Madrid Río
El agotador viaje por Madrid del obelisco de la Fuente de la Castellana
Un monumento “itinerante” que pasó de celebrar el nacimiento de Isabel II a adornar Arganzuela
No es extraño que en Madrid, como en otras ciudades, lo que estaba previsto y proyectado para un lugar acabe, al cabo del tiempo, en otro. Lo hemos visto con las esculturas de reyes y reinas que adornaban el Palacio Real, y que acabaron en los cercanos jardines de la Plaza de Oriente, en el parque del Retiro o incluso en Vitoria. Algo así ha sucedido con el llamado obelisco de la Fuente Castellana.
Hablamos de una fuente monumental mandada erigir por Fernando VII para conmemorar, el nacimiento en 1830 de su hija y heredera la princesa Isabel, futura reina Isabel II, aunque finalmente se levantó para celebrar su tercer cumpleaños, que coincidió con su ascenso al trono debido a la muerte de su padre el 29 de septiembre de 1833.
Inicialmente se pensó en colocarlo en el Paseo del Cisne (actual Calle de Eduardo Dato), pero esta idea se desestimó. No fue la única variación que se hizo sobre la marcha, pues también se transformó el concepto original del propio monumento, al incorporarle una fuente. De este modo, se mataban dos pájaros de un tiro: por un lado, se cumplían los deseos de la Casa Real y, por otro, se sustituía la primitiva Fuente Castellana, que recogía las aguas del arroyo homónimo, por otra más artística y ornamentada, algo que, en aquellos momentos, se había convertido en una prioridad, dado el empuje que estaba adquiriendo el nuevo Paseo de la Castellana.
Lo cierto es que por deseo expreso de la reina regente, María Cristina, las obras deberían haber comenzado el 10 de octubre de ese año, cumpleaños de la princesa, pero se retrasaron hasta el día siguiente, cuando tuvo lugar el acto oficial de colocación de la primera piedra, prolongándose los trabajos durante cinco años. El proyecto de esta monumental fuente fue realizado por el arquitecto Francisco Javier de Mariategui. Con él colaboró el escultor José de Tomás en las labores de ornamentación, siendo ayudados ambos por el cantero José Arnilla y el broncista Eugenio Alonso.
Todo ellos crearon una de las obras más destacables de la arquitectura conmemorativa neoclásica en el Madrid de la primeras décadas del siglo XIX. Aunque en un principio se pensó realizar tan solo un hito conmemorativo para situarlo al final de paseo del Cisne –donde llegó a erigirse un modelo en madera–, el obelisco definitivo fue instalado sobre una fuente con pilón flanqueada por dos esfinges con surtidores –piezas concluidas por el mencionado Tomás en 1838–.
Su ubicación inicial fue el entonces recién abierto paseo de la Castellana, concretamente lo que hoy es la glorieta de Emilio Castelar, en donde permaneció instalado como fuente hasta el año 1869, cuando su pilón se sustituyó por un ajardinamiento y las esfinges se trasladaron a la entrada del estanque del parque de El Retiro. Posteriormente, en 1906, con motivo de la erección en la llamada glorieta del Obelisco del monumento al afamado político Emilio Castelar, la obra fue desmontada y posteriormente trasladada, en 1914, a la plaza de Manuel Becerra, donde recobró su primitivo carácter acuático al añadírsele un vaso circular en la parte inferior y recuperar las dos esfinges-surtidores.
Este conjunto permaneció allí hasta 1969, cuando fue reubicado en el parque de la Arganzuela junto al Manzanares, formado parte, como el elemento más destacado, de una nueva fuente ornamental dotada de un gran estanque elíptico (de 107,00 x 57,00 m) adornado con varios juegos de agua. Este segundo vaso, junto con todos sus surtidores, desapareció como consecuencia de las obras de soterramiento de la M-30 ejecutadas entre los años 2004 y 2007. Finalmente en la operación Madrid Río se han eliminado ambos vasos de la fuente quedando las esfinges depositadas en un pavimento de adoquines y por tanto anulada su función de proyectar agua por sus bocas. Un viaje de emplazamientos y estético sin duda agotador.
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