
Verde
Refugios climáticos para combatir las olas de calor
Cada vez más ciudades como Portland se plantean retirar el asfalto y reverdecen las calles para reducir unos grados la temperatura

Situado a 1.604 metros de altura, el de Griegos, en la Sierra del Albarracín (Teruel), presume de ser el segundo pueblo más alto de España y también de los más fresquitos. Las noches del estío aquí se pasan de media a entre 9 y 11 grados; «con una rebequita», confiesa su alcalde Daniel Martínez. Además, «sólo hay 6-7 días en los que se superan los 30 grados. Si esto sucede es porque en el resto de España se está sufriendo una ola de calor. Tampoco hay ninguna noche tropical en las que el termómetro supere los 20 grados», comenta, a su vez, Jaime Lahoz, Agente para la Protección de la Naturaleza de la zona. Lahoz lleva 20 años registrando las temperaturas y, aunque reconoce el privilegio del fresco que viven en el pueblo vecinos y turistas, alerta de que «la temperatura medida (7º) ha subido entre 1º y grado y medio».
Griegos está pegado al triángulo del frío, esa zona geográfica compuesta por localidades como Calamocha o Molina de Aragón, que recibe su nombre porque en invierno registran las temperaturas más bajas de toda la Península (-30 grados). Por contra en verano se libran de la canícula. Nada que ver con las zonas que más calor pasan: «El valle del Guadalquivir -Córdoba y Sevilla-, el interior sur peninsular (Jaén, Badajoz) y algunas comarcas del sureste, como Murcia. Estas áreas no solo registran altas temperaturas diurnas, sino también noches tropicales. También el Valle del Ebro e interior de Galicia, concretamente la provincia de Ourense registra valores de máximas normalmente por encima de 40ºC», detalla Mar Gómez, doctora en Físicas y responsable del área de meteorología de eltiempo.es.
Es pronto para etiquetar el verano de 2025, pero las previsiones apuntan a que volverá a ser una estación de récord tanto de temperaturas máximas como de mínimas. Ya el 30 de mayo, la temperatura media fue de 24,08ºC, la más alta registrada en mayo desde 1950 y se alcanzaban casi 41 grados en Córdoba, Sevilla o Zaragoza. La Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) en sus previsiones estacionales afirmaba que existe un 70% de probabilidades de que el calor supere la media de junio a agosto en el norte y este peninsular. «Según los mapas de anomalías térmicas, se espera que el centro y el interior registren temperaturas superiores a la media, mientras que en el norte -Galicia y la cornisa cantábrica-, así como en Baleares y Canarias, el calor podría ser más acusado y con anomalías más destacadas», afirma Gómez.
En cuanto a las mínimas, «aumentan las noches tropicales, y esto no solo provoca falta de descanso, sino que tiene consecuencias negativas en la salud. Esto sucede en las ciudades, en general, por el efecto isla de calor y porque faltan zonas verdes o con sombra y espacios públicos que tengan la posibilidad de convertirse en refugios climáticos ante situaciones de calor extremo», comenta Carles Ibáñez, director del Centro en Resiliencia Climática. Las ciudades absorben y retienen más calor debido al asfaltado, lo que supone que las temperaturas suben de uno o tres grados por encima de la media respecto a zonas verdes. Ejemplo de ello es Mexicali en México que esta semana supera por primera vez este verano los 50 grados. Las autoridades recomiendan no salir en las horas centrales del día y han instalado puntos de hidratación. Teherán o El Cairo son ciudades que también superan los 45 grados, pero hay estudios que predicen que urbes españolas como Madrid van camino de convertirse en habituales del ranking de ciudades más calurosas del mundo. Sin ir más, Córdoba mantiene el récord de temperatura máxima en España, con 46,9 °C . «Si miramos nuestros estudios vemos que Madrid, Zamora y Vigo protagonizan los mayores incrementos en sus umbrales de calor extremo: hasta 3,5ºC más altas. Con los datos, se evidencia que el calor actual es muy superior al de hace 60 años en casi todo el país. ¿Qué nos quiere decir esto? Que el calor que antes era extremo (superando el percentil 95), ahora es normal. El umbral de calor extremo es, a día de hoy, mayor», afirma mar Gómez.

Las poblaciones que no tienen la suerte de hallarse a gran altura como Griegos se están intentando adaptar a temperaturas cada vez más altas. En el caso de la ciudad americana de Portland. En 2008 nació el movimientos «de despavimentación» y desde entonces se han retirado cerca de 33.000 metros cuadrados de asfalto y se han sustituido parkings y zonas degradadas o en desuso por pequeños jardines o vegetación. En 2023 la Nasa se unió al proyecto y han medido los efectos de estos pequeños grupúsculos verdes, la disminución media es de al menos un grado.
La fiebre por quitar cemento y dar espacio al verde se ha extendido. En Lovaina (Bélgica), según la BBC se han levantado 6.000 m² de hormigón. París se ha planteado quitar el 40% de su asfalto ante los picos de calor de hasta 50º que esperan en la ciudad a finales de siglo. En julio de 2019 la ciudad alcanzaban los 42,6 grados, su récord. «Quitar asfalto también sirve para filtrar agua de lluvia y evitar inundaciones… y favorece la biodiversidad. Hay buenos ejemplos de proyectos en ciudades aunque queda pendiente aplicar estas soluciones de forma masiva», comenta Carles Ibáñez. El director comenta la aparición de refugios climáticos en ciudades como Barcelona o Valencia y alerta de que «además de interiores, hay que habilitar espacios exteriores para albergar más gente en caso de temperaturas extremas, cada vez más habituales. Ya sea parques, jardines, zonas de calles con sombra bien pensada para reducir la insolación, donde se generen corrientes de aire y se pulverice agua. Hay mucho por hacer en diseño urbano, empezando por olvidarse del cemento».
Un jardín circular por donde corre el viento
Se podría definir así la propuesta del estudio de arquitectura Ecosistema Urbano. Polinature es una estructura de andamios hexagonal cubierta de macetas que cuenta con unas burbujas internas que generan viento y sombra. Uno de estos mini jardines se acaba de instalar en la Universidad de Harvard. «El diseño cuenta con sensores de humedad, temperatura, radiación solar, velocidad del viento y calidad del aire y, gracias a ellos, se activan unas burbujas que crean una corriente de aire», explica Belinda Tato, profesora asociada en Arquitectura paisajística en la Harvard Graduate School of Design y fundadora de este estudio de arquitectura. Todo está alimentado con paneles fotovoltaicos.
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