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Cultura

El cine madrileño que nació con la Transición y que no ha cambiado en casi medio siglo

El Pequeño Cine Estudio fue alumbrado poco antes de las elecciones del 77. Su creador, Pepe Gago, repasa su historia

José Gago, propietario del pequeño Cine Estudio de Madrid @ Gonzalo Pérez Gonzalo Pérez Mata PHOTOGRAPHERS

Cumplen 48 años, pero tendrían que ser prácticamente cincuenta. «Podríamos haber inaugurado año y pico antes», explica José Gago a LA RAZÓN. «Tras la muerte de Franco tuvimos problemas. Los cines dependían de la Dirección General de Seguridad: había que llevarles los carteles para que dieran el visto, bueno o malo, porque, antiguamente, eran de material inflamable. Sin embargo, en aquellos años, y debido a la situación de incertidumbre, nadie tomaba responsabilidades», añade.

Hablar del Pequeño Cine Estudio, y charlar con su creador, José Gago, supone recibir una muy amena, y a pie de calle, lección de historia y cine. Abrió sus puertas el 9 de junio de 1977: menos de una semana antes de celebrarse las primeras elecciones democráticas desde la Segunda República, y de las que salió victorioso Adolfo Suárez. Muchas cosas acababan de nacer en aquella nueva España. Y entre ellas, una nueva forma de ir al cine. Por supuesto, Gago no olvida la película que proyectaban en aquellos días claves de la Transición. Su título, «La perla de la corona» (1972). Una cinta polaca, ambientada en los años veinte, que narraba la huelga de un grupo de mineros ante el inminente cierre de su mina. Gago no la eligió por motivos políticos... pero le trajo problemas. «Visioné un montón de películas y esta es la que más me gustó. Pero hubo gente que debió confundir la ‘‘perla de la corona’’, con la Corona de aquí. Tuvimos un altercado y vandalizaron la cartelería».

Merece la pena que retrocedamos más en el tiempo: años cuarenta, localidad de Navalperal de Pinares (Ávila). El pequeño Pepe crece entre proyectores y fotogramas. Su padre era propietario del cine de la localidad. «No quiero compararme, pero fui como el niño de ‘‘Cinema Paradiso’’ (1988)», dice, en referencia a Totó, el protagonista de aquel célebre filme italiano, cuya vida gira en torno a un pequeño cine siciliano de barrio.

Viaje a Londres y Nueva York

Ya con 22 años, José se fue a Madrid a estudiar. Sin embargo, lo que tuvo claro desde el principio es que quería, y tenía, que emprender. A esa edad, puso en pie una «sala de pruebas cinematográficas» en la calle Carretas. «Eran unos cines en miniatura, de unas veinte butacas, donde se proyectaba todo el cine a un nivel profesional: para los que querían comprar y los que querían vender». Paralelamente, trabajaba con los laboratorios cinematográficos Arroyo, en Pintor Rosales. Y después, tras viajar a Nueva York y Londres, le deslumbró una luz: la de las «salas underground». Cines pequeños, al margen de los «blockbusters», para un público no «palomitero» y con inquietudes por propuestas más experimentales. «Tenía que traspasar esa idea aquí», dice.

Fue así como Gago se convirtió en uno de los empresarios de salas de cine más importantes de entonces. Llegó a manejar más de una treintena entre Madrid y Ávila. Entre otras innovaciones, introdujo la primera «lámpara de Xenon», que estabilizaba la corriente eléctrica y la luz, evitando problemas en la proyección tales como chispazos y fogonazos.

De este modo, Gago dirigió cines ya extintos, como los Luchana o los Minicines Fuencarral. Sin embargo, de todos ellos, hoy sólo queda un superviviente: el Pequeño Cine Estudio, en la calle Magallanes 1, distrito de Chamberí.

Para que se hagan una idea del menú, esta semana, entre otras películas, se ha proyectado desde cine español de estreno («Los bárbaros», «Amores brujos»...) a cintas surrealistas de centroeuropa (la checoslovaca «Las margaritas», 1966), pasando por la ya nombrada, y «semiautobiográfica», «Cinema Paradiso». Sin embargo, si se animan a pasarse por el Pequeño Cine Estudio, deben tener en cuenta una serie de peculiaridades que lo diferencian con cualquier otra sala madrileña. Primero, su ubicación. «Estamos ocultos», explica Gago. Y así es: hay que cruzar un estrecho callejón para poder llegar a la fachada principal. «El primer lugar que busqué es donde estaba el antiguo cine Alphaville [hoy los Golem, en el entorno de la plaza de los Cubos]. La compañía Vallehermoso, que entonces era dueña de la plaza de los Cubos, me ofreció un pequeño local sobre los cimientos del Pequeño Teatro. Este estaba dirigido por José Carlos Plaza y fue muy revolucionario entonces, pero les habían cerrado el local», explica Gago. Le vio posibilidades: desarmó lo que quedaba del teatro, respetando, eso sí, ese «pequeño» en el nombre del nuevo cine.

