Sevilla

Arquitectura en los poblados de colonización: las identidades “olvidadas” de la provincia de Sevilla

La Fundación DOCOMOMO, dedicada a la documentación y conservación de la arquitectura y el urbanismo del movimiento moderno, colocará una placa que reconoce el valor de Setefilla

Poblado de Setefilla, perteneciente al término municipal de Lora del Río / La Razón
Poblado de Setefilla, perteneciente al término municipal de Lora del Río / La Razónlarazon

La Fundación DOCOMOMO, dedicada a la documentación y conservación de la arquitectura y el urbanismo del movimiento moderno, colocará una placa que reconoce el valor de Setefilla

Pocos vecinos del poblado de colonización de Setefilla, perteneciente al término municipal de Lora del Río, en Sevilla, son realmente conscientes del valor arquitectónico que esconde este municipio de 19.000 habitantes enclavado en la Vega del Guadalquivir. Tampoco los vecinos de El Viar, Esquivel, Vegas de Almenara, El Priorato o La Vereda, poblaciones que cuentan con un denominador común: un diseño urbanístico y arquitectura característicos que definen no solo su reciente historia, sino su identidad.

El Colegio de Arquitectos de Sevilla (COAS) celebra desde el primer lunes del mes de octubre su XVIII Semana de la Arquitectura 2019, dedicada en esta edición a la conjunción de arquitectura e identidad. Sin embargo, un par de días antes, el sábado 5 de octubre, el Colegio organizará una ruta de lo más especial por estos poblados de colonización anteriormente mencionados, ejemplos vivos, si bien casi olvidados, de lo que supuso la arquitectura del movimiento moderno español, que es parte de nuestra cultura del siglo XX, y cuya protección patrimonial y conservación es una obligación no solo de sus vecinos, sino de toda la sociedad.

Estas poblaciones fueron diseñadas a mediados del pasado siglo a través del INC (Instituto Nacional de Colonización) por arquitectos de renombre como Alejandro de la Sota (Esquivel), Jesús Ayuso Tejerizo (Vegas de Almenara), José Luis Fernández del Amo (La Vereda) o Antonio Fernández Alba (El Priorato), quienes pudieron proyectar sus ideas de diseño de viviendas y edificios públicos distribuidos en espacios eficientes, integrados en un entorno eminentemente agrícola pero con planteamientos modernos que rompían con cualquier esquema previo y que, alimentándose de la tradición arquitectónica de las construcciones populares, no dejaban de mirar con admiración a las vanguardias europeas.

Tal es el caso de Setefilla, proyecto firmado en 1965 por un entonces jovencísimo Fernando de Terán (actual Director de la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando y autor de otro poblado de colonización de nuestra provincia como es Sacramento). La Fundación DOCOMOMO, dedicada a la documentación y conservación de la arquitectura y el urbanismo del movimiento moderno, lo define como “un conjunto de grandes dimensiones que realiza un equilibrado trabajo entre la racionalidad del planteamiento y la plasticidad de la arquitectura rural. Eludiendo apoyarse en los tópicos de lo popular, establece el discurso formal sobre la volumetría de la casa o de la serie de casas que, por su relevancia, resta importancia a las alteraciones lógicas que sus habitantes han ido introduciendo”.

Según la fundación, “los edificios públicos, Casa Consistorial e Iglesia destacan espacialmente no compartiendo espacio público: el primero, de volumetría semejante a las del resto de las casas, construye el único espacio porticado, referente urbano equivalente al de la plaza mayor. La Iglesia se separa a un vacío posterior asumiendo mayor protagonismo en el perfil del poblado al destacar el volumen del campanario y la cubierta inclinada de la nave”.

En cuanto a la ordenación, destaca la retícula de calles que dan doble servicio: a los accesos peatonales y principales a las casas y los accesos de apeos y maquinaria agrícola a los grandes corrales traseros, además de grandes parcelas en las que conviven las casas con las demás construcciones de servicio. Este orden se transfiera a la forma de las casas, que atienden a la singularidad en el interior del poblado e inciden en la seriación, y por tanto en la escala del conjunto, en su encuentro con el campo.

Colocación de una Placa DOCOMOMO

Esta muestra de arquitectura del movimiento moderno, extraordinariamente conservada hasta nuestros días, le ha valido a Setefilla el reconocimiento por parte de la Fundación DOCOMOMO, la cual, a través del COAS, colocará el próximo 5 de octubre una placa conmemorativa.

Sin embargo, no es esta la primera vez que el Colegio y la Fundación DOCOMOMO reconocen el valor arquitectónico de los poblados de colonización de la provincia de Sevilla como referentes de la arquitectura del movimiento moderno. En la Semana de la Arquitectura de 2018, el poblado de El Trobal, en el término municipal de Los Palacios y Villafranca, y en la anterior de 2017, el poblado de Esquivel, en el término de Alcalá del Río, también recibieron estas merecidas placas. Todo ello con la intención crear una continuidad en el reconocimiento del gran valor patrimonial de estas grandes obras olvidadas.

¿Qué mirar cuando miramos los pueblos de colonización del siglo XX?

