Intelectuales y guerra
A finales de diciembre del 2020, en Ibiza, se ha colocado en una cueva, en medio del campo, una placa para conmemorar la breve etapa en la que el poeta comunista Rafael Alberti y su compañera María Teresa León se refugiaron en ella al comienzo de la Guerra Civil. Una placa sin mucho sentido, salvo dentro del combate político actual que provoca la Ley de Memoria Histórica y Democrática en una parte de la sociedad y clase política española. La calidad como poeta de Alberti, integrante del grupo de la Edad de Plata de la literatura española, no es objeto de discusión.
Rafael Alberti nació en El Puerto de Santa María en 1902 en el seno de una familia burguesa. Su padre, Vicente Alberti, trabajaba como exportador de vinos para los Osborne. Rafael realizó sus primeros estudios con las monjas Carmelitas para luego seguir estudiando en el elitista colegio de los jesuitas de San Luis Gonzaga. En 1917 se traslada a Madrid con su familia donde sus inclinaciones por el mundo de la cultura y el arte llevaron a Rafael a iniciarse en la pintura, adscribiéndose al vanguardismo, llegando a exponer en un Salón de Otoño. En estos tiempos comienza a frecuentar uno de los cenáculos de la joven intelectualidad madrileña de los tiempos de Alfonso XIII y de la dictadura Primo de Rivera. Se convierte en un asiduo de la elitista Residencia de Estudiantes en la que traba amistad con García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre y Gerardo Diego. Alberti deja la pintura y, en 1924, en plena dictadura, recibe el Premio Nacional de Poesía por “Marinero en tierra”. Tiene tan solo 22 años.
Con la llegada de la II República Alberti se vincula a un, por entonces, minoritario Partido Comunista que va ganando, lentamente, peso frente a socialistas y anarquistas gracias al triunfo de la Revolución Rusa del 17 y a la llegada de Stalin al poder en la Unión Soviética.
En 1933 funda, junto a su compañera María Teresa León, la revista “Octubre” de incuestionables tintes comunistas, poco después viajará a la Unión Soviética para asistir a un encuentro de escritores antifascistas. De regreso a España estalla la Revolución de Asturias de 1934 y la proclamación del estado catalán -por Largo Caballero e Indalecio Prieto y Companys, respectivamente- por lo que la pareja se desvía hacia París donde el líder comunista Palmiro Togliatti le encarga una misión propagandística y de recaudación de fondos por Norteamérica, Centroamérica y el Caribe a favor de los presos de la revolución del 34.
El alzamiento militar del 18 de julio le sorprendió en Ibiza, lo que le lleva a esconderse en la cueva citada para luego lograr unirse a las milicias rojas de Bayo que habían desembarcado en Pou des Lleo el 8 de agosto. Los combates no son para Alberti ni para su compañera María Teresa León. Llegan a Madrid donde Alberti se convierte en una figura de la intelectualidad roja y de la propaganda del Frente Popular como secretario de la Alianza de Escritores Antifascistas.
Alberti y su corte se establecen en el Palacio Zabalburu, hasta entonces de la familia Heredia Spínola, donde el lujo y las grandes fiestas de los Alberti se convierten en las más cotizadas del Madrid del “no pasarán”. Con todo, la vida en el Palacio Zabalburu no es tan buena como les gustaría a sus nuevos propietarios, pues Alberti se ve obligado a dormir en el cuarto del ama de llaves, en los sótanos, por miedo a los bombardeos de los nacionales, como recuerda su invitado el poeta Hughes que compartía la fiestas y alojamiento en el palacio de los Alberti con aguerridos intelectuales de izquierdas como Neruda, Buero Vallejo o Huidobro.
La pareja Alberti León, siempre lejos del peligro, aunque vestidos con mono y pistola al cinto, desarrollan una actividad frenética para que el Frente Popular logre la victoria. María Teresa León contribuye, activamente, a sacar buena parte de los fondos del Museo del Prado para evitar que, cuando Madrid se rinda a los nacionales, los Velázquez y los Goyas caigan en manos de Franco.
Por su parte Rafael, con su carnet comunista, se prodiga dando mítines, soflamas radiofónicas y publicando folletos, boletines y la revista para los combatientes “El Mono Azul”, en la que será responsable de la columna “A paseo” en la que denuncia la actitud reaccionaria y fascista de intelectuales tibios o que se han colocado a lado de los sublevados como Miguel de Unamuno o sus antiguos amigos Ernesto Giménez Caballero y Rafael Sánchez Mazas. Algunos de los nombres señalados en “A paseo” terminaron en las checas que salpicaban la España republicana para luego ser paseados por los miles de milicianos que “hacían justicia revolucionaria” en retaguardia.
Manuel García Morente ha dejado el testimonio de cómo la Alianza de Escritores Antifascistas le puso en el punto de mira y tuvo que exiliarse para no correr la misma suerte que Muñoz Seca: “A poco supe confidencialmente que se había constituido… una comisión de depuración (tal era la palabra usada) al profesorado de Universidad. Esa comisión propuso la cesantía de varios catedráticos de la Facultad de Filosofía y Letras. La lista iba encabezada con mi nombre. Los comisionados consideraban urgente el sacrificio de mi persona… En virtud de la comisión llamada depuradora mi nombre iba a ser publicado como cesante y mi persona entregada a las ruines pasiones de los asesinos; hube de pensar en la necesidad de abandonar Madrid”.
Sus labores de agitación le llevaron a escribir algunos poemas de dudosa calidad como el dedicado al héroe republicano de Jaca capitán Fermín Galán. Alberti nunca entró en combate como sí hizo el, también, poeta Miguel Hernández, que no dudó en compartir la precaria vida de los soldados, lo que le hizo ganarse la consideración por los combatientes de poeta del pueblo. Alberti no llegó a disfrutar de este sentimiento de admiración entre “sus” correligionarios. Su combate era otro. Siempre permaneció en la retaguardia y, según Trapiello, aprovechó para llevar una vida desahogada mientras el pueblo sufría los bombardeos enemigos. Contra Alberti y su corte Juan Ramón Jiménez cargó sin medias tintas escritores que le parecían “señoritos, imitadores de guerrilleros” que exhibían por Madrid “sus rifles y sus pistolas de juguete” mientras vestían “monos azules muy planchados”. En una fiesta, en honor de la mujer antifascista, se produjo un encontronazo entre Alberti y Miguel Hernández. Hernández exasperado, ante el lujo desenfrenado del evento, afirmó públicamente que allí había mucha puta y mucho hijo de puta, pues él sí conocía de primera mano la dura vida de las trincheras. Alberti trató de obligarle a que rectificara, pero Hernández escribió sus palabras en una gran pizarra en lugar de retractarse.
Con la victoria de los nacionales Alberti y María Teresa León se exilian en París hasta que las autoridades francesas les retiraron el permiso de trabajo, en 1940, por ser considerados “comunistas peligrosos”, momento en el que viajan a Buenos Aires. Vivieron en Argentina y en Chile.
En 1965 las autoridades de la Unión Soviética le concedieron el Premio Lenin de la Paz. De regreso en España, en 1977, será diputado al Congreso por el Partido Comunista, aunque renunciará al escaño para consagrarse a su labor artística. Ganó el Premio Cervantes en 1983 y continuó recibiendo distintos homenajes hasta su muerte en octubre de 1999.