Acto de homenaje, el jueves de la semana pasada, por los 48 años del cineLRM

Sin palomitas

Segunda peculiaridad: no se venden palomitas. Así, como suena. «Es cine en estado puro. Y hay que verlo como lo que es: cine». Eso incluye, por supuesto, la versión original con subtítulos. Y, por muy poco, nos quedamos sin mencionar una tercera peculiaridad. Hasta fechas muy recientes, aún mantenían esas entradas «rompibles» de antaño, lo cual servía a los acomodadores para llevar el control del público. «Nos obligaron, por ley, a cambiar a una apertura automática», explica Gago. Y es que antes era así: el cine solicitaba un número de entradas al Ministerio de Cultura, este las encargaban a una imprenta y, finalmente, le eran entregadas al cine. «Después de romperlas, echábamos en un botecito la mitad con la que nos quedábamos y, al final del día, las contábamos».

Hay varios hitos que podemos apuntarle al Pequeño Cine Estudio. Por ejemplo, fueron los primeros en estrenar «El acorazado Potemkin» (1925), una de las cumbres no ya de la cinematografía rusa, sino de la historia del cine. Fue un éxito absoluto. «Contactamos con uno de los ‘‘niños de Rusia’’», explica Gago, en referencia a uno de los numerosos pequeños españoles evacuados a la antigua Unión Soviética durante la Guerra Civil. «Volvió a España ya como funcionario ruso y le encargaron distribuir aquí el cine de su país. Y, dentro de un ciclo de cine soviético, tenía ‘‘El acorazado Potemkin’’». Tal era el impacto de esta película, que, entonces, muchos estudiantes de cine querían «subir a la cabina» para ver cómo su autor, Serguéi Eisenstein, había montado determinadas secuencias.

Pero el principal logro del Pequeño Cine Estudio es que es la sala de versión original (VO) más antigua de la capital. «Los distribuidores ‘‘clásicos’’ despreciaban la V. O. Ahora, casi todos los cines ponen alguna película en versión original o recurren a los clásicos». De hecho, y «según me confesó uno de sus propietarios», los actuales cines Verdi de Bravo Murillo tuvieron parte de su inspiración en el Pequeño Cine Estudio.

Hemos mirado 48 años atrás en el tiempo. ¿Podemos mirar otros 48 hacia el futuro? Actualmente, el cine lo lleva su hija Natalia. Gago mientras, «sobrevuela» por ahí y mira «si las cosas funcionan». «Me sigue gustando estar presente».

Hoy, la actividad de los cines se ha diversificado. Ya no sólo se proyectan películas: se retransmiten conciertos, se utilizan como auditorios, se alquilan para eventos de empresas... No esperen eso del Pequeño Cine Estudio. Gago comenta que fue él, en el cine Luchana, el primero que llevó a cabo una transmisión en directo del tradicional concierto de Año Nuevo. La experiencia fue muy buena, pero no lo hizo más. «Aquello desdibujaba lo que es un cine».

«Si yo desaparezco y mis hijos quieren seguir con el cine... ya lo veremos. Esto es amor a algo, al cine, que lo llevo dentro, en la sangre. Y me gustaría que me sobreviviera», concluye.

De Led Zeppelin a «Cantando bajo la lluvia»

►Como corresponde a un cine de la singularidad del Pequeño Cine Estudio, muchos de sus éxitos no están vinculados a los estrenos. Una de las películas que tuvo una acogida «impresionante» fue «The Song Remains the Same» (1976), el documental-concierto de Led Zeppelin filmado en el Madison Square Garden en 1973. «Tan grande fue aquello que, para que lo vieran todos los que no habían podido entrar, abrimos la salida de emergencia», recuerda José Gago. En general, los musicales siempre han tenido éxito en el cine de Magallanes. Tal fue el caso de «Cantando bajo la lluvia» (1952), un clásico infalible. Pero también funcionaron a las mil maravillas directores italianos como Federico Fellini, del cual se proyectó «Amarcord» (1973), y Bernardo Bertolucci. En el caso de este último, la elegida fue la muy política «Novecento» (1976). «Era una película de cuatro horas. El éxito es que dábamos las dos partes con una sola entrada, y la gente lo vio como un regalo». Por último, el ciclo dedicado al alemán Rainer Werner Fassbinder fue otro de los «tesoros» que los cinéfilos recibieron con los ojos bien abiertos.