Coronavirus
Ifema, el hospital «milagro» a través de Jesús
Cuarenta días después, el Pabellón 9 echa el cierre. Uno de lo primeros pacientes en llegar relata su historia: «Cuando el médico me dijo que estaba mejor me puse a llorar, él lloró conmigo»
Emoción, agradecimiento, lágrimas. Es difícil quedarse con una sola palabra que defina el cierre (ojalá definitivo) del hospital de campaña de Ifema. Pero si hubiera que condensar el sentimiento que se vivió ayer por la mañana al noreste de la capital en una imagen puede que esta sea la de las últimas tres pacientes abandonando el complejo con las mascarillas adornadas con sonrisas, las mismas que los profesionales sanitarios regalaron ayer a los últimos enfermos que pasaron la noche en el «hospital milagro».
Han sido 40 días de actividad sin descanso que se saldan con más de 4.000 infectados con coronavirus curados y 17 fallecidos, menos del uno por ciento del total. Cada una de las miles de personas que han pasado por Ifema desde el 22 de marzo tiene una historia, una lección de superación que contar, pero pocos han visto con sus propios ojos la evolución de este centro sanitario de emergencia que se ha convertido en el orgullo de todo el país: desde los problemas de organización iniciales hasta los bailes, la biblioteca «Resistiré» y los aplausos que escoltaron hasta la puerta a cada nuevo ingresado dado de alta. Jesús Garrido pasó en el pabellón 9 más de un mes de su vida y ayer vio desde su casa, aún en cuarentena, la clausura de un complejo sanitario que le ha dado la vida.
«Aquí entró un Jesús y sale otro distinto». Por si aún queda alguna duda acerca de la dureza de la enfermedad, unos minutos de conversación telefónica con este superviviente bastan para recibir un golpe de realidad sobre las huellas que deja el coronavirus en los que lo han superado. Cuando charló con LA RAZÓN, este madrileño aún se encontraba ingresado en el hospital de Ifema. Su caso tiene una peculiaridad: formó parte del grupo que lo inauguró y fue de los últimos en abandonarlo. Su lucha contra el virus de Wuhan le ha desgastado física y psicológicamente. Sus lágrimas lo prueban. «Perdí las fuerzas, creía que me iba a morir», recuerda emocionado.
Cuando sus pulmones ya le permitían dar paseos miraba a sus compañeros de control y se veía a sí mismo días atrás. «Les daba conversación, ánimos, les contaba que yo pasé por eso mismo y que ya les quedaba menos para empezar a mejorar», añade. A ese apoyo entre pacientes se refirió ayer la presidenta regional, Isabel Díaz Ayuso, en el acto de clausura del hospital: «Los hospitales del futuro van a pasar por espacios amplios donde los pacientes puedan sanar y compartir experiencias», dijo la regidora. Ésa es la primera de tantas lecciones que nos deja Ifema.
En las palabras de Jesús se atisba la fuerza contenida que da haber ganado una batalla, pero también la fragilidad que dejan unas heridas que aún no se han acabado de cerrar. «Tengo los pulmones como si hubiera acabado de librar una guerra, llenos de derrames y cicatrices», cuenta. Lejos quedan esos nueve días sin comer, esa máscara de buceo con la que le «metieron oxígeno a tope, me hincharon como un globo». Jesús no olvidará el momento en que un médico le dijo que su estado empezaba a mejorar. «Me puse a llorar como un niño y él se puso a llorar conmigo», dice. Y ese es, precisamente, el segundo aprendizaje que se extrae del hospital de campaña que sirvió de ejemplo al mundo: el valor de la atención primaria. Jesús lo sabe bien: «La doctora de mi ambulatorio me llamó todas las semanas para ver cómo estaba. También llamó a mi hijo para informarle». Prácticamente la totalidad (nueve de cada diez) de los sanitarios destinados en Ifema procedían de la atención primaria, muchas veces la gran olvidada. Pero, en este caso, estos médicos han salvado miles de vidas aunque eso haya implicado jugarse las suyas.
La tercera lección puede que sea la más importante de todas, la que se ha visto cada día desde que la pandemia llegó a España para asolarla: el papel de los sectores más infravalorados de la sociedad. Empleados de supermercado, repartidores, transportistas o personal de limpieza son algunos de ellos. Los últimos, en Ifema se han elevado como imprescindibles, «héroes anónimos que han hecho que no haya más contagios», según indicó Ayuso. Jesús ensalza aún más una labor que se aprecia en su totalidad vista desde dentro. «Estaba todo limpio, inmaculado. Si no hubiera sido por ellos esto no habría servido para nada», afirma.
Como para tantos otros, para Jesús el hospital de Ifema supuso un punto de inflexión. Antes de ser derivado a este centro pasó tres noches en un sillón del Hospital Infanta Leonor de Villa de Vallecas. «Estaba a tope de gente, incluso la sala de urgencias pediátricas estaba adaptada para los que llegábamos con síntomas de coronavirus», subraya. Él fue ingresado porque, a pesar de que «solo» presentaba fiebre, tos y diarrea, las placas que le realizaron en el ambulatorio mostraron que algo no iba bien. En ese momento no tenía problemas de saturación de oxígeno, un mal que se presentó apenas unas horas después de que se instalase en Ifema. «Solo faltó que tuvieran que intubarme y sedarme», recuerda emocionado. En su caso, los facultativos probaron tratamientos que no dieron resultado. Pero, por fortuna, finalmente dieron con la medicina que le salvó la vida: los corticoides.
Jesús también ha sacado sus propias lecciones del mes de abril: «Voy a vivir la vida, porque la he podido perder». Sus planes pasan por jubilarse en junio, con 63 años, algo que antes no se le había pasado por la cabeza. «A partir de ahora, siempre en positivo».
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