Muslo o pechuga
La Sevilla que promete: dónde comer rico rico
Las kokotxas al pilpil son plato obligado en Casa Rafel y los callos son de los mejores probados fuera de Madrid
Siempre es un placer encontrar un pequeño y modesto local donde la buena cocina y el producto de calidad son bandera orgullosa de sus reseñas, sin anestesia ni necesidad de críticos o influencers al rescate.
Sevilla siempre fue plaza de identidad culinaria indefinida, pero en los últimos años ha encontrado un poderoso hueco en una coquinaria donde el fondo trabajado de productos de provincias limítrofes y de la propia, se combina con su afamado tapeo, inventariando una propuesta cada vez más atractiva.
En estas diatribas gastroturísticas donde los entendidos y los no tanto, andan a la caza de nuevos sitios que visitar, siempre quedan reductos fuera de modas y redes que siguen enamorando a propios y extraños amantes de la gastro de nivel. Es conveniente pensar que no solo del adobo de la barra de Casablanca, de la sopa de galeras de Inchausti, o el montadito de pringá de Antonio Romero vive el hombre.
En el aburguesado barrio de los Remedios de la capital hispalense se encuentra Casa Rafel, muy cerca de la conocida Plaza de Cuba. Destino oculto que casi pasa desapercibido, en sus escasas mesas se disfruta de verdad de una cocina sincera, casera y de buena mano como pocas. Para muchos de los que de verdad saben del lugar, como parroquia de iniciados, hablan del mejor cocinero de Sevilla. Buenos pescados, interesantes carnes, y gloriosos guisos se van entrelazando en una carta bastante sugerente y amplia en la que uno experimenta esa agradabilísima sensación de querer pedirlo todo. ¡Jefe, deme de comer que de aquí no salgo! En mis escasas dos visitas a este concurrido local donde cuesta encontrar mesa, pero mantiene un par de mesas altas sin reserva para los más aventureros, he podido sacar dos claras conclusiones: que las Kokotxas al pilpil son plato obligado, y que los callos son de los mejores probados fuera de Madrid. Que los gatos viajen y no se encastillen en el gran momento capitalino. A partir de ahí se conjugan un sin fin de platos de maravillosa factura y con más o menos elaboración, pero que siempre encajan en los entresijos de la animada conversación a la que te invita el local, y que se interrumpe airosamente para comentar las virtudes de cada plato, que sin estridencias, provoca un coitus interruptus de satisfacción gustativa que hace continuar el disfrute con placer.
Servicio discreto pero adecuado, carta de vinos escueta pero con pinceladas brillantes y precios contenidos, encajan de forma sutil en el engranaje de esta Casa.
Sus postres, no siendo yo el más indicado para opinar en esta capítulo, son sin duda punto y aparte. Como se dice por estos lares, «cojonudos». Para el que les habla el hojaldre resultó sorprendentemente fantástico.
Por no ser esperado, aún hizo mayor el aprecio del resultado, pero puedo corroborar que al repetir la visita ha mantenido el nivel gastronómico y de satisfacción, cosa complicada. En Sevilla se puede comer a modo, poder charlar, lanzar el cortejo siempre esperado, incluso soñar con un negocio que a veces parece insólito. Y comer rico rico.
LAS NOTAS
BODEGA 6,5
COCINA 8,5
SALA 7
FELICIDAD 8,5
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