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Ciencia
EL PLANETA ANTRÓPICO
En los dos últimos artículos de esta columna hemos visto la idea del universo desde el punto de vista del astrónomo Mario Hamuy y según la visión de Rafael Bachiller, Director del Observatorio Astronómico Nacional. Hoy daré mi propia opinión, basada en mi libro «Buscando a Dios en el universo» (Erasmus, 2018), dentro del marco de lo que se llama el universo antrópico, propicio a la aparición de la especie humana, y que se apoyan en una serie de evidencias que referimos a continuación. Para empezar, en nuestro planeta hubo tranquilidad para la evolución, al situarse nuestro sistema solar en un ramal calmoso de la Vía Láctea, lejos de las incidencias explosivas de supernovas, agujeros negros, y rayos gamma. En segundo término, la Tierra se configuró como un astro rocoso –y no gaseoso, como Júpiter, inhabitable—, donde la vida se hizo posible con gran disponibilidad de agua líquida (hidrosfera) y aire respirable (atmósfera). Además, con la rotación habitual de nuestro hábitat redondeado, se nos brinda el ritmo cotidiano de la noche y el día. Y situado a la distancia de 150 millones de kilómetros (unidad astronómica), el Sol nos proporciona luz y energía suficientes en las mejores condiciones. Por otra parte, la Luna, a 384.000 km de distancia media de la Tierra, y con sus 1.737 kilómetros de radio (6.378 el nuestro), Selene es el mayor satélite conocido en proporción a su propio planeta, asegurándose así una estabilidad orbital portentosa al mundo en que vivimos. Adicionalmente, disfrutamos de un calentamiento global apropiado para permitir la riqueza de vida, que sólo ahora, con los gases de efecto invernadero en expansión puede llegar a ser excesivo. Por último, nos favorece el complejo campo magnético, que nos defiende de toda clase de radiaciones exteriores.
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