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La inspiración de Velázquez

Muchos artistas catalanes han encontrado en el maestro sevillano motivo para su propia pintura

La inspiración de Velázquez
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La galería Francesc Mestre, en Barcelona, dedica una exposición a la mirada más irónica del arte. Allí destaca un óleo curioso de Lluís Graner. Es una copia idéntica, aunque en menores dimensiones, de una de las telas más conocidas de Diego Velázquez, «El triunfo de Baco», popularmente llamada «Los borrachos». La pieza, además de ser una excelente reproducción, subraya la fascinación que por el artista sevillano tiene el arte catalán.

Graner sigue siendo uno de los pintores más conocidos en el periodo de cambio de siglo, cuando la pintura más académica empezaba a alimentarse de los ecos impresionistas y modernistas que venían del París de finales del XIX. Antes de viajar a la capital francesa, la mirada de este autor, buen amigo de Ramon Casas, fue a buscar inspiración en las viejas salas del Museo del Prado. Tras formarse con maestros como Antoni Caba, Graner estudió a los maestros de la gran pinacoteca. Parece evidente que estos «borrachos» se pintaron contemplando el lienzo en el Prado. Es el ejemplo de la búsqueda de un maestro, del interés por la luz, por la textura de los personajes y la expresión, aspectos que el artista barcelonés supo encontrar en el autor de «Las meninas». Pero no es el único.

Antes de Graner, Marià Fortuny quiso también hacer pública su admiración hacia Velázquez. En la colección de dibujos que el Museo Nacional de Arte de Cataluña (Mnac) se conserva una serie protagonizada por el retrato del pintor de cámara de Felipe IV. Son pruebas para uno de los grabados que Fortuny dedicó a Velázquez, que parece que inspirado en el «Autorretrato» que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Valencia y que Francisco Pacheco, suegro del sevillano, calificaba como realizado «con la manera del gran Tiziano y (si es lícito hablar así) no inferior a sus cabezas». El Mnac guarda 35 piezas, entre dibujos a lápiz, aguadas y diferentes estados de impresión de este grabado de 1835, en las que se ve la evolución de Fortuny hasta conseguir la perfección deseada. No fue la única vez que el artista de Reus se «enfrentó» a Velázquez: en el Prado hay una acuarela de 1866, copia del cuadro «Menipo» del maestro.

Copistas de Velázquez ha habido muchos. Casas fue uno de ellos, algo que debió especialmente a lo aprendido en la academia de Charles August Émile Duran, también llamado Carolus Duran, un especialista en el retrato y que no ocultaba su deuda con la obra de Velázquez. En una de las más conocidas telas de Carolus, «La dama del guante», se percibe la huella del autor de «La rendición de Breda», algo que supo transmitir a su discípulo Casas. Es un momento en el que se vive en París una especial fascinación por lo exótico hacia lo español, como plasmó Prosper Mérimée en su novela «Carmen», luego convertida en ópera por Bizet. Casas no se quedó con el exotismo de Velázquez sino que estudió su luz con detalle, evidente en su cuadro «Autorretrato», de 1883.