Metro de Madrid

Caso amianto: Más de 300 días respirando material contaminado

LA RAZÓN recorre las naves donde se hace el mantenimiento de los trenes y donde trabajaban los empleados enfermos por este mineral.

Una de las revisiones de los elementos de seguridad. Reportaje gráfico: Gonzalo Pérez
Una de las revisiones de los elementos de seguridad. Reportaje gráfico: Gonzalo Pérezlarazon

LA RAZÓN recorre las naves donde se hace el mantenimiento de los trenes y donde trabajaban los empleados enfermos por este mineral.

Es una nave inmensa. Es difícil saber dónde termina, es como una fábrica a pleno rendimiento donde uniformes azules se mueven de un lado a otro con todo tipo de piezas. Estamos en el área de mantenimiento de Metro, por donde pasan las piezas de 300 trenes. «De los más de 700 empleados, unos 300 trabajan aquí, en talleres. Realizamos el mantenimiento total o parcial de toda la red», explica a LA RAZÓN Pedro Pablo Pascual, responsable de mantenimiento del suburbano. Está preocupado por su plantilla, bajo su mando han trabajado algunos de los casos reconocidos que han estado en contacto durante décadas con amianto. «Por eso está implicado», afirma Sergio Hoyuelos, delegado de prevención. Hasta el momento hay cuatro ex empleados que han enfermado por aspirar este mineral confirmados por Metro, pero «sabemos que van a seguir saliendo nuevos casos».

Los responsables de Comisiones Obreras han conseguido que la empresa madrileña abra sus puertas a los periodistas para conocer, de primera mano, cómo se trabaja ahora y cómo se hizo hasta hace unos meses –diciembre de 2017, según confirman algunos de los empleados–.

«He podido estar en contacto con piezas con amianto casi a diario. Llevo 35 años trabajando aquí y, sin duda, más de 300 días he manipulado material contaminado», explica preocupado Antonio Guerrero, oficial de talleres de electromecánica. Muestra un disyuntor (aparatos que permiten que pase la corriente) y señala una pieza en particular: «Aquí, en el suplemento del imán había una placa con amianto que limpiábamos, lijábamos y soplábamos», subraya. Lo hacían con una manguera de aire y, por lo tanto, esparcían las microfibras por toda la sala. «Nuestro único equipo de seguridad eran unos guantes, unas gafas y las botas. Nunca nos dieron mascarilla», insiste el técnico. «Nunca supimos lo que teníamos entre manos». ¿Cómo detectan ahora si alguna de las piezas que utilizan tienen amianto? Les sorprende la pregunta. Nadie les ha dado ninguna dirección. «Por sospechas nuestras. La única directriz que tenemos es que si entramos en contacto con algo que creemos que pueda contener amianto lo avisemos. Nos guiamos por el aspecto visual, es un material muy aislante y se puede apreciar fácilmente», añade otro de los operarios de electromecánica, Antonio Martínez.

¿Están preocupados? No tardan ni un segundo en responder: «Sí». Tienen claro que este mineral, que se prohibió en 2003, puede aparecer en alguna pieza en cualquier momento, «hasta en las arandelas de separación de las resistencias». Y subrayan: «El amianto se utilizaba para todo, era de los mejores aislantes que existían y, por eso, se incluía en casi todas las piezas».

Como explica a este diario Cristina Linares, científica titular del departamento de Epidemiología y Bioestadística de la Escuela Nacional de Sanidad del Instituto de Salud Carlos III, «su distribución es muy amplia ya que este tipo de material ha sido empleado en muchos materiales de construcción al ser resistente al calor, al fuego, a los ácidos y a la fricción, y por su alto punto de fusión, es un excelente aislante. Es incombustible e insoluble, con una elevada resistencia eléctrica y al desgaste. Por tanto, puede estar presente en recubrimientos de tejados, baldosas, productos derivados del cemento y también en herramientas de automoción como el embrague, los frenos o los componentes de la transmisión. Además, puede encontrarse también en materiales ferroviarios, en objetos de construcción naval, así como en la siderurgia o en el sector eléctrico».

Con respecto al peligro que entraña para los trabajadores que puedan manipularlo, «las fibras de asbesto son biopersistentes, es decir, se van acumulando en los tejidos, por lo que no hay un nivel de exposición seguro, quedándose en los pulmones por décadas e incluso toda la vida», determina la experta. Así, «el periodo de latencia, desde la exposición al asbesto hasta la aparición de síntomas, es de 20 a 40 años», determina la epidemióloga. E insiste: «El peligro para la salud se basa en el contacto prolongado (aumenta el tiempo de exposición) y especialmente cuando se manipula el material de manera que las fibras pasen al aire y sean fácilmente respirables», como ocurría en Metro. Es por ello que, desde Comisiones Obreras piden que se hagan reconocimientos médicos a todos los trabajadores que así lo soliciten y «que se haga un correcto seguimiento. La espirometría que me hicieron a mí era pésima y tuve que hacerme un TAC por mi cuenta porque no nos fiamos. Al cuarto caso le hicieron el reconocimiento en octubre y, poco después, acudió a La Paz y le detectaron la enfermedad», dice Alfonso Blanco, trabajador de ciclo corto y ex compañero del fallecido recientemente. «Hemos trabajado sin formación ni información», insiste. «De los 7.000 trabajadores del suburbano, sólo se les ha ofrecido el reconocimiento a un millar».

Seguimos el recorrido y el delegado de prevención nos va señalando la zona de almacenaje a la que no podemos acceder, pero donde varias estanterías están cubiertas con plástico. «Así aislan las piezas con amianto y antes era peor porque sólo ponían un cartón», sostiene. Saca su móvil y nos enseña varias fotos. En una de ellas sólo aparece un cartel que pide que no se toquen, pero no alerta de que contiene amianto. «Un día después pusieron la pegatina», indica Hoyuelos.

Hay otro aspecto que les preocupa especialmente: «Hay un elemento que se coloca en las vías, se conoce como galápagos, que contienen amianto. Desde Metro ya nos han dicho que si falla alguna de los trenes nuevos van a tener que colocar éstas porque no se pueden sustituir por ninguna otra», asevera el delegado de prevención.

Tras dejar la zona de mantenimiento, avanzamos a la zona de reparaciones, «donde trabajaban todos los afectados», añade Blanco. Nada más pasar el portón, nos llevan a una pared gris. La han taladrado en varias ocasiones. «Aquí fichábamos», dice Blanco. Ahora se ha sustituido por un cartel: «¡Atención, cubierta que puede contener materiales con amianto!». Es fibrocemento, un material que contiene polvo de amianto.

Recorremos los trenes que están siendo revisados. «Nos negamos a utilizar estos vehículos auxiliares de transporte de empleados –señala un tren amarillo, clásico, que circulaba con pasajeros en los años 80– porque tanto el techo como el suelo contienen amianto». ¿Cuántas piezas podrían estar contaminadas? «Es imposible calcularlo porque ni los fabricantes lo saben», concluye Hoyuelos.