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Una «Traviata» del siglo XXI

El Festival de Peralada acoge hoy y el miércoles su gran producción operística, una nueva versión del clásico verdiano dirigida por Paco Azorín y con Ekaterina Bakanova como Violeta

El elenco de “La Traviata” en una imagen de uno de los ensayos
El elenco de “La Traviata” en una imagen de uno de los ensayoslarazon

El Festival de Peralada acoge hoy y el miércoles su gran producción operística, una nueva versión del clásico verdiano dirigida por Paco Azorín y con Ekaterina Bakanova como Violeta

Guiseppe Verdi nunca olvidó la noche del 6 de marzo de 1853. El estreno de su última ópera, en La Fenice de Venecia, fue un auténtico fracaso, con incluso burlas grotescas del público ante lo que acababan de ver. El compositor estaba furioso y no por el fracaso, sino porque sabía perfectamente por qué había sido y lo fácil que habría sido solucionarlo. Pocos días después le escribiría una carta al también compositor Emanuele Muzio, buen amigo de Verdi. Sus palabras quedaron grabadas para la historia: «La Traviata fue anoche un fracaso. ¿Fallo mío o de los cantantes? El tiempo lo dirá». El tiempo lo dejó claro muy poco después, «La Traviata» necesita, sobre todo, una gran Violeta. Aquella noche nadie veía a Violeta cuando Fanny Salvini-Donatelli cantaba su papel y el ridículo se instaló en la platea.

Las más grandes han inmortalizado desde entonces el rol, convirtiendo a «La traviata» en uno de los títulos de repertorio más populares. Imponentes eran las Violetas de Maria Callas, de Joan Sutherland, de Montserrat Caballé, de Renata Scotto... e imponente es la Violeta de la rusa Ekaterina Bakanova, que esta noche y el miércoles protagonizará una nueva producción de la ópera de Verdi en el Festival de Peralada bajo la dirección de Paco Azorín.

El montaje quiere liberarse de su pesada carga decimonónica y nos lleva al París de 2019, en plena era del #metoo, donde el protagonismo de Violeta es absoluto, su libertad esencial, y donde los hombres, desde Alfredo, su padre o el barón son instigadores del desastre. «Violeta, nuestra protagonista, es una mujer libre, un espíritu libre, una mujer que no necesita consejos o tutelas para ser ella misma en todo momento, para disfrutar de la vida que quiere llevar y para estimar con total libertad», asegura Azorín, que ha convertido a todos los demás en antagonistas, enemigos de la libertad. «He creído necesario dar un giro y apostar por una lectura desde la óptica de la protagonista, transformando a Germont en el enemigo y luchando contra la visión machista y opresora que la designa como una mujer extraviada», asegura Azorín, recordando que la traducción del título sería «La extraviada».

El libreto, obra de Francesco Maria Piave, estaba basada en «La dama de las camelias», de Alejandro Dumas, hijo, y explicaba la vida de una cortesana, enfrema de tuberculosis y su apasionado enamoramiento del joven Alfredo, por el que aparcará hasta su libertad. Cuando el padre de éste la pide que lo abandone porque su reputación está dañando el nombre de su familia, Violeta aceptará para salvaguardar su amor. Sin embargo, Alfredo no aceptará que lo abandone y la humillará cruelmente en una fiesta. «Violeta obra libremente y se merecía una segunda oportunidad, especialmente cuando se trata del terreno de las mujeres, donde todo han sido imposiciones. Actores y compositores quieren llegar al público de su momento, Verdi lo hizo y no tendría sentido no mantener ese espíritu, incluso sería de cobardes», asegura Azorín.

Además de Bakanova, el elenco cuenta con René Barbera (Alfredo Gernont) y Quinn Kelsey (Giorgio Germont). El maestro Riccardo Frizza será el encargado de dirigir a la Orquesta Sinfónica del Gran Teatro del Liceo. Laura Vilà, Mercedes Gancedo, Vicenç Esteve Madrid, Carlos Daza, Guillermo Batllori y Stefano Palatchi completan un reparto que contará también con las voces del Coro Intermezzo, que estará dirigido por José Luis Basso. La Traviata tiene que empezarse a llamar ya «Violetta»

Una puesta en escena entre el realismo y lo onírico

El escenario que ha ideado Paco Azorín para contar esta historia está dividido en dos. En una los personajes interactúan en un entorno realista y racional, mientras en otro, colocado más arriba, se utiliza para crear un punto de vista más íntimo y onírico, donde visualizar los deseos y pasiones de los personajes. «Nuestra cultura nos había invitado a dejar enterrados o escondidos todos nuestros impulsos íntimos y nuestros deseos. Aquí tratamos de dejarlos siempre libres o al menos a la vista», asegura Azorín. Dentro de la puesta en escena, por eso, destaca un vestuario asombroso obra de Ulises Mérida.