado en Filología Clásica el que haya adoptado una actitud tan de Grecia y de Roma, de ciudadano que interrumpe su vida civil para consagrarse al servicio público, que se convierte en autoservicio cuando no es provisional sino carrera hasta la jubilación. Estarán contentos en el instituto de Aracena, uno de esos pueblos del interior donde a todos los profesores los llaman «maestro», con toda la carga de sana veneración que ello conlleva. En la política andaluza, nadie echará de menos a quien diluyó la respetable Izquierda Unida en ese apestoso magma antisistema que lidera Teresa Rodríguez (lo voté en 2015, me empujó a los brazos del tripartito en diciembre de 2018). Pero todos añoraremos a quien puso educación y altura intelectual en un mundo infectado de marrullería e ignorancia.