Opinión

Oyentes

No recuerdo muy bien a qué edad pisé un estudio de radio. Debía tener cinco o seis años. No tiene ningún mérito porque mi padre era radiofonista, de los de antes, de los que colgaban su título de Técnico Superior en Radiodifusión firmado por Manuel Fraga en el salón de casa y vivía su oficio con tanto entusiasmo como el que jamás puso en su intimidad. Tuvo una sola hija, así que la nena iba casi todos los días a aquella radio local, de ciudad chiquitica. Yo deambulaba por la discoteca, veía cómo se leían las esquelas e iba en los hombros de algunos de sus compañeros. Era para mí algo natural. Tan natural que, en realidad, no pensé nunca dedicarme a la radio. Es más, no quería. Luego llegaron las escaseces, las obligaciones y no tuve más remedio que hacer unas horitas en musicales para ganar un poquito de dinero. Mis inicios fueron tan lamentables que creí confirmar que para eso no iba a valer en la vida por mucho que me empeñara. Y después todo empezó a fluir. De pronto encontré una manera de ser como quiero ser, una forma de acompañar y que me acompañen, un nexo con gente que no conozco, un conducto por el que encontrar conexión sentimental con millones de personas a las que les debo haber pasado de pensar que no me quería dedicar a la radio a no poder vivir sin ella. Gracias, queridos oyentes.