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Medio Ambiente
Carlos de Hita, sonidista de la naturaleza: «Vamos hacia una primavera silenciosa»
Lo suyo, dice, es «ver de oídas». Carlos de Hita lleva 38 años recolectando paisajes sonoros. Es un «naturalista metido a técnico de sonido», simplifica. Lo cierto es que ha participado en cerca de 200 películas y documentales, así como numerosas instalaciones sonoras. La última tendrá lugar en Naturcyl, la feria de referencia en ecoturismo de Castilla y León, que se celebrará del 23 al 25 de septiembre, en Palencia. «Nosotros simplemente somos como espías o paparazzis, escuchando y registrando mensajes del bosque que no son para nosotros... pero le damos valor».
¿Cuándo sale a la naturaleza, qué lleva en la mochila?
Lo primero: mucha paciencia, ganas de estar sin hacer nada durante horas y horas. Me gusta decir que me aburro creativamente. Y luego, pues mi equipo de grabación, un magnetofón, una serie de micrófonos... Detrás, hay trabajo de campo. Lo importante es que hallar el sitio adecuado y estar el tiempo suficiente como para que tu presencia se desvanezca.
Antes de salir, ¿busca coleccionar algún sonido concreto?
No, porque no grabo a los animales, grabo los paisajes donde los animales cantan. Si fueran fotos, diríamos que yo no hago primeros planos, sino paisajes. En ellos hay pájaros, grillos, abejas, ranas... que cantan en un escenario con viento, agua, eco, reverberación. Es el lienzo lo que me interesa. El telón de fondo. Puedo haber grabado mil veces una perdiz, pero nunca grabaré la misma escena repetida; siempre cantarán en compañía de otros árboles, de otras especies. Eso es que me interesa. Más que coleccionar voces, colecciono conciertos. Por eso una definición que me han dado es la de «paisajista sonoro»... Es pedante [ríe], pero quizá sea adecuada.
Si un árbol cae y nadie está ahí para escucharlo, ¿hace ruido?
Claro que lo hace. La naturaleza no depende de que el ser humano la oiga. Esa es una actitud muy antropocéntrica; supone que aquello que no se escucha no sucede. Es justo al revés. Cuando no estás (cuando no haces ruido y te haces invisible) es cuando más la oyes. Un pájaro le canta a otro, no al ser humano. La naturaleza no está ahí para hablarnos. Existió mucho antes que nosotros y existirá mucho después.
¿El cambio climático es un cambio en el sonido de la naturaleza? ¿Vamos hacia el silencio?
Indudablemente. Si algo te da llevar más casi 38 años escuchando el sonido de la naturaleza es perspectiva. Los cambios son claros. El sonido es la primera alerta de lo que está pasando. La riqueza del paisaje sonoro de la naturaleza es también una medida de la biodiversidad. A más voces, más diversos son. Pues bien, en las últimas décadas han desaparecido demasiadas voces, demasiados animales. Los científicos lo han medido. En Europa faltan más de la mitad de las voces que cantaban hace 40 años. Si había diez aves, ahora hay cinco. Si arrullaban cinco tórtolas, ahora hay dos. Hay menos insectos, menos grillos... En muchos lugares el paisaje sonoro se está empobreciendo, sobre todo en estepas, ríos y lagunas. Por otro lado, han aparecido voces nuevas que se han ido moviendo. En la marisma del Guadalquivir, en invierno, en vez de aves acuáticas, grullas, estuve grabando las voces de aves propias de los desiertos. Otro elemento es el ruido: el tráfico, las máquinas y los aviones cada vez llegan a más sitios. Por todo, la escucha atenta es también un relato de la crisis ambiental. Vamos hacia una primavera silenciosa y si no, cada vez más monocorde.
Dejamos atrás los devastadores incendios de verano, ¿a qué suena un paisaje calcinado?
Pude grabar desde dentro, rodeado por un equipo de bomberos forestales. Un incendio es estremecedor. Suena a miedo. La armonía del paisaje sonoro se convierte en un estrépito, se escuchan vientos huracanados ardientes, los árboles literalmente gritan, chascan, se inflaman y la resina se escapa directamente convertida en vapor... Es un sonido caótico. Y después, silencio.
¿Cuál ha sido el sonido de la naturaleza que más le ha costado conseguir?
Un urogallo en los Pirineos al amanecer (por la dificultad intrínseca), el maullido de los linces ibéricos (no por difícil, sino porque se extinguían... esa grabación es una llamada de la esperanza, de que sí se quiere hacer, se puede) y el aullido de un lobo en libertad, en plena noche. Te sacude hasta las últimas células.
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