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Un coche de Uber protagoniza el primer atropello mortal de un vehículo sin conductor

La compañía ha estado probando los vehículos autónomos en Tempe y Phoenix durante meses.

Intervención policial en el lugar del accidente. Imagen tomada de la cadena de televisión abc15
Intervención policial en el lugar del accidente. Imagen tomada de la cadena de televisión abc15larazon

Tempe, Arizona, pasará a los libros de Historia como el primer lugar de Estados Unidos donde una persona murió tras el atropello de un vehículo no tripulado. La propietaria del coche, Uber, publicó inmediatamente una nota en la que subraya su consternación a través de su portavoz, Sarah Abboud: «Nuestros corazones están con los familiares de la víctima. Estamos cooperando con la Policía y las autoridades locales mientras investigan el incidente».

Se trata de un serio revés, primero, para las modernas empresas de transporte de viajeros, volcadas en su aspiración de prescindir de los conductores. Pero, sobre todo, estamos ante un problema para la propia industria automovilística, cada día más volcada en un futuro de coches autónomos. En su afán por lograrlos resulta imprescindible convencer a las autoridades correspondientes de que sus coches son seguros al 100% o casi.

La víctima, Elaine Herzberg, de 49 años, fue arrollada por el coche en circunstancias todavía no aclaradas. A cierre de esta edición, la Policía sólo confirmó que la mujer cruzaba un paso de cebra con su bicicleta cuando ocurrió. Falleció poco después en el hospital a consecuencia de las heridas. Claro que no es la primera vez que un vehículo sin conductor se ve implicado en un accidente con víctimas mortales. Basta recordar el Tesla que impactó contra un camión en mayo de 2016, provocando la muerte del ocupante del coche. En aquel momento la compañía, pionera en el desarrollo de vehículos no tripulados, explicó que «el automóvil estaba en una autovía con el piloto automático cuando un camión cruzó la carretera perpendicularmente al Modelo S. Ni el piloto automático ni el conductor percibieron el lado blanco del remolque del tráiler al confundirlo con la tonalidad del cielo, por lo que el freno no fue aplicado. La altura de marcha del remolque combinada con su posición al otro lado de la carretera y las circunstancias extremadamente raras del impacto hicieron que el Modelo S pasara debajo del remolque, con la parte inferior del remolque impactando contra el parabrisas del Modelo S». Año y medio más tarde de un accidente que impactó a la industria, Dara Khosrowshahi, director de Uber, ha usado Twitter para referirse a lo ocurrido en Tempe. Por si acaso Uber ya ha explicitado que suspende sine die todos sus ensayos con coches no tripulados en Tempe, San Francisco, Toronto y Pittsburgh, las ciudades donde los modelos automáticos se estaban probando.

El gran problema no es tanto lograr potentes ordenadores a bordo de los vehículos, parapetados tras un complejo sistema de cámaras y sensores, alimentados por la información suplementaria de los satélites espaciales y aleccionados para seguir sin mácula la letra del código de circulación. Eso hace tiempo que parece al alcance de la tecnología actual. La cuestión, empero, tiene que ver con la dificultad de enseñar a los ordenadores móviles cómo reaccionar a las infinitas y no siempre lógicas posibilidades derivadas de circular en carretera, y entre las que siempre cabe subrayar la posibilidad de que el conductor del coche de enfrente o el peatón que en eso momento cruza la calle se comporte de forma ilógica y cruce cuando no debe. O cómo escribió en 2017 Eric Adams para la revista «Wired»: «Para sobrevivir en las calles, los coches robot deben aprender a pensar como humanos». Porque resulta que los humanos no siempre rigen su conducta por el raciocinio.