Huelva

Siempre en domingo

La Razón
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Este último me ha resultado un tanto chocante. Empecé la mañana paseando a mis perros, me sorprendió la quietud general, ni personas, ni coches, ni perros ladrando, eran las nueve. Me paré, miré desde un altillo las dos direcciones de la carretera, ningún movimiento. Pensé, lo más razonable en semejantes circunstancias: esto es cosa de los norcoreanos, que han lanzado un ataque con gases a los «yanquis» y como no tienen mucha experiencia, ni los mandos deben ser muy allá, no hay mas que ver al actual líder que es un cruce entre Falete y Carmen Machi, los mortales gases en vez de atacar NY se han colado en el Aljarafe. ¿Por qué hemos sobrevivido? Incluyo familia gatos, perros y alguna salamandra que ya ha empezado a recorrer las paredes. Lo achaco a que la noche anterior estuve en dos quinarios, un besamanos y un concierto de marchas procesionales. Sin contar que el pelo de tanto animal haya actuado como antídoto. Con estos pensamientos, de pronto Tom, mi perro grande, empieza a ladrar, me da un fuerte tirón y caigo por el terraplén mojado. Un ciclista pasaba, a partir de ese momento, como si alguien hubiese dado al botón «ON» de un mando, la vida empezó a tener su ritmo normal. No estamos solos y casi mejor, cómo íbamos a sacar «La Borriquita» el Domingo de Ramos. Con este ánimo llego a casa y, una vez inspeccionados los víveres, decido que voy a preparar una barbacoa. Me aconsejan que lo deje para otro día con menor peligro de lluvia. Sigo firme en mi propósito, razono, que las parrillas al aire libre no son para el verano, son para días desapacibles. Buen fuego, las morcillas, las butifarras, y unas chuletillas de cordero sobre las brasas y a esperar, paladeando un helado vino blanco. De pronto, no de Corea del Norte, de Huelva, llega un ataque en toda regla: lluvia, granizo, vendaval y rayos. Inasequible al desaliento, sigo con mi asado. Como los políticos, antes la muerte que admitir mi equivocación. Entro en el comedor, anuncio que la carne se ha hecho a fuego lento y que lleva una aromática brisa de lluvia atlántica y granizo de la sierra onubense. Empiezo a comer con suspiros de máxima satisfacción y deleite, como si no viera las caras de incontenible ira de los restantes comensales. Éstas son las cosas no de Pepe Da-Rosa, de los domingos, en los que no se está al sol.