Opinión
Ellas
En pleno furor feminista y reivindicativo (que comparto y defiendo) la otra noche nos acordamos de aquellas cinco enfermeras búlgaras a las que el régimen de Gadafi en Libia condenó a muerte argumentando que habían contagiado a cuatrocientos niños de sida. No se preocupen que normalmente las conversaciones a las que asisto versan sobre chorradas, a mi estilo y semejanza. Nos acordamos de chiripa, no vayan a pensar. Mi amiga del alma se ha apuntado a un gimnasio y en pleno jacuzzi conversó con un antiguo funcionario del cuerpo diplomático que le contó lo importante que fue Loyola de Palacio en aquella negociación. Se ganó las medallas Francia, la ex mujer de Sarkozy y alguna comisaria con méritos suficientes para cualquier reconocimiento. Pero nadie señaló el trabajo incansable de Loyola de Palacio. Y entonces me acordé de ella y de su hermana Ana, otra extraordinaria mujer dedicada a los asuntos exteriores. Y me parece muy injusto. Me parece injusto reivindicar en estos tiempos a tantas tipas que se han saltado las barreras de la igualdad sin despeinarse y que no se les reconozca su coraje y su impecable servicio a la causa solo por su militancia religiosa. Nada tengo que ver con ella, pero quiero tener mucho que ver con ellas. Y quisiera, en estos tiempos de furor feminista y reivindicativo, acordarme de esas hermanas corajudas y tenaces a las que hemos borrado de la lista de nuestra vanguardia de manera injusta y borrica.
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