Organizar una ruta de arquitectura por algunos de estos pueblos expresa la importancia que se viene poniendo de manifiesto desde hace años en distintos estudios, publicaciones y artículos, con el reconocimiento puntual de algunas piezas concretas al haberlas incluido en el catálogo del DOCOMOMO (Documentación y Conservación de la Arquitectura y el Urbanismo del Movimiento Moderno) y, en algún caso, habiéndose incoado expediente para su declaración como BIC o estando ya declaradas BIC. Pero ¿qué debemos mirar?

El proceso de colonización que se produjo tras la Guerra Civil, tal y como lo entendemos, tuvo un giro fundamental en 1949 con la modificación de la Ley que regulaba la transformación agraria de estas tierras, tras diferentes probaturas y ajustes. Esto dio lugar a un proceso que comenzó masivamente en 1952 con diversos planes provinciales como hecho integral en cada zona de intervención y con alcance en toda la península, se podría decir que allí donde había tierra fértil y agua. Fue, por tanto, un proceso de transformación del campo con la introducción del regadío, un modelo productivo de alta capacidad.

Al hablar de proceso integral y planificado se trataba de conseguir el objetivo inicial de transformación productiva del territorio. En primer lugar, debía haber tierras disponibles de calidad suficiente para redistribuir a los colonos que se asentarían en el territorio transformado. La segunda necesidad era el agua, para lo que fue preciso construir las infraestructuras de captación y distribución, concretadas en las grandes obras de ingeniería de pantanos, canales y acequias; los pantanos son la gran huella que transformó no sólo el campo sino que sirvieron para modificar las cantidades de agua aportadas a las ciudades y pueblos sin las restricciones históricas en el estío o períodos de sequía, lo que posibilitó la construcción de redes de abastecimiento -el agua corriente- en muchos pueblos. El tercer apartado sería la existencia de mano de obra para esas nuevas tierras puestas en producción: colonos, a los que se facilitaría el lote de vivienda, parcela y aperos y animales, y obreros, mano de obra necesaria pero sin tierras, para los que se hicieron casas; los poblados de colonización fueron unidades repartidas en el territorio de manera eficiente, distribuidos según una malla dibujada por la medida del tiempo de desplazamiento a las parcelas; además, se les dio formación para trabajar productivamente estas tierras y para el nuevo modo de vida que se planteaba en estos poblados y casas con adelantos desconocidos para personas de nula formación y sin posibilidades de haber conocido tales adelantos. Por último, las infraestructuras para el desplazamiento y el transporte de mercancías y productos obtenidos, así como una incipiente industria de transformación, teniendo en cuenta que los pantanos tenían capacidad de producción eléctrica. Y todo ello se producía en un paisaje.

En esta mirada que propone un recorrido de arquitectura a estos pueblos, lo primero que se ha de buscar es el paisaje producido, probablemente la transformación más importante y de mayor escala que se pudo realizar en el siglo pasado. En este sentido, resulta muy significativo el paisaje de la vega del Guadalquivir entre Sevilla y Sanlúcar de Barrameda, una extensión de tierra infinita, horizonte salpicado de pueblos blancos marcados por las torres de las iglesias. En esa mirada próxima a todos los territorios transformados, se aprecia el nuevo dibujo del territorio productivo, proceso de concentración sobre el que se trazan los caminos, acequias y líneas de avenamiento, fácilmente identificables en las vistas aéreas y de satélite, territorios delineados en el tablero de dibujo y que mantienen el carácter de vega.

Dentro de ese paisaje, la más modesta arquitectura y el laboratorio urbanístico para dar respuesta a la pregunta no formulada cuando se daba el programa para cada asentamiento, implícita en el planteamiento arquitectónico de cada proyecto. ¿Cómo hacer que unas pocas casas y unos servicios públicos sean un pueblo? Por un lado, las estructuras urbanas debían seguir unos principios y pautas en cuanto al trazado y, por otro lado, las dimensiones de las parcelas de colonos (finalmente de unos 600 m2 de superficie), ayudaron a construir las imágenes características de estos pueblos: una plaza rodeada de casas como centro de la vida urbana y un trazado de calles dominado por las tapias blancas convertidas en su elemento más característico, contrapunto de las calles urbanas de relación entre vecinos sobre las que se colocaban las viviendas.

Eran calles especializadas, generalizándose la doble circulación, con calles pulcras de vecindad y calles traseras de trabajo que daban acceso a los auténticos patios de labranza de las casas.

Dar un paseo por estos pueblos de colonización debe incluir miradas al paisaje productivo, al paisaje circundante, ver sus plazas, el centro cívico con los elementos más significativos: administración, iglesia y comercios; también visitar la iglesia, único espacio relevante del proyecto, donde el arquitecto no tenía tantas limitaciones como en la construcción del resto del pueblo, pudiendo resolver secciones más elaboradas. Y cómo no, ver la humildad de una arquitectura hecha de leves detalles de un marcado carácter doméstico, donde la parte rural de la vida construye anejos tan importantes en tamaño como las propias viviendas. Quizás hoy miramos con nostalgia ese tiempo que pasó y como legado que quizás habría que congelar en algunos edificios no transformados; en cada pueblo hay que buscar un original para comprender lo mucho que se hizo con poco.