Opinión
Cacerías de hombres
Un fiscal de Milán, hurgando en el pasado guerracivilista de la antigua Yugoslavia, ha tropezado es con una batahola de millonarios que pagaban pastizales para ir a matar en el cerco de Sarajevo
La pasta también embriaga, como las copas de fin de semana y esos tardeos futbolísticos de hinchada y cañas. La guita, la plata, la money, es como la ginebra, el negroni, el sol y sombra que se calza el obreraje o los chupitos mañaneros de whisky para despejar el resfriado de las fosas nasales, que en exceso como que emborrachan mucho y hacen que uno pierda el contacto con la realidad. Un fiscal de Milán estaba hurgando en todo aquel pasado guerracivilista de la antigua Yugoslavia y con lo que se ha tropezado es con una batahola de millonarios que pagaban pastizales para ir a matar peña en el cerco de Sarajevo. Un club de sacramentos del dólar y los índices bursátiles y demás Nasdaq de turno que aprovecharon la tesitura que proveía aquel desmelene de la guerra para convertir una ciudad en un coto privado de caza.
Lo que tenemos aquí es una tropa de abonanzados por la fortuna y apadrinados de la buena suerte que improvisaban safaris humanos para entretener el finde, escaparse de la pariente, que la tienen muy vista, y espantar las moscas del aburrimiento, que son muy pesadas y además incordian mucho. Los muchachos aflojaban una hoja de la chequera y así todos los viernes por la tarde, en plan barra libre, se colaban en las mejores azoteas disfrazados de francotiradores, como si fuera una fiesta de Halloween o la movida esa no fuera más que otro videojuego, pero cantidad de realista y bastante más molón.
Toda una pandilla de narcisistas y Gordon Gekko que, al acabar el horario de la jornada, cambiaban la corbata de la ofi por el rifle de abatir elefantes y se ponían por ahí a matar madres, abuelos, chavalerías, lo que les saliera de la esquina o vieran en las plazas o mercadeando un día de supervivencia más en un puesto callejero. Los fulanos, que, además, eran dados a los caprichos, unos entregados a los antojos de última hora y otras volátiles arbitrariedades, lo que más les flipaba era matar niños, pero con el matiz nada superfluo de respetar el resuello de sus padres, para que después estos vivieran el resto de los días con el cadáver del hijo colgando para siempre de la memoria. Se ve que, además de unos desalmados, eran todos unos campeones de la crueldad. Una verdadera Champions League de la impiedad, la brutalidad o el sadismo.
Lo que el fiscal ha sacado del cajón no son unos hechos, sino toda una categoría humana. Y también la realidad aplastante de que el dinero deshumaniza, y que la marmaja, las perras, el parné, los morlacos, hacen barra libre de la moral y que cuando les viene en gana les gusta manchar con esputos la baraja de los principios. El mundo parece encaminarse a esta álgebra elemental de que es cuanta más cuartos, menos empatía, en una especie de revival de la banalidad del mal, y es que no hay nada en el futuro que no tenga un reflejo en el pasado. Una norma a la que no escapan ni las novelas de Stephen King.