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Una dieta para todos

La Razón
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Cuando aún era el presidente de honor del PP, hace un decenio, José María Aznar hizo unas declaraciones en respuesta a una campaña de la Dirección General de Tráfico que dieron la vuelta al país: «Déjenme tranquilamente que beba las copas de vino que quiera; no pongo en riesgo ni hago daño a nadie». El espíritu liberal del ex presidente se expresó furibundo ante lo que consideraba, otra vez, una inaceptable intromisión de la socialdemocracia al albedrío de cada cual. A los liberales, como a todo aquel que se perciba como un adulto ante un espejo, no les gusta que nadie les diga lo que tienen que hacer al margen de sus conciencias, ya sea ir a la velocidad que le apetezca en el coche o zamparse los petisús que le plazcan. Aparentemente anecdóticas, se trata de cuestiones de hondura moral y filosófica que la corta extensión de un artículo impide desglosar. Basta con advertir, vinculado a eso, que sólo hay algo que irrite más a un liberal que una prohibición: los impuestos. Un debate sobre lo anterior afloró de algún modo a raíz de la aprobación del proyecto de ley de la Junta de Andalucía para promover la vida saludable y la alimentación equilibrada. El titular más comentado fue la prohibición de la bollería industrial en los centros de enseñanza, tema que eclipsó otros asuntos de interés. Andalucía le pone una dieta a la obesidad infantil, sí, pero todo apunta a que las bebidas azucaradas seguirán sin una tasa. En este caso ha habido un sí al veto en los colegios y una negativa al impuesto, carga que soportan incluso los liberales de pedigrí de Washington, California y Colorado. Que San Telmo aprieta pero no ahoga se demuestra andando, obligando por ejemplo a los bares a dar agua gratis. Con eso y un poco de pan, la dieta está asegurada.